El 19 de febrero de 1910, en la ciudad de Jiménez, Chihuahua, nació Alfonso, el segundo de los cinco hijos del matrimonio Quiroz Cuarón. En aquellos días la ciudad se había transformado en un campo de batalla, las tropas de los generales Villa y Murguía solían enfrentarse en cualquier momento; dejando decenas de cadáveres colgando de los árboles y postes de telégrafos. Ese fue el paisaje que dominó la infancia de Alfonso hasta que su padre, de profesión ferrocarrilero, encontró la oportunidad de mudarse a Tampico.
Alfonso estudió ahí la primaria. A la edad de 14 años, recibió la noticia de la muerte de su madre. Un año después, recibiría otra terrible noticia: su padre había tenido un accidente. En realidad había sido asesinado. Uno de sus subalternos le había metido varios tiros desde una ventana que se encontraba a espaldas de su lugar de trabajo.
Entonces Alfonso emigró a la Ciudad de México, era 1929; su tío, José Cuarón, le consiguió un empleo de ayudante en el juzgado cuarto correccional en la Cárcel de Belén. Al mismo tiempo, que estudiaba medicina en la Escuela Médico Militar, vivía en casas de huéspedes y «devoraba» las obras de Sigmund Freud. Como practicante en el Servicio Médico Forense, estudió medicina legal y practicó suficientes necropsias y estudios de psiquiatría como para especializarse en ello.
Más tarde y bajo la tutela del doctor José Gómez Robleda, participó en las primeras investigaciones clínico criminológicas que se efectuaban en México para clasificar la tipología de los reclusos del «Palacio negro» de Lecumberri. Para 1939, y ante la disyuntiva de titularse como médico, o como criminólogo, sus años en el juzgado y en psiquiatría forense resultaron decisivos. La vocación que nació en él tras el asesinato de su padre había dado frutos: México tenía su primer criminólogo.
El asesino de Trotsky.
Ya con el título universitario, Alfonso recibió en su casa de la Colonia Roma la visita de don Raúl Carrancá y Trujillo, connotado maestro de la Facultad de Derecho y juez penal en Coyoacán. La madrugada de ese día León Trotsky, el ex líder revolucionario ruso, había sufrido un atentado; y si se confirmaba su muerte, aquello podría convertirse en un conflicto internacional. El doctor Carrancá acudía al criminólogo para encargarle una labor muy delicada: un estudio de la personalidad de Jacques Mornard, el asesino.
El estudio, realizado en colaboración con el doctor José Gómez Robleda, es uno de los más completos que se han hecho a criminal alguno. Sin embargo, aunque el diagnóstico final declaraba que aquel hombre era un mitómano, y que no padecía ninguna enfermedad mental -lo que permitió encarcelarlo-, Alfonso no quedó satisfecho. Habia demasiadas interrogantes alrededor de Mornard como para considerar cerrado el casó.
En 1950, 10 años después de que el estudio de personalidad fuese elaborado, el doctor demostró por cuenta propia, con documentos y huellas dactilares conseguidos en España, que Mornard se llamaba en realidad José Ramón Mercader; que no había nacido en Bélgica sino en Barcelona, España, donde conoció al pintor David Alfaro Siqueiros durante la guerra civil, y quien lo introdujera en los círculos revolucionarios mexicanos. Aquel triunfo aumentaría no solo el reconocimiento que el criminólogo tenía en México, sino en todo el mundo.
«En una ocasión -relata José Ramón Garmabella, periodista y biógrafo del criminólogo- realicé un viaje a París en el que por casualidad me encontré con él. Estaba molestísimo, mentando madres porque un gringo se le había acercado para pedirle que le vendiera una pintura. Lo había confundido, por su cabellera blanca, con Rufino Tamayo, personaje a quien el criminólogo detestaba. ¡Cómo si yo fuera un pinta sandías! Rugía Quiroz».
Mi querido Sherlock.
