Síndrome del Impostor, la costumbre del autoboicot

¿Tienes un amigo dedicado y exitoso que no deja pasar la oportunidad para asegurar que “todo lo conseguí por suerte”, “la competencia era poca, por eso entré”, “esperan demasiado de mí, pero no soy tan bueno”? A primera vista puede parecer un acto de humildad, pero esto podría encajar en algo mucho más complejo: el Síndrome del Impostor.

Sindrome del impostor

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El respeto no se mendiga

La psicoterapeuta inglesa Philippa Perry, en su obra How to Stay Sane, argumenta que “nuestra cordura y felicidad tienen que ver más con nuestras relaciones interpersonales que con el estado del clima, en que trabajamos o cuales son nuestros pasatiempos. Andamos por ahí, ganándonos la vida, conquistando cosas y haciendo alarde de todo eso (o no), pero lo que más nos afecta son las personas a nuestro alrededor: nuestros padres, nuestros hijos, nuestros amantes, nuestros colegas, nuestros vecinos y nuestras amistades”.

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No te conformes con las sobras

Así como Los Panchos, anhelamos esa bendición del amor tranquilo, con sabor al otro, a fruta dulce, queremos siempre todo el amor que tiene esta vida. Esa hambre de amar hace que el corazón llore todos los días, desesperado. A veces con tanta austeridad, el pobre sufre en este mundo de sabores amargos ocultos en frutas que parecen dulces. En medio de tanta hambre, alguien nos ofrece las sobras – y en una situación donde no tenemos nada más que suministrar, ¿entonces, por qué no tomar solo un poco de ese sentimiento que se asoma en la esquina del plato?

pareja enamorada escuchando musica

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El hombre, el niño y el burro

Cierto día, un padre y su hijo llevaban a su borrico al mercado, tirando del animal con una cuerda. Durante el recorrido, las personas que pasaban a su lado soltaban carcajadas y comentaban: “¡Si serán bobos! ¿Acaso no saben que pueden montar el burro en lugar de caminar?”.

fabula el hombre niño burro

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Cualquier cosa, yo te llamo

El calor nocturno estaba insoportable, incluso para ese verano tan sufrido, aquel viernes estaba siendo realmente cruel. No había ni una sola gota de brisa que me acariciara el rostro. No tenían ni ventilador, solo un aire acondicionado que arrancaba cuando le daba la gana. El verano, ese clima del carnaval, las copas y las latas de cerveza vacías, aquella risa alta y las conversaciones llenas de provocación hicieron que por poco me olvidara que era una persona en recuperación.

manos tatuajes palomas

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