Alquimia: entre la ciencia y la magia del Medioevo

En la Europa del Medioevo, aquellos hombres que se consideraban los sabios más importantes de la época iban por la vida apestando a huevos podridos. Solían pasar sus vidas encerrados en laboratorios llenos de humo, mezclando metales pesados a fuego lento, experimentando con fluidos corporales y estiércol de diversos animales. Los alquimistas mostraron un interés especial por el azufre, una sustancia que se impregnaba en la ropa y cabello provocando un hedor nauseabundo.

representacion de un alquimista

Alquimia: una práctica sin sentido.

Indudablemente, la alquimia produjo avances importantes para la ciencia moderna. La práctica nos obsequió la destilación, la pólvora y una variedad de sustancias, como el ácido sulfúrico. Sin embargo, todas estas invenciones y descubrimientos no pueden opacar un hecho lamentable: durante siglos, eruditos respetables apoyaron teorías totalmente locas. Dedicaron su brillantez y talento a investigar y buscar rarezas que, hoy sabemos, no tienen el menor sentido.

A los alquimistas nunca se les metió en la misma canasta que los herejes, y la ley sólo los perseguía cuando los consideraba charlatanes. Se trataba de cristianos devotos, personas muy respetadas en la sociedad. El arte de la alquimia fue practicada por sacerdotes, monjes e incluso papas. Aunque la alquimia se fundamentaba en los experimentos, la teoría que respaldaba esta práctica se basaba en conceptos filosóficos y espirituales antiguos.

Consideraban que la materia estaba conformada por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, como llegó a postular Aristóteles allá por el siglo IV a.C. Dichas sustancias sufrían transmutaciones al interactuar entre sí (lo que hoy llamamos reacciones químicas). Limitados por estas ideas básicas, los alquimistas persiguieron sueños legendarios de riqueza y salud.

La búsqueda de la piedra filosofal.

Prácticamente todos los alquimistas buscaban la piedra filosofal. Irónicamente, la razón era mundana: esta sustancia, que no necesariamente sería una piedra, tendría capacidad de transformar todo lo que tocara en oro, cualquier tipo de material.

piedras preciosas

Para Bernardo Trevisan, un alquimista italiano del siglo XV, la piedra filosofal no tenía nada de complicado: suficiente con endurecer 2,000 huevos de gallina, separar las claras y dejar que se pudrieran durante 8 largos años. Supuestamente, el material restante transformaría cualquier objeto en oro de pureza excepcional. La reacción se produciría por simple contacto, por ejemplo, frotando las claras podridas contra una barra de hierro.

Doscientos años después, el alquimista alemán Hennig Brand propuso otra receta: barriles llenos hasta la boca con orina de soldados. La sustancia debía fermentar para destilarse posteriormente. Al final, Brand sólo obtuvo una masa blanca y pegajosa que brillaba en la oscuridad a la que llamó “fósforo”, por el término griego para «fuente de luz». Quién diría que los ocultistas terminarían practicando auténtica ciencia.

El solvente universal.

Tras incontables experimentos nadie pudo encontrar la piedra filosofal, y los alquimistas empezaron a creer que pasaban por alto algo, tal vez un paso intermediario. Así, postularon que la forma más eficiente de llegar a la piedra filosofal era encontrando el alkahest, o solvente universal, una sustancia capaz de desintegrar cualquier “impureza” en los metales resultando, eventualmente, en la aparición del oro.

Algunos alquimistas tomaron a broma la propuesta por un inconveniente práctico: un solvente universal desintegraría cualquier recipiente en el que se le pusiera. Por eso, todo aquel que afirmaba haber creado el alkahest era tachado de mentiroso.

Información confidencial.

Pero, hablando de problemas prácticos, la piedra filosofal poseía uno en su propia concepción. Suponiendo que la descubrieran y que la idea se compartiera, el oro perdería todo su valor. Por eso, una de las principales diferencias entre alquimistas y científicos modernos es que los primeros guardaban muy bien sus secretos. Todas aquellas recetas que resultaban exitosas poseían un enorme valor estratégico y se les consideraba información confidencial.

El Alquimista (1649), David Rijckaert III
El Alquimista (1649), David Rijckaert III.

