En el régimen soviético, la barbarie perpetrada en la isla Nazino representaba uno de los registros más macabros de su existencia. Para nadie es un secreto que la Unión Soviética mantuvo campos de trabajo forzado durante su apogeo. Algunas estimaciones señalan que, entre las décadas de 1920 y 1950, 18 millones de personas estuvieron prisioneras en esos lugares. En el Gulag de Iósif Stalin las condiciones eran terribles. Se cree que entre uno y dos millones de personas murieron de inanición, sobrecarga física, enfermedad, clima o ejecución.
En esos campos terminaban los grupos étnicos perseguidos, criminales comunes y disidentes. También era el destino para los enemigos políticos de Stalin y cualquier persona que tuviera un vínculo con ellos. El trabajo forzado fungió como pieza clave en la rápida industrialización de la Unión Soviética.
La Unión Soviética y los campos de trabajo forzado.
Stalin siempre buscó la modernización de la URSS, por lo que envió a los prisioneros a trabajar en minería, infraestructura masiva y proyectos industriales. En los albores de la década de 1930, la cúpula soviética concibió un campo de trabajo forzado distinto. Por esa época, determinaron “reclutar” a dos millones de ciudadanos para enviarlos a Siberia y Kazajistán.
El plan era desarrollar nuevas comunidades y detonar la agricultura en la región. La verdad es que, una vez instalados en estas zonas remotas, los pobres desgraciados no tenían otra opción más que volverse autosuficientes y cultivar para sobrevivir. Los soviéticos dedujeron que esta operación ayudaría a combatir la creciente hambruna en su territorio.
Uno de los sitios elegidos para ese nuevo comienzo fue la isla Nazino. Una pequeña porción de tierra ubicada justo al centro del río Orb, que eventualmente sería conocida como la Isla Caníbal o Isla de la Muerte.
Experimento en la isla Nazino.
A principios de 1933, un grupo de soldados soviéticos trasladó a más de 6 mil personas a la Isla Caníbal. Increíblemente los dejaron sin refugio, herramientas, ropa extra y comida. Solamente les entregaron un poco de harina, que evidentemente no pudieron cocinar al carecer de los utensilios necesarios.
Cuando el hambre arreció, consumieron la harina mezclada con agua del río, lo que les provocó una terrible disentería. Durante la primera noche en la isla Nazino, cientos de personas murieron. Y todo aquel que intentó cruzar el río Orb para alcanzar la orilla, recibió los certeros disparos de los soldados soviéticos.
Canibalismo en Nazino.
Cualquier recurso, por más mínimo que fuera, justificaba la violencia irracional. Hambrientos, los prisioneros rápidamente empezaron a matarse para comerse unos a otros. Algunos fueron asesinados y devorados. Mientras tanto, a otros cercenaron partes del cuerpo y los dejaron con vida para que intentaran sobrevivir.
“La vi con las pantorrillas cortadas”, recuerda el residente de un poblado cercano, que más tarde conoció a una ex prisionera de la Isla Caníbal. “Le pregunté qué le había pasado y ella dijo: ‘me hicieron esto en la Isla de la Muerte: las cortaron y cocinaron’“. Otro testigo recordó el episodio donde los presos secuestraron a una niña: “la ataron a un árbol, le cortaron los senos, músculos y todo aquello que podían comer, todo… estaban hambrientos…. tenían que comer algo”. Los guardias se limitaban a ver estos horrores.
Oscuro secreto soviético.
Cuatro mil prisioneros murieron en el transcurso de dos meses durante su estancia en la Isla Caníbal. Algunos fallecieron a causa de la violencia, mientras a otros los mató el frío y las enfermedades. Finalmente, el gobierno soviético decidió cancelar el experimento en la isla Nazinsky y trasladó a los horrorizados supervivientes a otra prisión.
Aunque los sobrevivientes y habitantes de pueblos cercanos se enteraron de lo que sucedió en ese lugar, tendría que pasar más de medio siglo para que los rusos y el mundo supieran de la historia. Stalin y los líderes de la URSS supieron guardar muy bien su oscuro secreto.
La verdad sale a la luz.
A finales de la década de 1980, Mijaíl Gorbachov impulsó la política de glasnost, o apertura, conforme la Unión Soviética se democratizaba. Muchos secretos gubernamentales, horrores encomendados por Stalin y un montón de información suprimida vieron la luz. Finalmente, esta clase de actos se convirtieron en el centro de la atención del debate público.
En julio de 1933, un instructor comunista llamado Vasily Velichko que vivía cerca de la isla Nazinsky escuchó los rumores sobre el canibalismo. Tras investigar por su cuenta, elaboró un informe de los hechos y lo envío a Moscú. El documento quedaría sepultado hasta 1994. Hasta entonces se supo de la existencia de otros informes, investigaciones que surgieron a partir de los escritos enviados por Velichko.
Gracias al esfuerzo de Memorial, una asociación dedicada a la investigación histórica y defensa de los derechos civiles, es que hoy sabemos un poco más de los horrores que se cometieron en la isla Nazinsky. En 1989, la asociación acudió hasta esa región para entrevistar a los sobrevivientes y testigos. Fueron ellos los que recopilaron las historias orales.