Un caballo entra a un bar y los presentes hacen todo por ignorarlo. Esta rutina se repite una y otra vez desde hace ocho meses, cuando apareció por primera vez. Los clientes se enfocan en sus bebidas, intentando ignorar el torpe ruido de los cascos mientras se desplaza lentamente. Algunos tragan saliva, otros comienzan a sudar. Escuchan cómo el caballo alcanza la barra, pero solo lo imaginan, pues no se atreven a mirar.
La primera fue mi hermana, una pequeña de 8 años muy amable y gentil. Me parecía muy inteligente, por lo que todavía no me explico los motivos que la llevaron a adentrarse sola en el bosque. Éramos extremadamente cuidadosos. Mamá nos enseñó a diferenciar entre la cicuta virosa y la chirivía de vaca.
Existe un restaurante, y no se trata propiamente de un lugar, un establecimiento sí, sino de un concepto. Nunca es tan grande como para provocar agonía ni tan pequeño como para que dé claustrofobia. Las mesas y el escenario están dotados de una decoración extremadamente refinada, y por mucho que sea de tu preferencia asistir a los bares, te va a gustar el ambiente.
Desgraciadamente no tienen una dirección fija, pero algunos dicen que se encuentra en la melancolía, en los recuerdos más frágiles, e incluso en aquel rincón destrozado de tu mente. No hacen entregas a domicilio y tampoco reservaciones, pero siempre que lo encuentres, tendrás el mejor lugar del restaurante especialmente para ti. No se entra acompañado, el ingreso es exclusivamente a solas. Es un requisito para mantener el buen trato y la alta calidad. El servicio es sin igual y la comida, bueno, la comida…
En ese tiempo debía tener unos seis o siete años, cuando vivía en Líbano. El país fue desmantelado por la guerra de aquella época, y los asesinatos se habían vuelto algo muy cotidiano. Recuerdo un tiempo especialmente cruel en que, cuando los bombardeos raramente cesaban, me gustaba quedarme en casa, sentado frente a la televisión viendo un programa muy extraño.
Siempre fui un niño muy tímido, solía vivir en una gran ciudad con mi padre y mi madre. En 2002 mi vida cambió por completo, mi madre descubrió que mi padre le era infiel y que tendría un hijo bastardo.
Ese fue el final para ella, que había dedicado su vida entera a mi padre, no estudiaba ni trabajaba. Sin saber qué hacer, resolvió viajar a la casa de su hermana en una pequeña ciudad al interior del mismo estado, como yo estaba de vacaciones, ella decidió llevarme. Llevé conmigo todos los libros que pude. Si donde vivía solía ocupar la mayor parte de mi tiempo leyendo, en esta ciudad, donde no conocía a nadie, se convertirían en mis únicos compañeros.