A partir de que la revista Time lo llamó «El Sherlock Holmes mexicano«, casi todos cometieron la imprudencia de llamarlo así al menos una vez. Cuando eso sucedía, él insistía molesto en que Holmes no sabía nada de criminología, y que si había alguien a quien deberían comparar con Sherlock era al detective de Tultenco, Valente Quintana, célebre por su habilidad con los disfraces. Pero sería equivocado pensar que el doctor denostaba a Sherlock. José Ramón Garmabella cuenta que el criminólogo era un gran aficionado a la literatura policiaca y al cine negro. Su actor favorito, dice, era James Cagney; en literatura, su favorito era el residente de Baker Street.
Incluso, en una especie de homenaje privado, incluso tenía en su despacho una gorra de «sabueso», de las que se usaban para caracterizar a los detectives de la época victoriana. Garmabella cuenta que le gustaba provocar a Quiroz cuando hablaban de literatura policiaca, le decía que su personaje favorito era el Inspector Maigret, a lo que él siempre contestaba: «no, nunca hubo otro detective como Holmes».
Poco se sabe sobre la vida amorosa de Sherlock Holmes; y su versión mexicana fue también muy discreto en cuanto a su vida sentimental. Hay tres personajes femeninos que fueron clave en su vida: su tía Elisa, quien se hizo cargo de él tras la muerte de sus padres; María Aparecido, una criminóloga brasileña a la que desaparecieron durante los días de la dictadura militar de Castelo Branco, en los 60, y a quien Quiroz no volvió a ver por más que movió tierra y mar, y Yolanda de la Rocha, a quienes muchos identificaban como su esposa, aunque lo cierto es que, al igual que Holmes, nunca se casó.
Asesinos de mujeres.
En 1942, el caso de Gregorio Cárdenas conmocionó a la sociedad mexicana. Investigado por la desaparición de su novia, Cárdenas confesó no sólo haberla asesinado, sino también a tres mujeres más cuyos cuerpos se encontraban enterrados en el jardín. El caso no podía parecer más simple, al contar con un asesino confeso, pero a las pocas horas comenzó a negarlo y a quejarse de fuertes dolores de cabeza. Era un enfermo mental sin responsabilidad sobre sus actos, argumentaba su abogado
Quiroz, nombrado perito de juez, sugirió inyectar una droga entonces de escaso uso: pentotal sódico, suero de la verdad. Tras la inyección, se le mostró a Gregorio la pala con que había cavado en el jardín las fosas de sus víctimas, y la cuerda que había utilizado para arrancarles la vida. Cárdenas, que insistía en no recordar nada, rompió en llanto y pidió que dejaran de atormentarlo: «¿No ven que con eso estrangulé a las criaturas?»
En 1952, el criminólogo mexicano recibiría la encomienda de estudiar a Higinio Sobera de la Flor, de 24 años, detenido por los asesinatos de un hombre, acribillado en medio del tráfico, y el de una mujer, a quien raptó, asesinó y violó (justo en ese orden). Higinio Sobera de la Flor, conocido como El Pelón, sí era un hombre que padecía de sus facultades mentales. Su familia se había desatendido de él y le permitía tener armas y automóviles con la condición de que no les molestara.
El caso, popular en los medios por su brutalidad y la excéntrica personalidad de Higinio, fue quizá el más sencillo en la carrera del criminólogo. Diagnóstico: esquizofrenia destructiva y progresiva. Higinio era un enfermo delicado y peligroso. Su lugar era el sanatorio.
Los falsificadores.
El célebre falsificador francés Alfredo Héctor Donadieu llegó a México en 1934. Tras de sí dejaba un estela de hazañas que partían de Marsella y llegaban a Venezuela, donde conseguiría el pasaporte italiano que lo convertiría en Enrico Sampietro. Huyendo de la policía, Sampietro llega aTampico para continuar desde ahí la producción de billetes que lo hiciera famoso. Traicionado por uno de sus cómplices cubanos, Sampietro es capturado y encarcelado en Lecumberri en 1936, sólo para fugarse un año más tarde con la complicidad de un grupo cristero.
Para 1941 los incidentes relacionados con dinero falsificado habían crecido de una forma nunca antes vista y que requirió la intervención del Banco de México, cuyo director nombró a Quiroz jefe del Departamento de Investigaciones Especiales. Durante los siguientes siete años, dirigió las investigaciones que llevaron a la captura de varios falsificadores y traficantes, entre ellos Luis Eduardo Shelly, un venezolano conocido como «el falsificador de la mafia» por su relación con Alphonso Capone y Lucky Luciano, a quienes había conocido durante su estancia en la prisión de Alcatraz. Pero su principal presa, Enrico Sampietro, seguía libre.
