En nuestros días, el Hospital Real de Bethlem figura como un moderno hospital psiquiátrico de Londres. Sin embargo, cuando estudias los terribles actos cometidos aquí en el pasado terminas descubriendo porque, incluso hoy, es sinónimo de locura y desorden. En 1247, la Iglesia abrió este lugar como una casa de beneficencia y más de un siglo después, en 1357, decidió convertirlo en una institución para tratar la locura.
El obispo italiano Goffredo de Prefetti fue uno de los primeros administradores del lugar, que por aquella época se encargaba de recolectar fondos para las Cruzadas a través de la limosna. Por esos tiempos, era una práctica común que las figuras religiosas se hicieran cargo de los indigentes, que solían (y suelen) padecer desórdenes mentales.
Bedlam, la “casa de locos”.
Al paso del tiempo se perdió la fecha exacta en que la instalación empezó a dedicarse exclusivamente a enfermos mentales, aunque para 1330 ya lo referían como un hospital, y varias décadas después se hizo de fama como una casa para locos. El hospital Bethlem figuró como el primer manicomio del continente europeo, y ha sido un centro para tratar padecimientos mentales durante más de seiscientos años. Sin embargo, durante mucho tiempo los internos fueron víctimas del horror, la inmundicia y un abuso inimaginable.
En la primera década del 1600, un reporte señalaba que una de las alcantarillas del hospital se bloqueaba regularmente por la suciedad acumulada en la entrada. En esa época la relación entre higiene y salud era nula, por lo que incluso los hospitales normales estaban sucios y en Bethlem las cosas eran mucho peor.
La primera gran remodelación del Hospital Bethlem.
A finales del siglo XVI, todos convenían que el lugar necesitaba una profunda remodelación, aunque jamás tuvieron la intención de mejor la atención prestada. De hecho, cuando se reconstruyó el hospital a las afueras de la ciudad sólo se enfocaron en el aspecto estético del mismo. Y es que, sin financiamiento público, se hacía necesario que el hospital mantuviera su fachada como casa de asistencia social.
La fachada del nuevo edificio fue diseñada por un topógrafo llamado Robert Hooke, quien incluyó columnas corintias y una torreta adornada por una cúpula. De hecho, el diseño se inspiró en el Palacio de las Tullerías ubicado en París. También contaba con amplios jardines y caminos arbolados. Sin embargo, el interior del hospital daba cuenta de su terrible realidad. Los pesados adornos instalados en la parte frontal del edificio provocaron que la estructura se agrietara. Cuando llovía, el interior se inundaba por completo. Y como lo habían construido sobre un relleno de escombros, pronto los cimientos del hospital Bethlem empezaron a colapsar.
Tratamientos brutales.
En el siglo XVII, el infame manicomio terminó inspirando diversos dramas jacobeos y baladas. El hospital Bethlem sirvió como laboratorio para explorar los alcances de la locura, así como para determinar sobre quién recaía el poder de decir si una persona estaba cuerda o no. En la primera parte de la comedia jacobea “The Honest Whore”, escrita por Thomas Dekker y Thomas Middleton, Bethlem aparece por primera ocasión como escenario.
La reputación de Bethlem como un trozo de infierno en la Tierra terminó convertida en una profecía auto cumplida. Mientras más infamia acumulaba el famoso manicomio, peor eran las condiciones para los pacientes.
Le llegada de la familia Monro.
En 1728, James Monro se convirtió en jefe de médicos del hospital, dando inicio al control del lugar que se mantendría con su familia durante las próximas cuatro generaciones, sumando un total de 125 años. Cuando los Monro empezaron a auspiciar el funcionamiento del hospital, el trato a los pacientes empeoró de forma drástica a medida que fueron implementando “novedosos” tratamientos en las boticas y “revolucionarias” técnicas para las cirugías.
