La máscara del abuelo – Parte III (FINAL)

Me quedé en el sofá, paralizado. Mi mente luchaba por procesar lo que acababa de ver. El abuelo no perdió el tiempo. Con apenas dos pasos acortó la distancia entre nosotros y me levantó, llevándome casi a rastras desde la sala hasta la puerta principal. Sólo llevaba los pantalones del pijama y una playera, iba descalzo. Toda clase de protesta y pregunta era automáticamente ignorada por el abuelo.

rostro de una muñeca aterradora

Pasamos sobre el cuerpo inerte de Tim y, antes de alcanzar la puerta principal, observé su rostro inexpresivo salpicado por la lluvia, sin las gafas y los ojos con una expresión de terror.

El abuelo abrió la puerta y emprendimos la huida en aquella penumbra.

La lluvia nos envolvía.

Quedé empapado casi de inmediato, la tela de la playera se me pegó al cuerpo como una segunda piel. El viento no dejaba de aullar en el jardín. Era un sonido tan fuerte que parecía sobreponerse a todo lo demás. En medio del escándalo, intenté ubicar el sonido del motor del auto que había arrancado momentos antes, pero fue imposible.

Las piedras se me clavaban en las plantas de los pies a medida que atravesaba el camino de grava. Hice unas muecas de dolor. El corazón no dejaba de latir con fuerza dentro de mi pecho, como nunca antes lo había hecho. Tenía ganas de saber lo qué estaba pasando, quién era el hombre que acababa de morir, pero el abuelo no tenía tiempo para eso. Todo sucedía extremadamente rápido.

En unos cuantos segundos habíamos atravesado el jardín y alcanzado la carretera. Ramas y arbustos se estrellaban por todo nuestro cuerpo mientras nos desplazábamos. Me sentía completamente entumecido. El abuelo me tomó del brazo y tiró hacía la izquierda, en dirección a su camioneta. Toda la calle estaba completamente vacía, sin indicios de algún otro vehículo.

El abuelo buscó las llaves en los bolsillos de su pantalón y las dejó caer por las prisas. Maldijo y se inclinó para recogerlas. Me empujó al asiento del copiloto. Corrí y abrí la puerta mientras él aún estaba afuera. Sin embargo, observé algo inusual sobre su pecho.

Un pequeño punto rojo brillante.

“¡ABUELO!”.

Aunque me ignoró durante todo el recorrido, esta vez se percató del peligro. Quizá fue el tono con el que le advertí. Sin regresar a verme, se agachó casi por instinto y una fracción de segundo después un sonido agudo superaba el aullido del viento.

hombre armado

El espejo retrovisor de la camioneta voló en mil pedazos.

“¡Maldición!”, dijo el abuelo con un grito ronco. “Métete en la camioneta y agáchate”.

Rápidamente entré al auto y cerré la puerta. Me quedé en cuclillas. Instantes después, el abuelo también subía y metía las llaves en el encendido. El segundo disparo llegó cuando el motor arrancaba. Rompió la ventana trasera de la camioneta y salió por el parabrisas frente a nosotros. El abuelo sacó el freno de mano y metió los cambios cuando sonó el tercer disparo. Escuché el zumbido en la oscuridad, pero no nos alcanzó.

El abuelo pisó a fondo el acelerador. La camioneta levantó una buena cantidad de polvo y empezábamos a ganar distancia, precisamente cuando el cuarto y último disparo se escuchó en la penumbra.

El abuelo gritó. La camioneta se desplazó a la derecha por un instante, pero logró recuperar el curso. Volteé a verlo mientras sostenía su hombro izquierdo, con la mano al volante. Un torrente de sangre le escurría por el brazo.

“¡Abuelo! Abuelo, ¿estás…?”

“Tranquilo”, respondió con los dientes entreabiertos sin mirarme. “Sólo mantén la maldita cabeza abajo”.

Conducimos en silencio.

Un par de ocasiones abrí la boca para hacerle una pregunta, pero no encontré las palabras adecuadas. De vez en cuando lo observaba, y cada vez que lo hacía parecía empeorar.

