Existió una época en Internet donde escribir y compartir fan fiction conllevaba un gran estigma. Aquellos que decidían ampliar el universo o los personajes de una obra se consideraban individuos poco creativos, antisociales y sexualmente frustrados. Afortunadamente, esta época oscura está llegando a su fin.
En 2019, el sitio Archive of Our Own celebró una década en la recopilación y organización de más de cinco millones de historias y otros trabajos artísticos en cada fandom concebible. Por si fuera poco, el pasado mes de noviembre el sitio recibió un Premio Hugo por sus contribuciones a la ciencia ficción y fantasía. Ensayos académicos recientes han respaldado con argumentos sólidos la capacidad del fan fiction para promover la escritura a través de comunidades en línea basadas en el amor a determinado trabajo. Escritoras famosas como Naomi Novik y Meg Cabot admiten con orgullo haber dado sus primeros pasos en el fan fiction.
Fan fiction del siglo XVIII.
Aunque la reputación del fan fiction se renovó y apoderó de nuevas vías de distribución, la práctica existe desde hace siglos. Algunos de los grandes clásicos en la literatura son, técnicamente, expansiones de otras narrativas y/o personajes. Es muy entretenido pensar en la Divina comedia de Dante como un fanfic bíblico, aunque la escritura contemporánea del fan fiction empezó como tal, al menos en el mundo anglosajón, durante el siglo XVIII.
Más allá de los círculos académicos, el trasfondo histórico es poco discutido. Sin embargo, tan pronto como aparecieron las novelas modernas, los lectores buscaron formas de perpetuar las aventuras de sus personajes favoritos y compartir estas historias con otros entusiastas.
En 1726, Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift marcaron el inicio del movimiento fan fiction. Poco después de la publicación de la obra, los lectores empezaron a imaginar al personaje principal, Lemuel Gulliver, en situaciones aludidas brevemente en el texto original o que ellos mismos inventaban. Y entre más impactantes eran estas revisiones, mejor. A menudo, estas historias se convertían en lo que esencialmente se entendía como “fan art”.
El artista británico William Hogarth provocó y divirtió al público con una representación gráfica de Gulliver recibiendo un enema liliputiense. Aunque escandalosa, la representación de Hogarth era consistente con el personaje, un juego sobre el deleite original del héroe respecto al tamaño de su propio excremento contrastado con el mundo en miniatura del pueblo liliputiense. Desde el comienzo, los artistas se valieron de esta fórmula para explorar los tabúes sociales y la sexualidad.
Una válvula de escape.
Y los fanáticos crearon cientos de obras más, incluida una conmovedora serie de poemas de Alexander Pope donde la esposa de un náufrago aventurero (que apenas refiere al original) se queja de que el hombre nunca está en casa para cumplir con sus deberes. Cuando Gulliver finalmente regresa de su aventura final, está tan disgustado con los humanos que termina escondiéndose de su familia. La Mary Gulliver inventada por un fanático fue, evidentemente, apagada por la abstinencia de su esposo.
Al igual que en nuestros días, en el siglo XVIII el fan fiction era mucho más explícito en términos sexuales que la obra original. Pamela, una novela clásica escrita en 1740 por Samuel Richardson, relata la historia de una criada en una finca aislada que se resistía a las insinuaciones de su patrón. Sin embargo, los lectores vivían fascinados por imaginar escenarios en los que la mujer cedía a la pasión. Un lector particularmente interesado en ilustrar a Pamela Andrews como una mujer imprudente era Henry Fielding, colega novelista del mismísimo autor.
Fielding imaginó a su propia Pamela, una mujer seductora que fingía inocencia para cautivar a su patrón. En Shamela, Fielding redactó a través de un conjunto de cartas alternativas la historia con que Pamela y su madre pretendían atrapar al guardián de la mansión. Aparentemente insatisfecho con el resultado, Fielding también desarrolló la historia de Joseph Andrews, invirtiendo el género del protagonista y proponiendo que el hermano de Pamela se resistía a los intentos de seducción de una mujer mayor y acaudalada, hermana del escudero original.
La comunidad del fan fiction.
Como señala el académico literario David Brewer, una parte esencial de los universos que se expandieron en el siglo XVIII provino de una comunidad de lectores entusiasta y autoseleccionada que creció por toda Europa. Aunque no resultaba tan fácil compartir y comentar el trabajo de los fanáticos, en los albores del 1900 se observó un incremento en la alfabetización de la clase media, en parte por la Revolución Industrial que aminoró los costos de impresión y mejoró los sistemas de entrega postales.
