Aunque en Francia se reconoce desde el siglo XVI, el vino espumoso producido en la región de Champaña no sería sinónimo de buen gusto y riqueza para el mercado internacional hasta finales del siglo XIX. El cambio de estatus no agradó a todos los franceses, sobre todo a los vinicultores (encargados de producir la uva) que se mostraron incapaces de producir vinos a gran escala y atender la creciente demanda. Así llegaron los fabricantes de vinos, empresarios con suficiente capital para solventar la compleja logística de una producción a escala industrial. Transportaban las uvas, las molían y fermentaban en máquinas, almacenaban la producción y distribuía el producto dentro y fuera de Francia.
Vinicultores y bodegas en Champaña, Francia.
Antes de la industrialización de la actividad, vinicultores y bodegas vinícolas coexistían con cierto equilibrio: cuando la cosecha era mala o se perdía, disminuían la producción pudiendo llegar a suspenderla totalmente. Sin embargo, con la llegada de las vías férreas y el aumento de la demanda en el vino, las bodegas vinícolas en Champaña compensaron los déficits en la producción local importando uvas de otras regiones de Francia, incluso de España y Alemania.
A los vinicultores no les parecía justo pues, argumentaban, sólo podría denominarse champaña al vino producido con uvas cosechadas en la región homónima. En los albores del siglo XX, esta tensión entre productores agrícolas e industriales en Champaña se hizo mayor tras una serie de cosechas pobres.
La producción de uvas en Champaña se vio severamente afectada por una gran plaga de filoxera, hongos y heladas entre 1902 y 1909. Sin embargo, la cosecha de 1910 fue todavía peor por las granizadas e inundaciones históricas que anegaron incluso a París. Muchos vinicultores llegaron a perder el 90% de la producción. Sin embargo, la producción de champaña se mantuvo a pesar de los contratiempos.
Prácticas despreciables.
No suficiente con importar uvas, muchas bodegas actuaban de forma poco ética para bajar el precio de la materia prima local. Intermediarios denominados commissionaires trabajaban para las bodegas vinícolas negociando con los agricultores. Como puedes deducir, estos negociantes recibían pagos por comisión, que eran más jugosas mientras mejores descuentos obtenían.
Pero, algunos commissionaires se extralimitaban en las negociaciones llegando a la violencia física o amenaza. Otros exigían a los vinicultores propinas, muchas veces en forma de uvas que podían revender a las empresas que los contrataron. Por eso, la catástrofe climática de 1910 fue la gota que derramó el vaso.
El inicio de las revueltas en Champaña.
En enero de 1911, los vinicultores tomaron las calles. Empezaron a interceptar camiones que transportaban uvas del valle del Loira para lanzarlos al río Marne. A continuación, los iracundos agricultores se dirigieron a los almacenes que consideraban productores de falso champaña, extrajeron las barricas repletas de vino y las derramaron en el río. Más allá de los daños materiales, la mayor parte de los empresarios resultó ilesa. Sin embargo, las cosas fueron distintas en la pequeña ciudad de Ay.
La destrucción de la ciudad de Ay.
Ay, considerada la capital histórica de la cultura sobre la champaña, se dedicaba a la producción del vino espumoso desde el siglo XVI, y su vino fue muy elogiado por la realeza durante el mandato de Francisco I. En abril de 1911, aquella ciudad se convirtió en objetivo de los mismos agricultores que la habían enriquecido: los productores de vino en la región invadieron la ciudad y no tuvieron clemencia con nadie.
Además de incendiar bodegas y fábricas, descargaron su enojo en residencias privadas que saquearon y redujeron a escombros. En medio de la trifulca se generó un incendio, evento que sembró desesperación en el gobernante local. “¡Nos encontramos en una guerra civil!”, mencionó por el telégrafo solicitando asistencia en París. Cuando el contingente de 40 mil soldados llegó era demasiado tarde: Ay fue consumida por las cenizas.
Denominación de origen de la champaña.
Aunque la revuelta fue vista como una acción orquestada por agricultores unidos ante la carencia, las cosas no eran tan simples. Al interior de la propia comunidad de vinicultores no existía un consenso general para solucionar las pésimas condiciones del sector. Desde 1909 los vinicultores buscaban convencer al parlamento francés para formar un marco legal que les permitiera regular el mercado.
Delimitando la región de Champaña.
Pero, esta clase de discusiones solía posponerse pues nadie sabía precisar con exactitud los límites de la región de Champaña. En un principio se aprobó una ley que delimitaba la región de Champaña entre el departamento de Marne y algunos pueblos del departamento de Aisne. Aube, otra región tradicionalmente dedicada a la producción del vino espumoso, quedó excluida y sus uvas se consideraron “extranjeras”.
Los productores en Aube no se quedaron de manos cruzadas y protestaron, por lo que el gobierno pasó a considerar la región como zona secundaria de Champaña para evitar brotes de violencia. Al otro grupo no le gustó la resolución: los vinicultores del Marne seguían considerando a sus colegas de Aube “extranjeros”.
La Primera Guerra Mundial y la unión de los franceses.
En años posteriores se organizaron diversas reuniones entre vinicultores, bodegas y representantes del gobierno para dar con una solución pacífica. Las negociaciones se extendieron hasta 1914, año en que estalló la Primera Guerra Mundial y todos se unieron en defensa de Champaña y Francia. La famosa Batalla del Marne, uno de los episodios decisivos en la Gran Guerra, sucedió en la principal región productora del vino espumoso.
Una vez culminada la Primera Guerra Mundial, se llegó a un acuerdo para la Apellation d’Origene Contrôlée. Se comercializaría con la denominación de champaña solamente aquellos vinos cuyas uvas fueran producidas en el área comprendida por el Marne, Aube y algunas partes de Aisne.
Para erradicar la corrupción de intermediarios, el precio de la uva quedó regulado por el gobierno con base en una escala numérica respecto a la calidad potencial del fruto. Por ejemplo, los viñedos que alcanzaban el máximo nivel (100 o Grand crus), venderían al precio máximo, mientras los frutos de nivel 95 o Premier crus se quedarían con un 95% del valor. El porcentaje mínimo que un agricultor podía recibir por su cosecha era del 80% del valor máximo establecido.
Aunque el sistema ha sufrido cambios y falta de regulación en las últimas décadas, sigue vigente. Desde entonces, nadie más inició una revuelta en Champaña.
Buen artículo.
Ya me dio sed de la mala! y aun es martes.