Los mejores 100 segundos de la vida

Vivo en un condominio donde las ventanas de los departamentos se encuentran en ángulos que proporcionan poca privacidad. Cuando las luces se encuentran encendidas y las persianas levantadas, prácticamente es posible ver todo lo que sucede al interior de cada unidad. A veces, me dirijo a la cocina para tomar un vaso de agua por las madrugadas y puedo ver al vecino de enfrente en su comedor.

condominio vecinos

Es un hombre calvo de aproximadamente 40 años. Generalmente viste una bata color crema o en un tono rojo desteñido. Casi siempre tiene un vaso de leche al lado y, ocasionalmente, lo acompaña con un puro que fuma bajo el tragaluz. Sus gafas con montura de cuerno y la sombra de una barba recién afeitada son tan poco notables como las de cualquier otro extraño que labora en este lado de la línea Estatal de Nueva York.

Sin embargo, hay algo en este sujeto que me intriga.

Jamás hemos ido más allá de un incómodo “buenos días”. Nunca procuramos una conversación. Pero algunas noches, también me siento en el comedor con un vaso de leche fría y un cigarrillo que saco de un antiguo paquete que guardo en el tocador. A veces, cuando la soledad te rebasa, es bueno saber que hay alguien más sintiéndose solo.

Pero una noche, el mes pasado, el vecino de enfrente y compañero de madrugadas me propuso que me uniera a él.

Realmente no supe qué hacer. La invitación fue muy amable, sin ningún tipo de malicia. No parecía molestarle que lo observara. Creía que tenía ganas de hablar. Consideré la propuesta un par de minutos. Fui a ver al bebé, le di las buenas noches a mi esposa y me puse una bata color crema. Después, bajé las escaleras a trompicones y salí por la puerta del atrio para recibir el inclemente aire frío de otoño.

Encontré a mi nuevo amigo esperando en la entrada del edificio adyacente. Su mirada a través de las gafas me produjo una serie de escalofríos incómodos en la columna vertebral. Le indicó al guardia de seguridad que me dejara pasar y lo seguí sin mediar palabra hasta el ascensor. Ingresamos y se produjo un silencio incómodo durante varios segundos antes que presionara el botón marcado con el número 5. El mismo piso que el mío.

“Hace frío afuera”, murmuré. “Creí que el fin de semana estaría un poco más cálido”.

El sujeto sonrío vagamente para indicarme que estaba de acuerdo con lo que acababa de decir. Las puertas del elevador se abrieron y dio un paso al frente para desplazarse por el pasillo mientras la bata color crema se movía detrás de él. Dudé.

hombre adulto con gafas

“Tranquilo, muchacho”, dijo riéndose. “El guardia de la noche vio cuando entraste. Creo que saldrás con vida de mi apartamento”.

“¿Pero, por qué quieres que entré?”, le pregunté. “Si no te importa…”

Se encogió de hombros.

“Para nada. Bueno, parecía que necesitabas hablar con alguien. Quizá yo también”.

Me reí.

“O tienes una excelente vista, o soy muy evidente”.

Otra sonrisa astuta.

“Un poco de todo. Me llamo Brandon. ¿Y usted?”.

“Michael”.

Asintió.

“Ahora somos conocidos. Hemos dejado de ser extraños. Entonces, de un padre que no puede dormir a otro, ¿qué tal te va Mike?

Salí de aquellas amplias puertas de metal.

“¿Tienes algo de whiskey para esa leche?”.

Brandon asintió con la cabeza.

“También Kahlua”.

Y así recorrimos el pasillo hacia la unidad 21C. Los pasillos del edificio suelen estar bien iluminados y decorados con motivos florales y paisajes, también tienen jarrones de vidrio que aparentemente no tienen nada en el interior. Una enfermera pasó justo al lado de Brandon y le hizo un gesto de cortesía. Buscó las llaves para abrir la puerta de su apartamento.

habitacion lujosa

Fue complicado no sorprenderme. Me recibió la esencia misma del lujo: en el comedor colgaba un magnífico candelabro que iluminaba una lujosa mesa de roble. En el estudio, una alfombra persa se alineaba a la perfección cubriendo parte de un piso de duela limpio y reluciente. Las impecables vidrieras lucían hermosas piezas de porcelana. En la pared, un enorme televisor de 70 pulgadas estaba rodeado de numerosos adornos y cuadros con marcos en oro y plata. Aquel pequeño espacio de dos habitaciones parecía el penthouse de un hotel lujoso.

“Veamos que tiene para darnos el famoso Jackie”, bromeó Brandon mientras se dirigía a una pequeña cantina. “El gran Lebowski. Qué película. Me he enganchado desde entonces. ¿Supongo que lo quieres en las rocas?”.