En la práctica, las fórmulas contenían ingredientes que no existían e incluso información errónea a propósito, o mensajes cifrados que garantizaban la comprensión exclusiva de las personas elegidas por el alquimista. En los manuales de alquimia, la ilustración de una salamandra hacía referencia al uso del fuego, la figura de un lobo representaba al antimonio y si aparecía un hombre al lado de una mujer era una indicación para combinar diversos elementos.

El elixir de la vida.

Pero, aunque el oro se volviera tan común como el hierro, había otro motivo para buscar la piedra filosofal. Se creía que, en forma líquida, podría ingerirse como remedio. Una vez en el organismo, limpiaría cualquier tipo de impureza y erradicaría toda enfermedad. De esta forma, la piedra filosofal terminó vinculada a otra obsesión de la alquimia: el elixir de la vida. Evidentemente, algo así también volvería a rico a su inventor.

Arcanum chymicum era el término con el que solían referir al elixir de la vida, sustancia retratada en la forma de un líquido con propiedades mágicas. No fueron pocos los reyes europeos que gastaron fortunas buscando esta sustancia, invirtiendo en las promesas de los alquimistas hasta un siglo después del final de la Edad Media.

La propia Isabel I de Inglaterra tenía como consejero al alquimista John Dee, un personaje importante que proporcionó a Inglaterra conocimientos de astronomía que ayudaron a la expansión del imperio. Sin embargo, Dee insistía en la búsqueda del elixir de la vida, además de prometer que encontraría el lenguaje universal, hablado y entendido por cualquier ser humano e incluso por los ángeles.

Descubrimientos desafortunados.

El mercurio fue uno de los candidatos más populares a convertirse en el elixir de la vida. Especialmente en China donde Qin Shi Huang (260-210 a.C.), el primer emperador del país, terminó enloqueciendo y muriendo tras ingerir píldoras de mercurio. Sin embargo, esto no desanimó a los chinos. El siglo IX, un alquimista anónimo probaba otra idea: una combinación de salitre, azufre y carbón. Por algún motivo, creían que estas sustancias tenían capacidad de alargar la vida.

alquimista

Irónicamente, la vida del alquimista se redujo de forma drástica: tras exponer la mezcla al fuego, reaccionó violentamente incendiando el laboratorio y el resto de la propiedad. Fue la primera de los millones de vidas que este supuesto elixir de la vida eterna sigue cobrando. Aquella mezcla originó lo que hoy conocemos como “pólvora”.

Creando vida a partir de la suciedad.

Los alquimistas también se obsesionaron con el semen. De hecho, experimentaron hasta el cansancio formas de potenciar la sustancia, llegando al extremo de conservarla dentro de barriles con estiércol de animal. Paracelso, el más famoso de los alquimistas europeos, tenía su propia receta: el esperma debía mantenerse enterrado en estiércol de caballo durante 40 días, y posteriormente ser magnetizado. De esta forma se obtendría un ser humano de 12 cm de estatura, totalmente dispuesto a obedecer a su creador.

Los alquimistas consideraban que el esperma humano ya contenía hombres formados, y que el útero de la mujer funcionaba como un horno. Por eso, creían que podían sustituirlo con materiales calientes y llenos de vida. El razonamiento era que, si el estiércol era capaz de alimentar plantas, también podría originar seres humanos. Por supuesto, lo único que obtuvieron fueron decepciones.

El fin de los alquimistas.

Aunque la alquimia es vista como una práctica medieval, es importante aclarar que se extendió mucho más allá de la época. Adquirió el carácter de pseudociencia que conserva hasta nuestros días a partir de 1661, año en que Robert Boyle pública el libro El químico escéptico. En ese tiempo, el «al«, de origen árabe, estaba pasando de moda, y la obra de Boyle contribuyó a que el término «química», sin el prefijo, se estableciera como nombre para la nueva ciencia.

El Alquimista Muerto, Elihu Vedder (1836 1923)
El Alquimista Muerto, Elihu Vedder (1836 1923).

Boyle recuperó la teoría atómica, que los griegos propusieron muchos siglos antes y que jamás fue aceptada ampliamente. De esta forma dejó atrás la tradición de los cuatro elementos y empezó a construir una ciencia que rechazaba los dogmas, aunque provinieran de respetables filósofos de la antigüedad. Pese a esto, décadas después de publicada la obra de Boyle, nada más y nada menos que Isaac Newton pasaría incontables noches, durante más de tres décadas, calentando y mezclando metales pesados en busca de la piedra filosofal.