Gran parte de las primeras novelas fueron epistolares, lo que proporcionaba a los lectores un sentido más directo de comunicación con sus personajes favoritos. De hecho, algunas de estas historias se generalizaron. Fielding fue la E. L. James de su época, cuyo éxito se apoyaba principalmente en miles de lectoras jóvenes.
Después, los creadores originales buscaron a estas comunidades para explotar el potencial comercial. Por ejemplo, Richardson mantuvo correspondencia constante con sus lectores y llegó a incluir comentarios en sus volúmenes. Tal vez era un intento por contener a la audiencia y sus escapes interpretativos llenos de fantasía.
Los aspectos legales del fan fiction.
Mucho antes de que J. K. Rowling entablara una demanda por James Potter and the Hall of Elders’ Crossing, los escritores recurrieron a la vergüenza pública y la ley para evitar que otros se beneficiaran de lo que consideraban su propiedad intelectual, y tuvieron muy poco éxito. El Estatuto de la Reina Ana en 1710, la primera ley de derechos de autor moderna, otorgaba a los escritores derechos sobre sus obras durante 14 años. Sin embargo, no se especificaba si dicha protección se extendía a conceptos más confusos como personajes o universos ficticios.
Como Rowling, muchos escritores del siglo XVIII entendieron que lo mejor era hacer las paces con el fan fiction, siempre y cuando las obras secundarias se compartieran libremente y no buscaran un beneficio económico. A finales del 1700, la nueva disciplina económica proporcionó un argumento sólido para todos esos escritores que no se habían subido al carrito: los escritores fanfic argumentaban que los universos ficticios generaban abundancia que se multiplicaba por sí misma. Ninguna publicidad es mala publicidad, y las obras de los fanáticos aumentaban el interés en los libros y personajes originales.
Realidad tangible.
En los personajes que protagonizaron las novelas del siglo XVIII había algo especial que parecía invitar a esas reinterpretaciones. Hasta hace poco, los académicos consideraban que estas novelas inventaron el “realismo” al escribir a detalle sobre la vida de gente común, en lugar de las hazañas heroicas de nobles o reyes.
Sin embargo, otros creen que la verdadera innovación de la novela anglófona es más complicada: personajes que el lector sabe que no son reales, pero parecen serlo. Su plausibilidad los hace más moldeables. Por ejemplo, uno de los fan fiction más recurrentes en la obra de Rowling propone a Harry Potter y Draco Malfoy como compañeros románticos, y a través de estos se experimentan indirectamente nuevas formas de ser o sentir.
Durante el siglo XVIII, esa necesidad por personajes más flexibles apareció ante los cambios que generó la Revolución Industrial en la dinámica del matrimonio. Las parejas de clase media y alta se enfocaban principalmente en consolidar la tierra e influencias, pero las nuevas ocupaciones profesionales y caminos hacia la prosperidad para los hombres liberaron el matrimonio y proporcionaron a los jóvenes más libertad y control sobre sus elecciones.
Elegir una pareja tenía implicaciones sociales, económicas e incluso morales que se extendían para toda la vida. Y los escritores buscaban representar cada aspecto de esta decisión, mientras los lectores se mostraban ansiosos por discutir si la elección era equivocada.
El fan fiction en nuestra época.
El fan-fiction moderno aparece en una época de liberalización en torno a las preferencias, prácticas e identidades sexuales, donde se muestra útil a la hora de probar decisiones y roles socialmente costosos en entornos menos riesgosos que la realidad. La reputación del fan fiction como obras “poco serias” ha hecho posible estas inmersiones profundas que permiten explorar la sexualidad humana y el amor romántico.
La función del fan fiction en litigar las fronteras de las relaciones figura como uno de los propósitos más duraderos. Recientemente, algunos fanáticos se quejaron y escribieron el final de The Rise of Skywalker, el último megablockbuster de la gigantesca franquicia. El final no fue satisfactorio para aquellos que anhelaban que Rey y Kylo Ren estuvieron juntos, ni para los que sentían disgusto ante cualquier posibilidad de que los dos se relacionaran.
El papel del fan fiction como proyecto colectivo fue, en última instancia, lo que le valió el Premio Hugo a Archive of Our Own. Sin embargo, en ese premio contribuyó cada escritor que alguna vez fue lo suficientemente valiente o imprudente como para compartir su trabajo en Internet.
Es incluso más antigua. El célebre Quijote de Avellaneda (1614), la continuación apócrifa de la obra de Cervantes, puede ser considerada como tal.