Respondí que sí.

“Excelente”.

Brandon regresó con un vaso de cristal y un par de habanos. Los puso sobre la mesa de la cocina y se dirigió a los gabinetes para buscar la cajetilla de fósforos. Tras un instante, tomó asiento y encendió el suyo con un movimiento circular impecable.

“Que se vaya por la ventana”.

Asentí y fui a hacer lo mío.

“Entonces, ¿en qué puedo ayudarte, Brandon?”.

“Una mujer llamada Melissa se presentó hoy en mi clínica”, empezó.

“¿Eres médico?”.

Simplemente asintió.

“Hace algunos meses, Melissa perdió a su esposo e hijo en un accidente automovilístico”.

“Qué terrible”, murmuré. “Debe ser difícil lidiar con esta clase de situaciones a diario”.

Brandon me regaló la misma sonrisa menguante antes de darle un trago a su ruso blanco.

“Fue al consultorio para un chequeo de rutina, nada más”, murmuró entre una nube de humo. “El accidente fracturó su columna vertebral. Jamás volverá a caminar. Pero todavía debe revisarse las suturas y otras lesiones para descartar una posible infección. Nosotros nos encargamos de que la ‘terrible’ situación de Melisa no se vuelva aún peor. Y nada más”.

“No puedo imaginarme ser tan positivo”, agregué. “Parece muy extenuante”.

Brandon asintió con la cabeza.

“No debes hacerlo”.

Sus palabras me confundieron.

“¿Cómo, no es tu deber?”, le pregunté. “Como médico, uno de tus objetivos es mostrarte siempre positivo con tus pacientes, ¿no?”.

“Puedes ponerte una máscara”, murmuró. “Una de esas máscaras de alegría que dicen que todo estará bien. Ya sabes… sé feliz. La vida mejorará. Siempre hay calma después de la tormenta. Ya has leído todas esas galletas de la fortuna. Has escuchado hasta el cansancio los clichés, parábolas y canciones pop que exaltan a las personas a dar lo mejor de sí, incluso cuando las únicas cosas que les importan están nadando en estiércol”.

lujo pequeño tazon de azucar

Brandon tosió a través del puro y sonrió con cierto disgusto.

“Solo tienes que decir cosas de esa clase”.

“¿Eres uno de esos nihilistas?”, bromeé. “Como en la película…”

“Me gusta ser realista”, respondió con cierta molestia. “Lo suficiente como para darme cuenta que esa clase de estupideces no funcionaría con Melisa”.

“Disculpa, fue una broma muy tonta. ¿Entonces, qué le dijiste?”.

Brandon agitó una mano como diciendo que no había problema.

“No moje los puntos. Asegúrese de tomar el medicamento para el dolor a la hora indicada. Si no tiene un cuidador, el hospital puede proporcionarle uno. Ya sabes, cosas por el estilo. Ayuda a no involucrarse en preguntas psicológicas más profundas. Eso se lo dejamos a los psiquiatras”.

Asimilé lo que me acababa de decir por un instante.

“Me parece bien”.

Él asintió.

“La empatía es algo peligroso. Nadie puede esperar que una persona lleve a cuestas todo el dolor del mundo. Mucho menos los médicos. Es demasiado para cualquiera”.

Brandon dio otro trago a su bebida.

“Pero esta mañana, Melissa me engañó”.

“¿En qué forma?”.

“Hablábamos sobre los sueños. Desafortunadamente, las contusiones cerebrales pueden tener como efecto secundario sueños vívidos. En su caso, necesitaba encontrar una forma de distinguir entre lo que era vívido y ordinario. Le pedí detalles sobre sus sueños”.

“¿Y?”.

“Melissa mencionó que había soñado con su hijo. Estaba atrapado en un muro de agua y no podía alcanzarlo”.

Tragué saliva.

“Parecía que necesitaba una segunda opinión. Un seguimiento psicológico. Se lo sugerí, pero no lo tomó nada bien”.

“¿Por qué lo dices?”.

Brandon suspiró.

“Tomó un tenedor y lo introdujo en un tomacorriente”.

“Maldición”.

“Jamás vi algo parecido en veinte años. La corriente fluyó de la pared a su cuerpo descompuesto. El corazón de Melissa se detuvo durante exactamente 100 segundos antes que pudiéramos llevar el desfibrilador al consultorio para reanimarla”.

“Terrible”.

“Debo admitir que me tomó por sorpresa. Por decirlo de alguna forma, la máscara se me cayó. Había visto y tratado a esta mujer durante meses. Sentía que ya la conocía. Incluso sabía lo que soñaba, y creí que tal vez… sólo tal vez, el psicólogo, la medicina y todo lo demás la habían orillado a esto. Habló sobre salir con otras personas y volver a intimar. Habló sobre un nuevo comienzo. Todo aquel trabajo resultó inútil, al menos desde mi perspectiva, en el momento que decidió quitarse la vida”.

