En la morgue nunca hay emergencias

“En este hospital, la morgue es el único lugar donde no hay emergencias”, me presumió el experimentado técnico al que relevaría en mi primer turno. Y tras dos décadas trabajando en este lugar, esas palabras siguen grabadas en mi mente. Esta noche, como en cada turno, recorrí el recinto asegurándome de que todo estuviera en su lugar. Después, me retiré a mi oficina y cerré la puerta con llave.

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Apenas me estoy acomodando en la silla cuando suena el teléfono. Es un médico de terapia intensiva, en el piso superior, solicita una transferencia urgente para un desafortunado paciente que pereció víctima de un paro cardíaco hace treinta minutos. Sin embargo, la situación resulta inusual pues no menciona nada sobre el engorroso papeleo del proceso. De hecho, en un tono autoritario me ordena que vaya inmediatamente a piso y haga mi trabajo.

Tras colgar el teléfono, pienso en que el alma de este pobre desgraciado ya abandonó su cuerpo, por lo que, evidentemente, no se trata de una emergencia. Aunque administrar una morgue no es tan relevante para el hospital, siempre busco conducirme con dignidad y principios. Creo que tener consideración por tus compañeros es un requisito mínimo para trabajar en equipo. Y de ninguna forma toleraré una falta de respeto.

Pasados unos cuántos minutos vuelve a sonar el teléfono. Ahora se trata de una médico forense que solicita la transferencia de un cadáver. Hay que refrigerarlo cuanto antes para que los médicos lo examinen por la mañana. La doctora hace la solicitud con mucha amabilidad, por lo que gustoso accedo a abrir la puerta de aquella gélida sala para que ella realice la transferencia del cuerpo. Me comenta que se trata de un caso muy delicado, pero nunca me ha gustado involucrarme en las historias de los muertos que cuido en mi trabajo.

Casillero 5, fila A. Firmo los documentos para terminar la transferencia y cierro firmemente la puerta de la sala de refrigeración. Apenas me dirijo a mi oficina cuando escucho el teléfono sonar por tercera ocasión. Una voz tan tenue como un murmullo, me pregunta si no siento curiosidad por saber lo que sucedió con el cadáver del casillero 5A. Sin dudarlo, simplemente respondo con un rotundo “NO” antes de colgar. La curiosidad no es una emergencia. Si es que me llega a interesar, seguramente me enteraré de lo que sucedió con ese cuerpo del casillero 5A cuando lea el periódico mañana. No esta noche.

De la nada, una serie de fuertes golpes azotan la puerta de la morgue. Con profundo interés consulto la cámara de seguridad, pero la pantalla no muestra a nadie del otro lado. Sin un ente físico evidente, no tengo razón alguna para dejar mi puesto. Después de todo, las entidades etéreas no representan una emergencia.

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Sin previo aviso, un objeto se estrella estrepitosamente contra la pared. Una vez más, reviso las cámaras de seguridad y encuentro que el casillero 5A está completamente abierto. Además, me percato de que otros compartimentos se encuentran entreabiertos. Aquellos cuerpos sin vida empiezan a salir de los contenedores, gruñendo terriblemente. Varios buscan escapar de la sala de refrigeración amontonándose en la puerta. Con una sonrisa burlona, pienso para mí mismo: “ojalá tengan suerte con eso”. El compañero del próximo turno y los expertos tendrán un día interesante. Sin embargo, los muertos vivientes no son una emergencia. Bostezo y me dejo arrullar entre los brazos de Morfeo.

Suena la alarma de mi teléfono. Ya son las 7 a.m. Un grupo de expertos arriba hasta la morgue, todos con trajes de protección HAZMAT, y varios con rifles automáticos. Entran velozmente, toman a los cadáveres con eficiencia y los conducen a las mesas de autopsia. Adoro verlos trabajar. Siempre les he dicho a mis colegas que, en caso de un apocalipsis, me encantaría trabajar con estos expertos. Sin embargo, por ahora mi trabajo no requiere que me les una.

Mi compañero del próximo turno llega puntual a las 8 a.m. Le muestro el monitor para que vea a los expertos, que aún siguen trabajando. Así que nos tomamos una taza de café para hacer el momento más placentero. Antes de retirarme, debo anotar los eventos de anoche en la bitácora de la morgue y resumo todo en solo dos palabras: “Sin emergencias”.

FigBanana

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