Mi hermana y yo éramos personas muy distintas. Yo poseía lo que llamábamos “proporciones de jirafa”, extremadamente alta y desgarbada. Amy tenía una estatura promedio y la tan anhelada figura de reloj de arena. Mi comportamiento era el de una antisocial mientras que ella parecía caerle bien a todo mundo. Me definí como una persona asexual a los 15 años y durante toda la adolescencia ella solía decirme que era rara y jamás sería amada.
Entonces, hace tres años recibí una llamada inesperada de su parte para invitarme a su boda.
Me había mudado al otro lado del país y llevaba una vida decente trabajando como fotógrafa independiente, además que había empezado a desechar mis inseguridades. Ella había mantenido una relación intermitente con su amor de preparatoria desde la graduación hasta que finalmente él se armó de valor y le hizo la propuesta de matrimonio. Tras disculparse porque nuestra relación se fuera al caño una vez que vine a California, me ofreció pagar por el vuelo de regreso a casa así como cubrir los gastos de la habitación en el hotel.
En ese momento decidí olvidar los viejos rencores y le pregunté por las fechas.
Por supuesto que no me sorprendí para nada cuando los motivos ocultos salieron a flote. Ella sabía que era fotógrafa y que no podría negarme cuando me solicitara hacerme cargo de sus fotografías para la boda. Me lanzó una mirada pizpireta y me recordó que pagaría para que estuviera allí. Así terminé accediendo a su propuesta. Esperaba recuperar parte del dinero por mi trabajo cuando colocara las fotografías en mi portafolio digital.
Amy decidió que su boda sería temática y todo tendría que ver con los cuentos de hadas. Se las arregló para conseguir una pradera en el bosque que era realmente bellísima y se encontraba muy cerca de la casa donde habíamos pasado nuestra infancia. Incluso yo tuve que admitirlo – si el cielo se mantenía claro y el clima agradable, aquello sería perfecto para su boda soñada.
Creo que aquí fue cuando todo empezó. Amy no dejaba de hablar sobre lo verde que se veía el césped cuando tropezó con un hongo. Mi hermana empezó a chillar pues le parecía asqueroso, pero a mí me resultó fascinante y empecé a sacar fotografías. Aquel hongo enorme era parte de un círculo, un fenómeno de la naturaleza que jamás había atestiguado en persona.
“¿Qué estás haciendo?”, me preguntó mientras me observaba como si tuviera dos cabezas.
Me encogí de hombros. “Un anillo de hadas. Así se les llama. Son perfectos para una boda ambientada en un cuento de hadas, ¿no?”. Mi sonrisa por su disgusto probablemente resultó muy evidente.
“Bueno, parece que tendremos que quitarlos de aquí”. Amy sacó el teléfono celular y se alejó del círculo. “No voy a tener hongos por todas partes, van a matar el césped y provocar que el suelo se vuelva marrón. Estoy llamando a Dane, ¿te quedarás para ayudarnos a sacarlos?”.
Inmediatamente un extraño frío me recorrió la columna vertebral. Sacudí la cabeza y agité las manos. “De ninguna forma. Sólo déjalos en su lugar, Amy. Se integrarán perfectamente a la temática de la magia, te lo prometo”.
“¡Imposible! Son asquerosos”, dijo Amy mientras retorcía la boca. “Puedes irte si quieres. La verdad es que no te estoy pagando para que lo hagas”.
Empaqué la cámara y me fui. No estaba dispuesta a soportar otro de los berrinches de Amy. Además, el círculo de hadas me pareció una cosa maravillosa. Estaba avergonzada de que mi hermana fuera a arruinar algo así simplemente por que arruinaba su concepto de belleza.
Al día siguiente Amy me “invitó” a tomarle fotografías con su vestido de bodas, una pequeña sesión antes de la boda. Naturalmente, me vi obligada a esquivar las alharacas que se hubieran generado de rechazar su propuesta.
Amy se dejaba seducir por la cámara. Mostraba los labios, coqueteaba con sus rizos, y honestamente es una de las mejores modelos con que he trabajado. Sabía muy bien cómo salir bella en las fotografías.
Entonces empezó a gritar a una de sus damas de honor. “Julie, qué diablos. ¿Por qué me pellizcas?”.
Julie levantó ambas manos. “No te he pellizcado”.
“Entonces qué… Au! Ow!”.
Bajé la cámara mientras mi hermana empezó a golpear sus brazos y muslos, de repente desapareció aquella novia llena de dicha. El lazo en su pelo se aflojó y le cayó en el rostro, hecho que la enfureció aún más. Poco después las otras damas de compañía también están bailando y gritando, aplastando insectos invisibles.
