John Kelvin Koelsch, un hombre que nació y pasó la mayor parte de su infancia en Londres, Inglaterra, se convirtió en el primer piloto de helicóptero en recibir la prestigiosa Medalla de Honor de los Estados Unidos. ¿Cómo? Esencialmente por su linaje, y porque Koelsch regresó a territorio estadounidense con su familia durante su adolescencia, poco después de haber culminado sus estudios en Princenton. Sus camaradas llegaron a describirlo como «un hombre admirable al que todos seguían«. Y es que Koelsch era un sujeto físicamente imponente con un alto grado de desempeño en atletismo y, aparentemente, poseedor de una inteligencia admirable y un ingenio muy afinado.
El destino parecía tenerle preparada la grandeza intelectual, sobre todo porque las aspiraciones originales de Koelsch implicaban estudiar leyes, aunque al final terminó colaborando con los esfuerzos de guerra estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, alistándose en la reserva naval como cadete de aviación en septiembre de 1942. Rápidamente escaló de rango y destacó como un excelente piloto torpedero.
Una vez que la Segunda Guerra Mundial culminó, Koelsch regresó a Princenton para titularse y posteriormente continuó sirviendo en la Armada. Cuando inició la guerra de Corea, nuestro amigo se embarcó nuevamente, aunque esta vez como piloto de helicóptero y, por ironías del destino, terminó a bordo del USS Princeton.
Amor a la profesión.
Se volvió un auténtico especialista en rescates con helicóptero y tras un largo viaje en servicio a bordo del USS Princeton, Koelsch tomó la decisión de no regresar a los Estados Unidos junto con su escuadrón, argumentando a sus superiores que deseaba quedarse hasta que el trabajo terminara. Aceptaron la solicitud y como el resto de su escuadrón regresó a los Estados Unidos, lo pusieron a cargo de un destacamento llamado Helicopter Utility Squadron 2.
Koelsch no solamente era reconocido por sus habilidades como piloto, sino también por personalizar su aeronave agregando mejoras para enfrentar el clima en Corea y tener un mejor desempeño a altitudes extremadamente bajas, de forma que se facilitara la localización de compañeros heridos durante las misiones de rescate.
Por si fuera poco, Koelsch participó en la creación de varios dispositivos que facilitaron el rescate con helicóptero de personas atrapadas en circunstancias muy específicas, tales como un elevador llamado «horse collar» y un arnés flotante para las operaciones sobre el agua.
Independientemente de todo esto, Koelsch lograría consagrarse como un súper soldado el día 3 de julio de 1951. En esa ocasión el barco donde se encontraba estacionado recibió una llamada de auxilio proveniente de un capitán llamado James Wilkins al que habían derribado. De acuerdo con los reportes, la aeronave de Wilkins fue derribada durante una misión rutinaria de reconocimiento y el hombre había resultado herido de gravedad con una rodilla torcida y múltiples quemaduras en la mitad inferior de su cuerpo.
Misión imposible en Corea.
Evidentemente, para un hombre que alguna vez dijo «rescatar pilotos derribados es mi misión» como respuesta a la pregunta de porque participaba en tantas misiones de rescate riesgosas, Koelsch no dudó ni un solo instante para intentar ayudar a Wilkins.
Por otro lado, sus superiores encontraron que un rescate en estas circunstancias era prácticamente imposible debido a la hostilidad del enemigo en tierra, y es que el capitán Wilkins habían caído justamente en las profundidades del territorio enemigo, además que la noche se acercaba rápidamente y la densa niebla del lugar haría prácticamente imposible distinguir al soldado incluso si sobrevolaban a unos cuantos metros sobre su cabeza. Pese a todo esto, Koelsch se montó en su Sikorsky HO3S-1 y despegó acompañado por su copiloto, el aviador George Neal, para no quedarse con las ganas de hacer el intento.
Descrita alusivamente como una aeronave de «movimiento lento», el helicóptero que pilotaba Koelsch iba completamente desarmado a la ubicación de Wilkins sin una escolta debido a que la niebla antes mencionada imposibilitaba la protección. En esas circunstancias, incluso sin el fuego enemigo, había que superar la niebla, la oscuridad de la noche y un terreno montañoso que hacía extremadamente peligroso sobrevolar el área.
Wilkins, que se había escondido de las fuerzas norcoreanas en el bosque, fue sorprendido por el sonido y la visión del helicóptero de Koelsch zumbando perezosamente a poco más de 15 metros de altura con la intención de localizar el avión derribado. En este momento, Wilkins toma la decisión de regresar a su paracaídas convencido de que sería lo más fácil de distinguir para los rescatistas.
Me llaman John “agallas” Koelsch.
Sin embargo, Koelsch rastreaba el lugar no muy lejos de las fuerzas enemigas, quienes lo vieron casi de inmediato cuando se acercó a la zona donde Wilkins se había desplomado. Y aunque empezó una lluvia de balas, en lugar de huir para salvar su propio pellejo, una vez que Koelsch divisó a Wilkins simplemente sobrevoló sobre él, aguantando las ráfagas que dirigían los norcoreanos contra su helicóptero. En cierto punto, indicó a Wilkins que lo subiría con un polipasto previamente bajado por Neal. Como lo relataría Wilkins tiempo después: «fue la más grande muestra de agallas que he visto».