Se invirtieron muchos siglos en búsquedas inútiles y, a veces, cómicas. Sin embargo, es imposible quitarle mérito a la alquimia. Los alquimistas resultaron fundamentales para la química y la medicina. Entre las creencias míticas se desarrollaron ácidos minerales muy fuertes y reactivos como el ácido sulfúrico, se produjo la destilación fraccionada y se creó el vidrio. El laboratorio, un concepto que define a un espacio organizado para la experimentación, es un legado de la alquimia.

Los grimorios de la alquimia.

Los alquimistas solían registrarlo todo por escrito. Buena parte de lo que producían consistía en fórmulas y recetas, pero también recurrían al mundo sobrenatural para alcanzar sus objetivos. No había reglas y podían desarrollar rituales complicados, listar hechizos o invocar ángeles y demonios. Toda esta parte mágica de la alquimia se recopilaba en obras denominadas grimorios.

Un «grimorio» es una compilación de normas y reglas para invocar al mundo sobrenatural. Nadie lo consideraba herejía, argumentando que se trataba de manipular solamente lo que Dios había creado. En los textos se incluía un poco de todo, desde rituales mágicos supuestamente practicados por figuras bíblicas hasta personajes y lugares exóticos completamente inventados.

Cornelis Bega el Alquimista

Estos libros instruían al lector para acceder a entidades sobrenaturales poderosas o simples almas en pena, fabricar amuletos de protección y lanzar hechizos contra enemigos. Era un camino opcional, que los alquimistas tomaban cuando los experimentos en el laboratorio no daban resultado.

El Grimorium Verum, un documento atribuido a Alibeck el Egipcio, detalla la forma de crear el espejo utilizado por el rey Salomón, un artículo que proporcionaría belleza eterna a quién se reflejara en él todos los días. Mientras tanto, el grimorio de Arthur Gauntlet, un alquimista británico del siglo XVII, describía una técnica para combinar hierbas y conjurar ángeles y seres mágicos.

Actividades como estas podían llevar a las mujeres pobres a las manos de la Inquisición, y en muy pocos casos los grimorios ingresaron a la lista de libros prohibidos por el Vaticano.

De hecho, cuando el grimorio estaba escrito por una persona respetable, la obra era digna de admiración. Existe un grimorio atribuido al papa Honorio III (1150-1227) en el que compiló recetas de magia que salieron a la luz hasta el siglo XIX. Habría sido una colaboración entre el papa y nigromantes, hechiceros capaces de convocar espíritus e incluso resucitar a los muertos.

5 comentarios en “Alquimia: entre la ciencia y la magia del Medioevo”

  1. Demasiado interesante este articulo pero deja una pregunta si desde hace siglos la ciencia trabajo con conceptos místicos o hasta nigrománticos poque ahora se empeñan en creer que todo tiene una explicación científica y racional quizás hallan cosas que no podamos comprender con la ciencia como la existencia de seres superiores el verdadero origen del universo y la vida y el verdadero significado de la vida esas son preguntas que quizás no podamos responder con algo que fue inventado como la ciencia ya que al ser algo inventado por humanos no podría entender la complejidad de la existencia misma

      1. Has dado en el clavo, la gravedad, los bariones, los cuerpos celestes, el hígado, las neuronas, las placas tectónicas, todo ya estaba ahí, la ciencia es para explicar lo que existe, aún queda mucho por explicar y YaSabenUstedesQuienes usan eso para denostar la ciencia.

    1. Pero…por que insistimos en atribuir a seres misteriosos, las cosas que no podemos comprender. Por que no buscar otro tipo de explicaciones sin la necesidad de pensar en «seres sobrenaturales». Acaso nos cuesta dejar de lado nuestra herencia para fantasear con lo que no comprendemos. O somos muy perezosos para pensar?

      1. La mayoría de las personas son demasiado flojas para pensar por sí mismas, prefieren creer y repetir las ideas que les han inculcado que aprender algo nuevo, te lo dice un profesor

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