El arrugado rostro del abuelo se puso pálido. La manga entera de su camisa se había teñido de rojo. Su mano también estaba cubierta de sangre. Conducía a toda velocidad, con los enormes ojos azules descifrando aquellos caminos de terracería. No hablaba ni me miraba.

Yo me sentía terrible. El cuerpo entero me temblaba. La camioneta llevaba la calefacción encendida al máximo; sin embargo, no ayudaba mucho. Mi piel estaba completamente mojada y helada. Tenía fiebre. Mis dientes chasqueaban y no encontraba forma de calentarme un poco.

Finalmente, después de hora y media de camino, tuve que hablar.

“Abuelo, ¿a dónde vamos?”.

Ni siquiera movió la cabeza. Mantuvo la mirada fija en el camino y cuando creía que no respondería, escupió sólo dos palabras.

“La cabaña”.

cabaña en la noche

“¿Pero, vas a estas bien? ¿No necesitas…?”.

Me detuve antes de decir “ir al hospital”. Obviamente que no podíamos ir a un hospital. El abuelo había recibido un disparo en el brazo, justo después de matar a un sujeto con sus propias manos. Ir al hospital por una herida de bala significaba que la policía investigaría. Era el último sitio a donde podría ir.

Sin verme, el abuelo hizo una mueca y asintió con la cabeza, una sola vez. Mantuve los ojos en él antes de hacer la última pregunta.

“¿Abuelo… no podrías cambiar? Si vienen tras nosotros, ¿no podrías asumir tu otra forma?”.

El abuelo parpadeó brevemente. Mantuvo la mirada fija en el camino. Murmuró sólo dos palabras, las mismas que había dicho antes. Aunque esta vez en voz baja.

“La cabaña”.

Ayudé al abuelo a llegar a la entrada.

El peso de su enorme cuerpo, totalmente desplomado sobre el mío, parecía imposible de superar. Cuando lo saqué de la camioneta casi lo dejo caer, pero juntos logramos que se mantuviera de pie. La puerta de la camioneta quedó abierta y no volví para cerrarla.

La lluvia seguía cayendo con furia a nuestro alrededor. Se había convertido en un chubasco. Entrecerré los ojos mientras el agua helada bajaba por mi rostro. El cabello se me había pegado a la frente en grandes mechones húmedos. Me sentía completamente agotado, como si estuviera a punto de colapsar. Sin embargo, de alguna forma logré seguir adelante.

La temblorosa mano del abuelo demoró mucho más en abrir la puerta de la cabaña que la camioneta. No podía acertar en la cerradura. Sin embargo, al final logró introducir la llave y entramos. Cerré la entrada de un portazo y encendí la luz.

Nos paramos en la desordenada sala del abuelo. La cabaña tenía una disposición similar a mi casa: una puerta principal que daba directamente a la sala, con otras dos puertas que llevaban a otras áreas de la vivienda. Al otro extremo se encontraba una cocina pequeña. Al salir por la puerta trasera encontrabas un jardín. A la izquierda una puerta que llevaba al corredor, un baño y dos habitaciones. La sala estaba polvorienta y con pocos muebles. Solamente un viejo sofá, un televisor todavía más anticuado y una pequeña ventana. Eso era todo.

“¿Abuelo, ¿quieres recostarte? ¿Te llevó a la habitación?”.

Negó con la cabeza. Sus labios estaban cerrados con fuerza. Al observarlo, una sensación de hundimiento me llenó el estómago. No se veía nada bien. Su rostro era casi totalmente blanco, como si hubieran drenado toda su sangre. Pensé que tal vez así era. La manga de su camisa estaba totalmente roja, al igual que la mano que había utilizado para tapar la herida. Me sentí todavía más enfermo. Mientras lo observaba, el abuelo se tambaleó y se tiró pesadamente en el sofá. Levantó su mano útil, buscando el primer botón de la camisa.

rostro de un abuelo

“Ayúdame”, gruñó. “Debo quitarme esto”. Las palabras del abuelo eran firmes, como si cada silaba fuera una lucha.