La investigación y el proceso de captura de Sampietro bien merecen una película. Al final veríamos a un delator diciendo: «Sampietro se encuentra escondido en la casa del hombre que hace de Cristo en la representación de las tres caídas, en Iztapalapa». Sin duda lo más particular de aquella persecución fue la amistad que se formó entre Quiroz y el falsificador. Años después de que Sampietro regresara a vivir a Marsella tras cumplir su sentencia, Quiroz viajó a Europa e hizo una pausa para visitarlo en su ciudad natal.
El último caso.
«Le voy a contar sobre el caso que no pudo resolver porque se murió -me dice José Ramón Garmabella, su biógrafo-. De hecho, yo diría que ese caso le costó la vida. En octubre de 1978, Gilberto Flores Muñoz, ex secretario de Agricultura durante el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, y su esposa la escritora Asunción Izquierdo, fueron encontrados muertos a machetazos dentro de su propia casa. El sospechoso principal era el nieto, Gilberto Flores Alavez. Quiroz fue nombrado perito de juez. En cuanto me enteré fui a pedirle su opinión. ‘No te puedo decir nada porque sería poco ético -contestó-, pero te prometo que tú serás el primero a quien le de una entrevista en cuanto haya algo que decir’.
Como a los 15 días me invitó a comer, y justo cuando disfrutábamos del aperitivo, se presentó el doctor Gilberto Flores Izquierdo, padre del acusado, junto con su abogado Adolfo Aguilar y Quevedo. Habían ido a proponerle que revocara el nombramiento de perito de juez y se convirtiera en perito defensor. Él se negó. Sin embargo les puedo recomendar a un especialista para que se haga cargo, les dijo. Perdón doctor, le atajó Aguilar y Quevedo, yo creo que usted no ha entendido: Le venimos a ofrecer la cantidad que usted quiera para que acepte hacerse cargo del peritaje de la defensa. Se puso pálido y temblando, los sacó de allí -relata Garmabella-, nunca lo vi tan indignado. Yo creo que ahí se empezó a morir».
Unos días más tarde, el 16 de noviembre, mientras atendía su cátedra en la UNAM, el doctor Alfonso Quiroz Cuarón fallecía víctima de un infarto masivo al miocardio. Y aunque su influencia sigue vigente en los medios especializados, fuera de ese entorno se le ignora por completo. Debe resultar muy incómodo para los políticos actuales festejar a alguien que anticipó que las bandas criminales tendrían mayores recursos que la misma policía, ¿le suena familiar?
Revista Quo, por Rodolfo J.M.
Si hubiera quién llevara esta historia al cine estaría muy bueno… algo asi como «atrapame si puedes» de Leonardo Di Caprio y Tom Hanks, pero en el contexto mexicano :V gracias por compartir
De igual manera, lo primero que llamo mi atención fue que el nombre del personaje de este artículo,era El mismo del autor de mi libro de anatomía, no conocía a este personaje mexicano muchas gracias.
excelente articulo!
y no creas! a nosotros en la Facultad de medicina aun llevamos esas «biblias» en anatomia, que lejos de ser desactualizadas…son un monumento a la anatomia topografica
guau exelente reportaje Hery, muy bueno por eso esta pagina esta entre las favoritas, de echo es la primera que visito todos los dias
mi querido Hery un placer leer tu pagina y mas con cierto personaje como este un gran honor para nosotros los criminólogos, si me permites podría pasarte muchos casos y otras curiosidades sobre temas como asesinos seriales te pido por favor un correo a donde mandarlo, saludos
Que tal mi buen Syc, todas las colaboraciones son bien recibidas en heryemmanuel@gmail.com
Saludos.
Como siempre una excelente aportación, definitivamente no me puedo perder un solo día de visitar su página.
Bien! Marcianos.
Pedazo de personaje… tuve el privilegio de conocerlo y aprender de el en la UNAM , tambien estuve clase en la cual sufrio de un ataque del corazon en la UNAM, simplemente un genio.