Lilith no debe poner un pie en tierra firme

“A la persona que localizó este mensaje: es SUMAMENTE IMPORTANTE que entregue esta carta al oficial al mando.

Soy el capitán de este velero que, supuestamente, han recuperado. Si estás leyendo esta carta significa que yo, junto con mi tripulación, perecimos.

Lilith no debe poner un pie en tierra firme 21

Mi nombre es Delmiro Méndez y juro en nombre de Dios todopoderoso que este relato es verdadero.

Mientras cruzábamos el Estrecho de Java, nos involucramos en una situación tan increíble como espeluznante. Localizamos a una niña de unos diez años de edad varada en una diminuta isla rocosa del tamaño de una cancha de tenis. Situación sumamente extraña, aunque peor sería el hecho de que la pequeña estaba encadenada a una roca. Una atrocidad sin nombre.

Tan pronto como mi tripulación salió del estado inicial de shock, pusieron manos a la obra para liberar a la niña y subirla a la nave. Intenté comunicarme con esta niña, pero no pudo o no quiso hablar. No quise insistir demasiado. Mientras tanto, la llamé Lilith.

Como puedes imaginar, no cabíamos de la alegría por rescatar a una pequeña en medio del océano. Pero, una extraña especie de melancolía se asentó sobre el barco como una neblina espesa y oscura. Algunos de los marineros más viejos empezaron a hablar de malas premoniciones.

Un día después del rescate, el navegante de la nave, que antes no parecía preocupado o alterado en lo más mínimo, se localizó sin vida en su camarote con una herida de bala autoinfligida. Coincidentemente, este primer suicidio aconteció tras la llegada de Lilith y me inquietó demasiado.

Poco después y sin previo aviso, todos los suministros de la embarcación se llenaron de plagas. Insectos muy extraños, algunos que nunca vi en mi vida, infestaron la comida echándola a perder en su mayoría. El cocinero juraba que un día antes el almacén quedó perfectamente limpio, y yo le creía. Que la embarcación se volviera escenario del ataque de una plaga era un misterio desconcertante. Inmediatamente ordené un racionamiento estricto de los alimentos que aún podían consumirse.

Este incidente solo exacerbó el sentimiento de malestar que ya afectaba al barco. La tripulación empezó a susurrar que Lilith era responsable de todas esas desgracias. Su creciente hostilidad hacia la niña era más que evidente. De hecho, escuché a algunos de mis muchachos de cubierta discutir sobre si debían arrojarla por la borda.

Entonces nos alcanzó la calamidad final. Una niebla tan densa como el lodo se extendió por el mar y envolvió nuestro barco. Además, el viento dejó de soplar deteniendo por completo nuestro movimiento. Una quietud mortal, del tipo que no había sentido ni siquiera en tierra firme, nos abatió.

No sé durante cuánto tiempo nos mantuvo inmóviles, tal vez semanas. La niebla se negaba a disiparse y, junto con la sed y el hambre, sumió a la tripulación en la locura total. No pasó mucho tiempo antes de que saltaran al mar, quizá con la esperanza de escapar a su terrible destino.

Creo que yo también estoy sucumbiendo ante la locura, así que escribo esta carta mientras todavía me queda algo de cordura. Quienquiera que esté leyendo esto, le imploro, Lilith no debe poner un pie en tierra. Ella estaba atada a esa isla por una razón…”

En ese momento, Lilith dejó de leer la carta al escuchar la bocina de un barco que se aproximaba.

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