Me apuré a desabotonarle la camisa. El entumecimiento de mis manos provocaba que trabajara despacio. Pero al final lo conseguí. Una vez hecho, el abuelo me hizo a un lado. Luchó para quitarse la camisa. Su rostro iba entre una mueca de dolor y otra.

El ancho torso del abuelo estaba cubierto de un vello blanco y grueso. Primero liberó su brazo derecho, dejando la parte más complicada al final. Al retirarse la manga de la herida, soltó un grito de dolor. Después, arrojó la camisa al suelo y abrió muy bien los ojos. Me observó fijamente.

“No te asustes”. Exprimió aquellas palabras mientras apretaba los dientes. Mis ojos iban de su rostro a la herida en su brazo izquierdo cubierto de sangre. “No te lastimaré”.

Iba a responderle, pero antes el abuelo emitió un gemido gutural. Su respiración se fue haciendo rápida y profunda, metiendo litros y litros de aire a sus pulmones. Entrecerró los ojos y luego los volvió a abrir. Emitió otro gemido aún más fuerte, apretando los dientes con más fuerza. Cuando el sonido aminoró, escuché algo afuera.

Autos. Eran dos autos.

El ruido de los motores se disimulaba entre el viento y la lluvia, pero no del todo. Las revoluciones de la máquina contrastaban con la atmósfera de esa noche. El terror se fue avivando como un incendio en mi pecho. Quedé petrificado, observando al abuelo desde la pequeña ventana en la sala. Él me devolvió una mirada oscura. Instantes después, los neumáticos de los autos hacían un escándalo mientras se desplazaban la grava.

“¡Abuelo! Están aquí”.

No me escuchó. Quizá era incapaz de hacerlo. Su rostro no expresaba otra cosa que agonía. La frente se le cubrió de venas gruesas y los ojos quedaron completamente en blanco. El torso y brazos empezaron a exhibir unos músculos poderosos.

“Abuelo”.

Estaba a punto de sacudirlo para que reaccionara cuando dejó escapar un aullido lleno de rabia y dolor. De repente, su cuerpo se hundió en el sofá. Empezó a jadear con rapidez. Sus ojos azules volvieron a su sitio y se encontraron con los míos.

“No… no puedo hacerlo”, dijo mientras se esforzaba por respirar. Las venas ya no estaban en su frente, y ahora estaba más pálido que nunca. “Maldita… bala”.

“Abuelo… están aquí”. Lo miré directamente a la cara. Distinguía el pánico en mi propia voz. El abuelo también lo notó. Sus ojos se abrieron un poco y se dirigieron a la puerta principal.

Un instante después, apareció un agujero sobre la puerta.

motas de polvo escenario

Me tiré al piso cubriéndome la cabeza. Mis oídos parecían estallar tras un estruendo que llenó por completo la sala. El agujero en la puerta del abuelo era del tamaño de un plato. Desde el suelo podía ver el aserrín suspendido en el aire, flotando a contraluz como motas de polvo. La puerta se abrió hacia adentro a causa del viento, estrellándose contra la pared. Del otro lado no había más que oscuridad.

La adrenalina recorría mi cuerpo como un veneno y el corazón hacía eco en mis oídos. Me incorporé sobre mis manos y rodillas, levanté la cabeza y busqué al abuelo. Se había puesto de pie. La palidez en su rostro era aún más acentuada, pero el azul de sus ojos parecía intenso. Alerta. Estaba en cuclillas junto al sofá, con el cuerpo totalmente preparado. Sus músculos estaban tensos como cuerdas. Sin quitar la vista ni un solo instante de la puerta principal, se desplazó agachado por la sala. Apenas y hacía ruido al caminar. Llegó hasta la pared justo a la izquierda de la puerta abierta y se volteó para apoyarse contra ella. Su mirada se encontró con la mía.

