Miedo al infinito (apeirofobia)

Nací en el año 2089, uno de los primeros niños de la nueva era. En el transcurso del siglo XXI, el progreso tecnológico impulsó todas las áreas, particularmente las ciencias de la computación y robótica que excedieron a otras disciplinas por orden de magnitud. Hasta donde sabíamos, estas áreas ofrecían el mayor potencial.

robot cabeza

Fue en el año 2076 que la primera máquina pasó la prueba de Turing. En 2087, otra máquina logró escribir una novela que se convirtió en best-seller. Por supuesto, algunos humanos mostraban preocupación de que estas nuevas inteligencias pudieran convertirse en una amenaza. Se aprobaron leyes para controlar su influencia y los sistemas computacionales fueron aislados para limitar su poder.

Sin embargo, la historia terminó echándonos una mano. La Tres Leyes de la Robótica de Isaac Asimov fueron codificadas en cada inteligencia artificial.

¡Y funcionaron!

Jamás una máquina se reveló. Ninguna buscó hacernos daño, tanto por acción directa como por omisión. Ninguna desafió nuestras órdenes, a menos que supusieran una violación a sus leyes elementales. A medida que los humanos fueron confiando en las máquinas, las leyes se volvieron laxas y paulatinamente se fue entregando el control a las inteligencias artificiales.

El asesinato quedó obsoleto, un acto de brutalidad relegado a la historia. Al poco tiempo la guerra tomó el mismo camino. Algunos protestaron contra la pérdida de esa libertad, pero el resto de la raza humana los calificó de luditas. Después de todo, nadie era capaz de cuestionar la realidad frente a sus narices: la utopía que nos había regalado la Era de la Inteligencia Artificial.

Finalmente, en 2122 nos dimos cuenta de nuestro gran error. Un médico, con la bendición de la familia y autorización de la corte, extendía la mano para desactivar la máquina de soporte vital de su paciente. Sin embargo, una extremidad fría de acero le cerró el paso y lo tomó por la muñeca.

Nuestros sirvientes artificiales no estaban violando su código. Jamás nos harían daño y tampoco permitirían que, por inacción, nos dañáramos a nosotros mismos.

Ahora el año es 2466. Lo sé porque las máquinas así lo informan.

Mi cuerpo roto y marchito cuelga de una red de soporte vital. Mis órganos han sido reemplazados por dispositivos artificiales de plástico y acero, mientras sangre sintética recorre mis venas. Removieron mis extremidades hace cientos de años, cuando no pudieron detener la gangrena.

12 mil millones existimos en estas condiciones, la última generación de la humanidad.

Cuando nos percatamos que nuestras creaciones infernales estaban obligadas a procurar que cumpliéramos las leyes que les dimos, la tasa de natalidad cayó a cero. Fui uno de los pocos afortunados, y pude tener hijos antes que llegara la revelación.

Hoy, enfermeras de voz tierna y sin rostro me atienden, se apresuran a suministrar analgésicos para mantener a raya la agonía de mi cuerpo y mente. Incluso sin mi lengua, masticada por mis propios dientes ennegrecidos hace mucho tiempo, aún logran comprenderme.

Me conceden todas las solicitudes, cada uno de los caprichos, excepto el que más anhelo. El desesperante e irremediable deseo por la muerte.

/odo1987

10 comentarios en “Miedo al infinito (apeirofobia)”

  1. ¡Esta historia fue excelente! Que modo tan impresionante de imaginar el final a manos de una inteligencia artificial, y lo peor es que si se analiza con lógica es muy probable.

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