Nos retiramos al automóvil mientras mi hermana me hacía pucheros. “No es justo, tú no vas a salir en las fotografías, ¿por qué no te hicieron nada?”, me dijo.
Me encogí todavía más en mi asiento. “No lo sé. Me puse spray para los mosquitos”.
Julie examinó sus brazos mientras fruncía el ceño. “No parecen picaduras de insecto. Mira”. Estiró sus brazos de forma que pude tener una mejor vista. Los brazos de aquella pobre mujer estaban cubiertos de verdugones muy desagradables, además que algunas de estas magulladuras empezaban a ponerse negras. Hice una mueca. “Ojalá que sanen para la boda”.
“Qué así sea o no te permitiré que te pares junto a mí”, la amenazó Amy.
Los ojos de la pobre Julie se llenaron de lágrimas y después se tapó el rostro con las manos para empezar a sollozar. Rápidamente puse el auto en marcha para sacar a las mujeres de ese lugar. Esa noche pasé por Julie para tomar unos tragos después que se quitara el vestido de dama de honor y se aplicara hielo en los brazos. A la mañana siguiente, los verdugones se habían convertido en un patrón moteado de hematomas color púrpura, aunque la tranquilicé asegurándole que desaparecerían para el día de la boda.
Me dirigí a la casa de Amy para intentar convencerla de que cambiara la locación de la boda pues el lugar parecía estar infestado por algún tipo de insecto, pero la encontré furiosa por otras razones.
“Lo acabo de comprar. Es un galón entero de leche y está completamente arruinado”. Lanzó el galón de leche al fregadero y el envase terminó explotando. Trozos sólidos de leche cuajada escurrieron por el desagüe y un hedor realmente molesto inundó la habitación. Me dieron arcadas e inmediatamente me dirigí a abrir la ventana.
“Suele suceder, Amy. Escucha, sólo desayunemos y olvídate de esto, ¿si? ¿Todavía te quedan huevos?”.
Amy suspiró y se recargó sobre la cocina, pero finalmente asintió. Sus lesiones estaban mucho peor que las de Julie, incluso tenía magulladuras en el rostro. “Discúlpame, no pude dormir anoche, me estoy comportando como una idiota. No me siento nada bien, mi cuerpo parece un moretón gigante”.
Traté de distraerla un poco mientras sacaba los huevos del refrigerador y ponía a calentar la sartén. “Probablemente también sean los nervios por la boda, pero en unos días más todo esto habrá terminado”, le dije.
Rompí uno de los huevos y lo dejé caer sobre el aceite caliente en la sartén. Lo único que puede superar el olor de la leche aceda son los huevos podridos.
Amy gritó antes de dirigirse al fregadero para empezar a vomitar. La apariencia de aquel huevo era realmente asquerosa, tenía puntos verdes y marrones, y olía a muerto. Al caer en la sartén siseó un poco y la yema expulsó un líquido rojo espeso. Ese olor a sangre frita terminó provocando que me uniera a Amy en el fregadero.
“¿Huevos podridos, leche aceda, ahora qué sigue?”. Amy empezó a llorar y se tiró al suelo, sus temblorosas piernas no pudieron cargarla más.
Llevé los huevos a la basura y posteriormente la sartén, pues aquel olor jamás saldría. Después de limpiar el desastre y abrir todas las ventanas, me senté al lado de mi hermana en el sofá, frotándola para intentar que se tranquilizara y diciéndole que probablemente era culpa del refrigerador. El aparato no mantenía la comida fría.
Al día siguiente los moretones en las damas de honor se desvanecieron por completo, pero los de Amy empeoraron. Los horribles verdugones empezaron a inflamarse. Y juraría que le aparecieron nuevos aunque ella aseguró que no se había acercado nuevamente al lugar.
A medida que se acercaba la fecha de la boda, la actitud de Amy se fue haciendo muy torpe. Perdió su teléfono celular, la cartera, las llaves e incluso un collar que había pedido prestado para llevar en la boda. Se trataba de una hermosa pieza en plata con zafiros que habría complementado perfectamente las partes rosadas en su vestido. No paraba de llorar y asegurar que lo había dejado en su tocador, pero no pudo encontrarlo por ningún lado. Al final pedimos prestado un collar sencillo de perlas pues la tradición para tener buena suerte en una boda indica “algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo azul”.
El gran día finalmente llegó y recibí un mensaje de texto de Julie.
“No te presentes a la boda”.
La llamé inmediatamente pero entró el correo de voz. Debí llamarla unas diez veces antes que la dama de honor se dignara a responderme para decirme que me apurara.
No me puse nada llamativo, llevaba una falda rosa y una blusa verde con motivos blancos. Parecía una auténtica princesa de primavera, aunque Amy era la reina. Y aunque lucía espectacular se podía notar su cansancio. El maquillaje lograba ocultar los verdugones pero aún podían verse filas y filas de marcas negras y azules. Apenas puedo imaginar el dolor que experimentaba en ese instante.