“¿Y qué hiciste?”.

“Violé un montón de protocolos. Seguí el caso de Melissa en la sala de emergencias y durante su recuperación. Un poco más tarde, ese mismo día, de alguna forma recuperó la conciencia y le mentí al médico de guardia para poder verla”.

Brandon le dio una calada profunda al puro.

“Quería gritar y decirle lo estúpida que era por perder el poco tiempo que tenemos. Quería que supiera que no había nada después de esto, y si lo había, seguramente sería peor de lo que tenemos ahora. Me mintió. Les mintió a todos. Estaba furioso”.

Brandon se levantó para prepararse otra bebida.

“Me doy cuenta que hay un ‘pero'”.

Él asintió.

“Pero, cuando fui a ver a Melissa… estaba extremadamente feliz. Es la única forma en que puedo describirla”.

“¿Feliz?”.

playa paradisiaca

“Estaba sentada allí, en esa cama de hospital, con el cuerpo cubierto de cables y líneas intravenosas de la cabeza a los pies. Había marcas de quemaduras sobre su piel, como si se tratara de un maldito espectáculo de terror, y ella tan campante con una sonrisa en la cara”.

Brandon suspiró y empezó a mezclar su cóctel.

“Me dijo que había experimentado los mejores 100 segundos de su existencia”.

No pude evitar soltar una risa, aunque más tarde terminé arrepentido.

“Me dijo que vio a su esposo. También a su hijo. Ambos jugaban en una hermosa playa de arenas blancas cubierta de guijarros frente a un gigantesco océano azul. Al pequeño siempre le encantó montar olas en un boogie rojo. Vio a su hijo de una forma tan clara como el día, entre las olas, y cada ola con una altura adecuada que lo llevaba a salvo hasta la orilla. Parecía tan feliz que… Melissa se sintió en paz”.

Brandon sollozó ligeramente.

“También conversó con su esposo. Él también se encontraba en esa playa. Le dijo que la perdonaba por todo. Sabía que fue un accidente. Sabía que volverían a estar juntos otra vez. Solamente debía esperar un poco”.

Hizo una pausa.

“Todos esos sentimientos de culpa, miseria y angustia que había acumulado en su interior desaparecieron como aquellas olas de tamaño perfecto entre la arena”.

Otra pausa.

“Los mejores 100 segundos de su vida”.

Pensé en aquella historia con las últimas gotas de whiskey y un trozo de cigarro que se acercaba a mis dedos. Brandon se puso de pie para preparar un tercer trago. Pero algo no andaba bien. Parecía que faltaba algo.

“Pero… ¿por qué Melissa intentó quitarse la vida en un hospital?”

Brandon observó con nostalgia una fotografía enmarcada que descansaba sobre la cafetera. Era un hombre joven sentado con una niña sobre el regazo. Brandon sumergió los dedos en la bebida y sonrío con tristeza. Después, toda su mano empezó a girar lentamente.

“Quizá no quería morir”.

“¿Eso qué quiere decir?”.

Consideró la respuesta un momento.

“Quizá sólo quería visitarlos un rato”.

Dejó de mover la mano y me observó con sus esperanzadores ojos azules.

“Oye, tienes tu teléfono celular a la mano, ¿verdad?”.

Le respondí que sí.

“¿Y viste a la enfermera de al lado?”.

Asentí.

“Bien”.

ojos de sorpresa

Los acontecimientos posteriores se desarrollaron extremadamente rápido. No sospeché lo que Brandon planeaba hacer frente a mí aquella noche. Fue algo estúpido. No observé cuando dirigió la mano al tomacorriente. Sin embargo, las chispas y el hedor a piel quemada pintaron en mi cerebro la imagen perfecta de lo que había sucedido. Volteé para vomitar, pero Brandon se mantuvo en esa posición, como si su brazo estuviera pegado al tomacorriente, mientras unos rayos blancos y calientes vibraban sobre su mano empapada.

Su corazón se detuvo por 200 segundos.

Los servicios de emergencia y la policía arribaron en tiempo récord. La enfermera de al lado entró al escuchar mis chillidos. Era demasiado tarde. Mi nuevo amigo murió en su cocina con un vaso de whiskey derramado a su lado.

Se había divorciado y no tenía hijos vivos.

Ha pasado un mes y no me atrevo a idealizar o romantizar a este hombre. De hecho, consideró que actuó de forma egoísta sobre todo si consideramos el trauma que me dejó a mí y al resto. Sin embargo, espero que Brandon haya visto su playa por última vez.

A veces, todavía veo la luz de su cocina encendida.

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