Soy una persona encantadora. Cada día me despierto, ayudo a mi hija a prepararse para la escuela y cocino el desayuno para ambos. Después, caminamos tomados de la mano hasta el colegio. En la escuela le doy un beso de despedida, unas palmaditas en la espalda y le digo que la amo. Me quedo en la puerta, observando a mi hija hasta que desaparece en ese pasillo.
Soy una buena persona.
Una vez que dejo a mi hija en la escuela, empiezo mi camino al trabajo. Sonrío a las personas que me encuentro, las saludo y les entrego pequeños estímulos. Lamentablemente, en ese recorrido al trabajo también encuentro a muchas personas sin hogar. Y, como lo dicta la amabilidad en mi corazón, les entrego cualquier cambio suelto que encuentro en mis bolsillos con la esperanza de hacer un poco más llevadero su sufrimiento.
Soy una persona útil.
Durante el trabajo, nunca faltan esas personas que no parecen entender cosas muy simples. Y está bien. Sin importar el problema que tengan, ya sea con la impresora o algún contratiempo en Excel, allí estaré para echarles una mano. Abandonaré mis labores y los ayudaré a resolver sus problemas.
Soy una persona abnegada.
Después del trabajo, no hago lo que el resto. No me subo a un lujoso auto deportivo y conduzco de regreso a casa para echarme en el sofá y ver televisión. No hago esa clase de cosas. De hecho, me dirijo al asilo más cercano para ayudar como voluntario a cuidar a los ancianos. Ayudo con la limpieza, en la cocina o simplemente escuchando a los pobres viejos abandonados. Disfruto mucho mi trabajo como voluntario allí, y el personal realmente me aprecia.
Como puedes ver, soy una buena persona.
Tras el voluntariado, inmediatamente regreso a casa. Después de todo, probablemente mi hija ya se encuentra allí. Lo primero que hago al llegar a casa es dar un abrazo a mi bella hija. Escucho con atención como estuvo su día y platico con ella. Después, voy a la cocina a preparar la cena. En primer lugar, preparo la comida favorita de mi hija: hamburguesa y papas fritas. Después un platillo simple de carne, vegetales y arroz. Finalmente, preparo un tazón de gachas por si alguien se queda con hambre.
Nos sentamos juntos en el comedor para disfrutar de los alimentos, y mientras lo hacemos seguimos compartiendo más sobre nuestro día. Después de terminar, me toca lavar los platos. Limpio una y otra vez asegurándome de que todo esté reluciente. Supondrás que después de tanto trabajo es hora de descansar. Para nada. Hay una última cosa que debo hacer.
Tomo ese tazón de gachas y voy al patio trasero. Me dirijo rápidamente al cobertizo de atrás, y allí abro la puerta del perro. Con mucho cuidado dejo el tazón en el cobertizo. «Hola, aquí tienes la comida. Termina rápido y saca el tazón. No es mucho, pero… como sea», murmuré suavemente mientras tocaba la puerta. Inmediatamente, un llanto se escucha del otro lado de la puerta. Bloqueo el ruido, sonrío para mí y entonces regreso a casa.
Y esa es mi última tarea del día. Decidí pasar un rato con mi hija en su habitación. Cuando entré, vi la forma en que su rostro se iluminó al verme. «¡Papá, papá! El bully de la escuela no se ha presentado en una semana. Empiezo a pensar que jamás regresará. ¡Estoy tan feliz!», gritaba de alegría. Yo también sonrío ante tanta alegría y respondo: «¡es una excelente noticia! Recuerda que no debes entrar el cobertizo, ¿estamos? Hay muchas cosas peligrosas en ese lugar». Mi hija asiente y sigue acurrucándose entre mis brazos.
Pienso: no te preocupas pequeña, me haré cargo de él por ti. Jamás te volverá a lastimar. Yo te protegeré, mi bella niña.
¿Lo ven? Soy un padre amoroso, responsable, servicial y desinteresado.
Soy una buena persona.
Y no le permito a nadie que lastime a mi hija.
Oh por dios me dejó con los pelos de punta
¿Quién es el «Bully»?
Buenarda
8/10