El frenesí de los ataúdes de metal en el siglo XIX

La fiebre de los ataúdes de metal es otro episodio interesante en la peculiar Era Victoriana, aunque de este lado del charco. Durante el siglo XIX, la muerte de un individuo era extremadamente importante y las prácticas de duelo se tomaban muy en serio. Desde la fotografía post mortem hasta las joyas memento mori, en la época se empleaban diversas costumbres para honrar a los difuntos. Y una tendencia que proliferó en este período fue el uso de ataúdes de metal.

los ataudes de metal en el siglo XIX1

Inventores como James Renshaw, Almond Fisk y Martin Crane patentaron diseños únicos de ataúdes metálicos. Algunos de los cuales incluían características inusuales para “prevenir la putrefacción del cadáver”. En este artículo exploraremos la fascinación por los ataúdes de metal durante la era victoriana, junto con algunas curiosas invenciones y su impacto en las prácticas funerarias.

El auge de los ataúdes de metal.

A mediados del siglo XIX, los ataúdes de metal ganaron popularidad como alternativa a tradicionales ataúdes confeccionados en madera. Numerosos emprendedores, como Almond D. Fisk, buscaron mejorar la conservación de los cuerpos a través de diseños patentados. En 1848, el Modelo de Fisk llamó mucho la atención al incluir ventana ovalada en la parte superior del ataúd que revelaba el rostro del muerto.

ataudes de metal

En marzo de 1855, Martin Crane, en representación de la Crane, Breed & Company, patentó su “Ataúd Metálico”. El diseño de este empresario destacaba por una ventana de vidrio en formato octagonal para el rostro, elegantemente enmarcada con adornos moldeados. Además, la placa con el nombre en el ataúd añadía un atractivo distintivo, convirtiéndolo en una opción popular entre los dolientes que buscaban un lugar de descanso más elegante para sus seres queridos.

Patentes de toda clase.

El inventor de Knoxville, James H. Renshaw, contribuyó al frenesí de los ataúdes de metal con un diseño patentado en 1861. El “Ataúd Metálico” de Renshaw presentaba molduras únicas en todo el marco superior, diferenciándolo de los modelos anteriores. Este énfasis en la intrincada artesanía se promocionó como la búsqueda de un lugar de descanso digno para el difunto.

Modelo de Fisk ataud metalico

Entre los desarrolladores de patentes, Philip K. Clover destacó con su creación poco convencional: los “ataúdes torpedo”. La patente de Clover propuso una solución bastante siniestra para evitar el robo de tumbas. Básicamente, era una manual para instalar explosivos activados por resortes dentro del ataúd. Cualquier intento de perturbar el cuerpo enterrado detonaría la carga, lo que conduciría a la muerte del profanador de tumbas. Y aunque la idea parezca extrema en comparación con los estándares actuales, refleja la profunda preocupación por preservar la santidad de los difuntos.

Los ataúdes de metal y el vínculo con el pasado.

Después de la Guerra Civil, la Crane, Breed & Company expandió el negocio fuera de Ohio, abriendo una oficina en Nueva Orleans. De hecho, en el Gardner’s New Orleans Directory de 1867 aparecieron anuncios publicitarios que mostraban la disponibilidad de ataúdes de metal. Llevando la innovadora práctica funeraria a nuevas regiones.

En 1931, la Fuller Company, responsable de limpiar el terreno para la construcción del Capitolio del Estado de Luisiana en Baton Rouge, encontró varios restos humanos conforme avanzaban los trabajos de construcción. Weiss, Dreyfous and Seiferth, la firma de arquitectura responsable del proyecto, ya tenía conocimiento de esta situación Y es que ciertas áreas del terreno llegaron a utilizarse como cementerio en el siglo XIX. Conscientes de la delicadeza del asunto, llevaron a cabo un minucioso levantamiento topográfico y procedieron a exhumar y volver a sepultar cualquier cuerpo que encontraron durante el proceso.

ataudes metalicos desenterrados

El problema parecía superado hasta que el operador de una retroexcavadora de la Fuller Company se topó con un ataúd metálico. La construcción volvió a detenerse. Ante este inusual hallazgo, la firma de arquitectura decidió contratar a un cazador de tesoros local, George Maher, para localizar posibles ataúdes metálicos a través de un dispositivo de radio. Al final, Maher descubrió un total de veintitrés ataúdes metálicos en el terreno. Estos ataúdes, que fueron trasladados a un sitio de entierro colectivo, se convirtieron en un componente importante de la documentación de construcción, generando un fascinante vínculo entre el presente y el pasado histórico de aquel lugar.

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