¿Te suenan los títulos de Black Mirror, “1984” de George Orwell o “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick? Entonces ya sabes lo que es una distopía, quizá no estés consiente pues la palabra no parece para nada amistosa, pero ya tienes la idea. Y no es un tema moderno, un acervo impresionante de obras literarias y audiovisuales hizo que los humanos del siglo XX se detuvieran y reflexionaran sobre el grado de distopía en que estaba sumergida su vida. Tampoco es casualidad que esas obras sean motivo de adoración entre los nerds de nuestros días.
Sin embargo, para conocer el mundo del pesimismo, primero hay que vivir en el del optimismo. Y como muchas otras historias, la del pesimismo inicia con una palabra llegada de la Antigua Grecia: τόπος (que traducida al latín dice “topos”).
Esta palabra después se tradujo al castellano como “lugar” y originó una vieja disciplina que depende de la geografía, hablamos de la topografía, cuyo significado literal es “descripción de un lugar”. Τόπος también fue el origen de algo mucho menos aburrido: la utopía, o el “no lugar”. Es decir, desde su concepción etimológica un lugar que empieza no existiendo.
Tras incontables guerras y dos conflictos bélicos mundiales el mundo está harto del sufrimiento, por lo que no han sido pocas las veces que los seres humanos han buscado un lugar imaginario que, literalmente, es demasiado bueno como para ser verdad. Sin embargo, la palabra utopía se quedó en el imaginario popular desde el año 1516, cuando fue acuñada por un pensador inglés llamado Tomás Moro.
Desilusión de la utopía.
Después de medio siglo, muy pocas personas están convencidas de que la civilización humana se aproximó a una realidad utópica. El avance de la tecnología y la Revolución Industrial no se tradujo en una reducción importante en la carga de trabajo sobre la población proletaria que, relegada a los suburbios y periferias de las grandes metrópolis, no supo lo que era el descanso, las leyes laborales o el derecho a un salario digno durante todo el siglo XVIII.
La invasión imperial de las potencias económicas emergentes sobre el continente africano inclinó la balanza del juego geopolítico en Europa y desencadenó la Primera Guerra Mundial. Después de esto sufrimos la caída en la bolsa de Nueva York, el ascenso del fascismo y el comunismo, y la gestación del peor conflicto armado en la historia de nuestra civilización: la Segunda Guerra Mundial. Entre toda esta marea de malas noticias y eventos surgió la literatura distópica.
John Stuart Mill fue el primero que propuso el término “distopía” en 1868 cuando sintió la necesidad de acuñar una palabra que expresara lo suficientemente bien la inversión del concepto utópico de Moro en la era industrial. Pero el pionero de esta forma de pensamiento apareció casi un siglo antes, con el escritor irlandés Jonathan Swift y su popular sátira “Los viajes de Gulliver”.
En esa obra, un marinero inglés hace un viaje a través de cuatro diferentes países, y la retorcida sociedad en cada uno de estos lugares siempre es resultado de la exageración sarcástica del poder de una idea o grupo que existe en la realidad.
En Laputa, una capital tecnocrática situada en una isla de roca flotante, se encuentra una élite dedicada exclusivamente a la ciencia y el arte, totalmente incapaz de darle una finalidad práctica a sus conocimientos. Como resultado tenemos un miserable reino a la sombra del Leviatán. En otro de sus destinos, Luggnagg, el marinero conoce a una raza de inmortales condenados que envejecen hasta llegar a un estado deplorable sin morir jamás.
Literatura distópica.
Para 1895, H.G. Wells publica La máquina del tiempo. Esta obra de ciencia ficción no solo ofrece uno de los primeros viajes ficticios en el tiempo, sino que también ilustra a la Tierra en el año de 802,701. En 1932 aparece Aldous Huxley con Un mundo feliz. Y en 1948 George Orwell con su obra 1984.
En Un mundo feliz, todos los seres existentes atraviesan un condicionamiento a nivel biológico y psicológico que garantiza su obediencia absoluta a una sociedad de castas. En nuestros días, ese libro de Huxley resulta profético al prever los avances de la ciencia moderna y la tecnología reproductiva y manipulación genética.
Mientras tanto en 1984, una máquina gubernamental burocrática dirigida por el Gran Hermano, un dictador con los mismos rasgos físicos que Stalin, altera el lenguaje de su pueblo para disuadirlos de pensamientos prohibidos, y a diario también revisa y modifica el histórico de noticias para garantizar que el momento actual se encuentre en perfecta sincronía histórica con el pasado.
La crítica considera a esta novela de Orwell, un socialista confeso, un gancho al hígado al distorsionar los valores defendidos por los regímenes totalitarios del siglo XX.
En la época de las redes sociales, el camino se encuentra abierto para las distopías tecnológicas como las presentadas en Black Mirror. La idea jamás pierde el atractivo: después de todo, como el propio título de la serie lo sugiere, una distopía es un espejo negro, versiones tergiversadas de futuros que están a la vuelta de la esquina. Es complicado no sentirse identificado. Y estos ejemplos siguen en obras como Maze Runner y Los juegos del hambre.
Por lo tanto, una distopía es una historia con una moraleja. De forma general, involucra la denuncia de regímenes dictatoriales, tiranos o autocráticos. Pero, más allá de eso, es una ventana abierta a las consecuencias de cualquier tentativa de encasillar y dar dirección a algo tan diverso como la civilización.
Heeyyy Hery se te fue la liebre, el autor de la naranja mecanica no es Stanley Kubrick, es Anthony Burgees, Kubrick fue el director de la película
Y es menester preguntarle mi estimado drugo en cual de las dos presentaciones cree usted, que es más joroschó vuestro humilde narrador: ¿película o libro?.
Falta agregar a la lista de visiones distópicas, la trilogía de Divergente de Verónica Roth.
Divergente es para adolescentes…
como se atreven a meter dentro del mismo saco a divergente y los juegos del hambre con 1984 y un mundo feliz…
justo lo que pense, no m-a-m-a-r, divergente y los juegos del hambre, ya nomas falta meter c-r-e-p-u-s-c-u-l-o para tener la triologia m-ie-r-d-e-ra
no revuelvan eso con 1984 y un mundo feliz, si hasta en los perros hay razas
Estos últimos años son como la sociedad de «un mundo feliz»