Muchos internos sufrieron terribles golpizas, pasaron hambre y fueron sumergidos en tinas con hielo. El régimen dietético para los pacientes era insuficiente, pues la mayoría padecía desnutrición. Los gobernadores jamás proporcionaban alimento suficiente a los pacientes, a menudo confiándose en el obsequio de provisiones básicas y los recursos que los auxiliares podían adquirir.
Era común que los pacientes fueran alimentados dos veces al día con una dieta simple y reducida. Esta sistemática desnutrición de los enfermos era un reflejo de la teoría humoral, donde se creía que al racionar los alimentos y privar a los enfermos de una dieta rica era posible frenar a los espíritus y restaurar el equilibrio en el organismo.
Atracción turística de locos.
En un principio, el hospital abrió las puertas al público con la intención de que los familiares visitaran a sus enfermos. Y aunque resultaba imposible un ambiente familiar en aquellas condiciones, la iniciativa terminó llamando la atención de los acaudalados londinenses. Para Londres, el sufrimiento de aquellos enfermos se convirtió en una especie de entretenimiento. Aunque es imposible constatarlo, algunos rumores dicen que la decisión de abrir el hospital al público obedecía a la necesidad de recaudar ingresos. Con una donación sugerida de 10 chelines, rápidamente los recorridos por Bethlem empezaron a ser muy lucrativos.
En una especie de obra teatral se exhibía a los pacientes, su extraño comportamiento y los crueles tratamientos a los que eran sometidos. Mujeres con finos vestidos y pañuelos en la nariz recorrían los pasillos de Bethlem como si hicieran un recorrido por la Casa de los Horrores.
Aquellos internos considerados peligrosos se mantenían encadenados de forma permanente, mientras que a otros les permitían recorrer el lugar. Los tratamientos para enfermedades mentales iban desde la inmersión en agua helada, pasando por las golpizas hasta el confinamiento en jaulas reducidas. Sin mencionar la inanición y el aislamiento. También contaban con una terapia “rotativa” que consistía en hacer girar a los pacientes sobre una silla que colgada del techo hasta que vomitaban.
Muchos internos que tenían posibilidad de sobrevivir a su enfermedad terminaron pereciendo a causar de las supuestas terapias. Es más, cuando veían que una persona era demasiado frágil para resistir el tortuoso trato en Bethlem, simplemente se rehusaban a aceptarla como paciente.
El fin del terror en Bethlem.
Mientras los Munro tuvieron hegemonía sobre el hospital, las atrocidades continuaron sistemáticamente. El último superintendente fue Thomas Munro, cuya renuncia apareció en 1816 tras un escándalo donde se le acusaba de “falta de humanidad” con los pacientes de Bethlem. Una vez que los Munro perdieron el control, el hospital empezó a implementar paulatinamente tratamientos más modernos para los padecimientos mentales.
Evidentemente, incluso aquellos “modernos” tratamientos que aparecieron en la década de 1960 comprendían técnicas que hoy nos parecen una barbarie, como las celdas acolchadas, lobotomías y camisas de fuerza. Incluso en nuestros días, la visita a un hospital psiquiátrico puede ofrecer una experiencia sombría.
Afortunadamente, la miseria y vergüenza del hospital Bethlem se desvanecen con el paso del tiempo, y hoy no es más que un recordatorio de que la humanidad no es inherente a nuestra especie.
Pobre gente, hay casos creo compartidos aquí, en donde gente sana se metía a estos lugares y los trataban como locos, haciendo ver que la psicología y psiquiatría muchas veces falla al ser otra persona, quien juzga a un paciente, incluso personas mas afectadas que se escudan de esa profesion para dañar a otros o satisfacer sus necesidades mas raras e inhumanas.
Me pregunto si alguna vez habrá sido locacion para alguna pelicula
Hey Hery porque a veces no se publican los comentarios, le doy enter y se recarga la pagina pero no aparece
Se pasan a moderación porque algunas palabras coinciden con términos de la lista negra. Pero en breve se publican.
Interesante articulo