Los tormentosos antojos del embarazo

Las primeras semanas del embarazo transcurrieron con normalidad. Conforme avanzaba la gestación, mi esposa se obsesionó con los antojos. A mitad de la noche me exigía un sándwich de plátano y chocolate, papas fritas o fresas con crema. Hasta ese momento los antojos eran normales, aunque empezaba a preocuparme un poco su intensidad. Cuando no le daba exactamente lo que se le antojaba, terminaba tirada en la cama retorciéndose como si experimentara un dolor físico.

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Acudimos al médico para una evaluación, pero no encontraron mayor problema. De hecho, el tratamiento parecía hasta obvio: darle todo lo que se le antojara. La situación empeoró a partir del cuarto mes, cuando esos antojos se volvieron muy extraños y específicos. Además, experimentaba un hambre tan intensa que se ponía histérica y empezaba a gritar hasta que la saciara. Eventualmente, esa mujer que esperaba a mi hijo me hizo la solicitud más extrema hasta ese momento: un ratón vivo.

Creerás que estoy loco por acceder a cumplirle el antojo. Pero tendrías que estar en mis zapatos para entender por qué dije que sí. Tú no viste al amor de tu vida llorar como un animal maltratado. Intentando zafarse de las ataduras y golpeando su cabeza contra la pared hasta casi desfallecer. No podía verla sufrir de esa forma. Su hambre no hacía más que crecer y yo me sentía un auténtico monstruo visitando las tiendas de mascotas buscando antojos cada vez más grandes. Únicamente lo hacía por amor.

Cuando estaba por cumplir los nueve meses de embarazo, recuerdo haber pensado que la pesadilla estaba por terminar. Sin embargo, un día la encontré observando por la ventana a los niños del vecindario jugando en la calle. Se volvió hacia mí y con los ojos llenos de lágrimas y miseria, me externó su último antojo: un niño. Sí, un pequeño humano vivo.

En sus ojos se notaba que la idea la aterrorizaba tanto como a mí, pero no podía evitarlo. Y cuando le dije que no, reaccionó como nunca antes. A los frenéticos arañazos le siguió el terrible rechinar de dientes y un frenético forcejeo. Entre sollozos, mi mujer aullaba como un animal salvaje. Destrozó aquella habitación con una fuerza sobrehumana mientras el hambre parecía consumirla por dentro. No fue sino gracias a un milagro que logré contenerla en la cama.

Los antojos ya eran demasiado. Finalmente llamé a la policía con la clara intención de que la internaran en un hospital psiquiátrico. Por su propia seguridad y la de nuestro bebé.

Sin embargo, mientras acompañaba a los oficiales hasta la puerta de la habitación, me percaté de que los llantos se detuvieron. De alguna forma, aquel silencio me resultaba mucho más espeluznante. Contuve el aliento mientras abría la puerta y exploraba aquella terrible oscuridad.

“Por Dios”, susurré mientras se formaba un nudo en mi garganta.

Mi esposa se fracturó las muñecas para zafarse de las ataduras. La encontré agachada, sin ropa y empapada de suciedad. Sus dedos no tenían uñas, pues las utilizó para desgarrarse el vientre. En ese momento se llevaba a la boca un pequeño trozo de carne. El último recuerdo que tengo de ella son sus ojos, desorbitados y enrojecidos por la sangre. Ojos de los que brotaban lágrimas que escurrían por sus mejillas mientras sollozaba.

“Lo siento mu-mu-mucho …”, jadeó mientras masticaba una manita entre sus dientes.

“Es que tenía mucha hambre…”

/nomass39

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