Una respuesta para la corrupción en nuestro país

Imagina que tienes un hijo pequeño que adora a su mascota, un hámster, y cierto día el animal amanece muerto. Como no quieres herir los sentimientos del pequeño recurres a una mentira piadosa y le dices que “se fue a la granja”. ¿Estás de acuerdo en que lo que acabas de hacer es algo moralmente aceptable, no? Sin embargo, definir los límites entre mentiras piadosas y no aceptables es un tema sumamente complejo, pues se involucra una serie de argumentos relacionados al debate entre la naturaleza secular contra la costumbre.

Y es que la honestidad intrínseca de un ser humano puede ser poderosamente influenciada por el ambiente moral en que se desarrolla, haciendo que las personas de los países más corruptos presenten una mayor tendencia a decir mentiras. Y una extensa investigación que concluyó recientemente avala esta afirmación.

Para este estudio, el grupo de investigadores examinó diversas estadísticas relativas a los niveles de políticas fraudulentas, evasión fiscal y otros indicadores de corrupción, esto con el fin de estructurar lo que definieron como un “índice de prevalencia de violaciones a las normas” (PRV, por sus siglas en inglés) para un conjunto de países en el año 2003. Después realizaron una serie de seguimientos a estudiantes en edad universitaria, que estaban desarrollando su conciencia moral en torno al momento en que estas PRVs eran relevantes.

La honestidad está condicionada.

Los participantes, conformados por personas de 23 países (Indonesia, Vietnam, Kenia, Marruecos, Tanzania, China, Turquía, Malasia, Lituania, Sudáfrica, Guatemala, Georgia, Eslovaquia, Países Bajos, Suecia, Reino Unido, Austria, Colombia, Polonia, Alemania, Italia, España y Republica Checa), fueron invitados a arrojar un dado de seis lados, para recibir una recompensa monetaria según el número que obtuvieran. El número cinco representaba la mayor recompensa y el seis significaba no recibir nada a cambio. Toda vez que nadie además del participante fue capaz de ver el dado, los resultados fueron totalmente dependientes de la honestidad de cada jugador.

Gracias a esto a los investigadores les resultó imposible evaluar la honestidad de cada individuo; sin embargo, analizando los resultados clasificados según la nacionalidad de los jugadores, fueron capaces de determinar los niveles nacionales de honestidad. Por ejemplo, dado que cada número tenía una probabilidad en seis de aparecer, una prevalencia estadística anormal de números de alta recompensa siendo proporcionada por los jugadores de una determinada nacionalidad sugiere que muchos de estos resultados fueron fabricados.

Divulgando los resultados en la revista Nature, los investigadores concluyeron que las frecuencias improbables de números de alta recompensa fueron mucho más comunes en aquellos países con un alto índice de corrupción (como Guatemala, Tanzania o Georgia) en comparación con aquellos con bajos índices de corrupción (Suecia, Países Bajos o Austria). Además, los jugadores de países con altos PRVs fueron considerablemente menos propensos a informar un seis – y, en consecuencia, a no recibir nada – que aquellos jugadores de países con bajos PRVs.

Los cinco países más honestos y deshonestos.

En el estudio, los países que obtuvieron resultados más honestos fueron:

1. Lituania
2. Reino Unido
3. Suecia
4. Alemania
5. Italia

Los cinco más deshonestos.

1. Tanzania
2. Marruecos
3. China
4. Turquía
5. Polonia

Si te estás preguntando en qué país está México, en 2015 Transparencia Internacional nos colocó en un “muy corrupto” lugar 95 entre 168 países.

Efecto dominó.

Basados en los resultados obtenidos, los autores del estudio concluyen que la honestidad intrínseca puede tener más fuerza en personas que crecen en países donde la corrupción es algo poco común. Sin embargo, resulta curioso el hecho de que no se haya establecido una correlación entre el PRV y la probabilidad de informar un cinco, el número de mayor recompensa. Por eso, se sugiere que aunque las personas de los países más corruptos pueden tener una mayor tendencia a hacer trampa, conscientemente limitan la magnitud de sus mentiras, al informar tres o cuatro – que proporcionaron recompensas menores – en lugar de cinco.

A manera de explicación, los investigadores sugieren que los jugadores deshonestos incluso pueden creer que mentir es “psicológicamente disculpable”, lo que implica un daño a su imagen propia. En un intento por salvar el orgullo personal, los tramposos mejoraron sus resultados hasta el punto en que ellos creían podían justificarlo. Sin embargo, también es posible que los jugadores hayan mantenido la mentira a niveles menores con el fin de no levantar sospechas, informando puntuaciones que podrían parecer verdaderas desde su perspectiva y, con eso, librarse de que los atraparan.

Si trasladamos esa conclusión a nuestra realidad, los resultados pueden indicar que ese sentido común de que la corrupción sucede en una especie de “pirámide”, donde si la punta está corrompida todo lo demás los está, podría ser todo lo contrario: recurriríamos tanto a una forma deshonesta de afrontar los problemas por el ambiente corrupto que prevalece en el país desde… bueno, desde siempre. Un gran efecto dominó de deshonestidad que aparentemente es imparable.