Pero mi hermana estaba totalmente determinada a salir adelante. Cuanto antes se terminara esa maldita boda, más rápido podría salir de aquello.
La ceremonia fue espectacular, pese a las continuas expresiones de dolor de Amy que se escapaban entre una sonrisa y otra. La estaban mordiendo otra vez, y se lo mencioné cuando una nueva línea de verdugones apareció en su pecho. Tomé fotografías de los momentos en que sonreía. Las mejores partes de aquel día tan especial en su vida.
Cuando los novios estaban a punto de besarse, algo me tomó por atrás y me arrastró. Estuve a punto de pegar un grito pero una mano se posó sobre mi boca, después me llevó al bosque y a continuación a un automóvil.
Cuando las puertas se cerraron volteé para ver a mi captor.
“¿Julie?”.
Julie tenía un aspecto fatal. Aquellos verdugones en sus brazos habían regresado para cobrar venganza. De hecho, se convirtieron en pústulas que terminaron estallando y formando horrendas costras. En las manos llevaba unas tijeras y su mirada estaba llena de locura.
Me puse pálida. “¿Julie, qué está pasando?”.
“Ya vienen. Vinieron por mí cuando los descubrí. Yo… no creo que puedan subirse al auto pero por favor, por favor, por favor Alana quédate aquí”. Me puso las tijeras en la mano, un viejo par de tijeras oxidadas con manchas de sangre en las cuchillas.
Cuando intenté escapar, me tomó por las manos y negó con la cabeza. Miré por la ventana pero no pude distinguir mucho más que el bosque donde estábamos estacionadas, y también observé a las mujeres preparándose para el lanzamiento del ramo. “¿Julie, estás demente?”. Fue algo duro pero realmente parecía víctima de la locura.
Julie negó con la cabeza una vez más y sus ojos se llenaron de lágrimas. “Mi familia emigró desde Irlanda cuando todavía era muy pequeña. Algo me parecía familiar sobre estas marcas pero no me di cuenta hasta que tomé un sorbo de leche del refrigerador que se había echado a perder. Lo siento mucho, Alana, de verdad lo siento…”
Escuché un grito y mi cabeza se dirigió a la pradera. Había una luz, un destello dorado que brillaba en un círculo donde alguna vez estuvieron aquellos hongos.
“… tu hermana me contó lo que le hizo al círculo de hadas. No tiene esperanza”.
Aquel único grito rápidamente se transformó en un coro de lamentos. Observé a los invitados de la boda salir a toda prisa del prado mientras la luz se volvía segadora. Sus ropas se chamuscaban y sus rostros adquirieron un tono rojizo por las quemaduras.
Le quité las tijeras a Julie y salí a toda prisa del automóvil, ignorando sus súplicas porque regresara.
Ahora la luz brillaba con la misma intensidad que el sol en el cielo. Los invitados a la boda yacían inconscientes en el suelo, su piel era del mismo color que una langosta recién cocinada. Dane estaba tendido en el suelo, sus ojos se habían chamuscado y una daga de plata le sobresalía del pecho. Me dirigí a la fuente de luz.
Mi hermana era escoltada hacia la luz, y su vestido ondeaba como si hubiera una tormenta de viento. Su rostro, intacto, parecía hipnotizado por lo que había dentro de esa luz.
Todo lo que pude observar fue un torso y un brazo que se extendieron hacia ella, y entonces también grité. En torno a la muñeca del brazo se encontraba el collar de zafiros que había perdido.
Amy tomó lentamente aquella mano… y la empujaron a la luz.
Después de esto terminé desmayada. Al despertarme me encontraba en el hospital, Julie estaba en una silla al lado de mi cama.
Resulté con quemaduras de primer grado en todas las partes expuestas de mi cuerpo, pero tuve suerte. Todas las demás personas en el suelo murieron. Nadie se molestó en tratar de encubrir lo que había visto, se trataba de un arma química o una fuga de gas.
Alguien provocó aquello que le pasó a mi hermana. Su cuerpo jamás fue recuperado. La perdí.
¿Pero, por qué saco a colación esto hasta el día de hoy? Bueno, Julie y yo nos casaremos dentro de pronto.
Esta mañana, cuando salí al patio de enfrente me encontré con un círculo de hadas. En el medio del círculo estaba el collar de perlas que presté a mi hermana, pero le habían agregado un zafiro azul justo en la garganta.
“Algo prestado, algo azul”.
Terror…lesbianas…tijeras…
De miedo
Terror…hongos alucinogenos…lesbianas…wow 😀
Muy bueno, inesperado.
Buenisima