Para su mala suerte, resulta que un helicóptero no vuela muy bien cuando el motor está repleto de agujeros de bala y en el momento en que Neal levantaba a Wilkins, fue precisamente lo que sucedió, provocando que el helicóptero terminara estrellándose.
Lo que hubiera significado un gran problema para cualquier mortal, Koelsch lo convirtió en una especie de impacto controlado sobre la ladera de una montaña, logrando que Neal y él no sufrieran lesiones significativas, además que Wilkins no resultara con más heridas de las que ya tenía cuando el helicóptero se impactó contra el suelo.
Tras la colisión, Koelsch tomó el control de la situación y los tres soldados estadounidenses huyeron del enemigo, todo esto mientras se aseguraba de que Wilkins no hiciera esfuerzos innecesarios. Koelsch y compañía lograron evadir a las fuerzas enemigas durante 9 días hasta que finalmente decidieron ir a un pequeño pueblo pesquero. Fue en este lugar donde se les terminó la suerte y los tres fueron tomados prisioneros por las fuerzas norcoreanas.
Prisionero de guerra ejemplar.
Durante el trayecto al campo de prisioneros de guerra, Koelsch tuvo la osadía de exigir a los captores que proporcionaran atención médica a Wilkins. Tras múltiples gritos furiosos de Koelsch, los coreanos eventualmente decidieron aceptar sus sugerencias. Más tarde, Wilkins daría crédito al insensato y vehemente acoso de Koelsch sobre los coreanos para que le proporcionarán atención medica como lo que terminaría salvándole la vida.
Cuando llegaron al campamento para prisioneros de guerra, a pesar de la desnutrición a causa de los nueve días de fuga, Koelsch compartió sus raciones con los enfermos y heridos, argumentando que necesitaban más la comida. Es importante destacar que Koelsch llevó a cabo este tipo de acciones mientras era torturado regularmente por sus captores ante la negativa de cooperación. Cuando no lo estaban torturando, Koelsch reclamaba a gritos a los norcoreanos los maltratos a sus compañeros, regularmente citando las Convenciones de Ginebra. Su negativa a guardar silencio le valió múltiples golpizas.
Desafortunadamente, Koelsch no pudo superar la desnutrición y un cuadro de disentería que terminó matándolo en octubre de 1951, aproximadamente tres meses después de su captura. Los compañeros, Neal y Wilkins, terminaron sobreviviendo a la guerra.
Medalla de Honor.
En el año de 1955, cuando se hicieron públicas las acciones de Koelsch y su conducta ejemplar mientras estaba prisionero, decidieron otorgarle a título póstumo la Medalla de Honor, señalando que más allá del heroísmo desinteresado durante el intento de rescate, «Koelsch rehusó a proporcionar cualquier tipo de ayuda a sus captores y sirvió como inspiración para que sus compañeros mantuvieran la fortaleza y consideración hacia los demás».
Los restos de John Kelvin Koelsch fueron devueltos a los Estados Unidos en 1955 y sepultados en el Cementerio Nacional de Arlington, un honor reservado para todos aquellos galardonados con la Medalla de Honor. Entre otros honores otorgados a Koelsch se incluye un escolta de destructores de la Armada que lleva su nombre, el USS Koelsch (FF-1049) , así como un edificio de simulación de vuelo en Hawái.
Sin embargo, quizá uno de los más grandes honores para el temple estoico mostrado por Koelsch ante los abusos inimaginables, así como su conducta general mientras era un prisionero, es que haya servido como inspiración para el Código de Conducta de 1955 para prisioneros de guerra estadounidenses donde, entre otras cosas, se especifica:
Si me capturan seguiré resistiendo por todos los medios disponibles. Haré todo lo posible por escapar y ayudar a otros a hacerlo. No aceptaré libertad condicional ni favores especiales del enemigo.
Si me convierto en prisionero de guerra, mantendré la fe con mis compañeros de reclusión. No proporcionaré información o participaré en acción alguna que pueda resultar perjudicial para mis compañeros. Si tengo el rango, tomaré el mando. De lo contrario, obedeceré las órdenes legales de mis superiores y los respaldaré en todos los sentidos. Si me convierto en prisionero de guerra, cuando se me haga una pregunta responderé con mi nombre, rango, número de servicio y fecha de nacimiento. Evitaré responder a las preguntas lo mejor que pueda. No haré declaraciones orales o escritas que resulten perjudiciales para mi país y sus aliados.
Que valor tan impresionante…
Pobre, por rescatar a un soldado quien sabe a cuantos más pudiera haber ayudado, como sea mis respetos, por estar galardonado y dentro de estos «supersoldados» por haber ayudado a vivir y no matando a diestra y siniestra como otros casos. Todo un ejemplo de lo que la guerra significa, mueren hombres buenos por defender los caprichos de otros no tan buenos que quieren todo para si.
Ya extrañaba esta seccion