Mediante un gesto con las manos me indicó que retrocediera. Me arrastré hacia atrás por el piso hasta que topé con uno de los lados del sofá. Parcialmente oculto a la vista. Al asomarme por uno de los costados, todavía lograba ver al abuelo y la puerta principal abierta. El abuelo volvió a gesticular con la mano y me pidió que retrocediera aún más. Pero, antes de que pudiera hacerlo, un hombre irrumpió en la entrada.

Se formó un nudo en mi garganta. El desconocido era alto y ancho. No tanto como el abuelo, pero cerca. Quizá de la misma edad que papá. Una barba descuidada le cubría el rostro y sus ojos negros inspeccionaron la sala a profundidad. En sus manos portaba una escopeta. El hombre dio un paso hacia la sala, y sucedieron dos cosas a la vez.

La primera fue que sus ojos se encontraron con los míos. Los observé ensancharse un poco, tensar los brazos y llevar el cañón de la escopeta justo en mi dirección.

El hombre era rápido, pero el abuelo no le dio oportunidad. Saltó de su escondite detrás de la puerta, con el brazo herido completamente extendido frente a él. El sujeto no tuvo ninguna posibilidad. Debió detectar el movimiento por su visión periférica, pero, incluso antes de que pudiera gritar, el abuelo ya estaba encima de él. Tomó la cabeza del hombre con la mano completamente extendida y la azotó contra la pared. El crujido fue repugnante. El hombre se desplomó, la escopeta cayó al suelo y un reflejo de una de sus piernas terminó pateándola. El arma se deslizó unos cuantos metros y terminó en el medio de la sala.

El abuelo volteó y se dirigió a ella. Su rostro mostraba una mueca de dolor y rabia. Estiraba su brazo sano hacia la escopeta, cuando un segundo hombre apareció en la puerta. Era más joven que el primero, pero del mismo tamaño. Un mechón de cabello castaño colgaba sobre sus ojos. Ingresó a la sala corriendo, con un rifle colgado del hombro. En su rostro no había nada más que pánico. Su mirada encontró al abuelo y se detuvo, con el arma desenfundada.

“¡Abuelo!”.

No necesitaba que le advirtiera. Ya había detectado al sujeto detrás de él. Tomó la escopeta por el cañón, girando tan pronto como la tuvo entre sus manos. Sin embargo, esta vez no fue lo suficientemente rápido.

ojo cansado

Para cuando el abuelo giró, el sujeto ya tenía el dedo en el gatillo. Disparó. El ruido en la cabaña resultó abrumador. El dolor me apuñaló los tímpanos y mis oídos volvieron a bloquearse. Grité de terror. En algún sitio, el abuelo también gritaba. Cuando abrí los ojos lo encontré peleando con el hombre. Había tomado el cañón del rifle con la mano izquierda, mientras su mano derecha buscaba la garganta. La escopeta estaba en el suelo, a sus pies. El hombre lanzaba golpes salvajes a la cabeza del abuelo con la mano libre mientras gritaba y maldecía.

El abuelo no pudo aferrarse a la garganta. Su mano estaba cubierta de sangre. Instantes después, observé su mano dirigirse a la parte posterior en la cabeza del hombre. El sujeto intentaba golpearlo y escapar, pero no lo logró. El agarre del abuelo era más fuerte. Tensó la mano apoyando sus dedos en la parte posterior del cráneo del sujeto, y con el pulgar le presionó el ojo.

El hombre empezó a gritar. Dejó de lanzar golpes e inmediatamente se aferró a la mano del abuelo para intentar librarse.

Me puse en cuclillas, observando la escopeta en los pies del abuelo. Si tan solo pudiera ir y alcanzarla…

Pero, cuando el pensamiento rondaba mi cabeza escuché un movimiento detrás de mí. En el fondo de la sala. Di la vuelta y observé a una mujer pelirroja de pie frente a la puerta que da a la cocina. Quizá se escabulló por atrás. Sostenía algo amarillo y brillante. Tenía la forma de una pistola, pero no una de verdad. Parecía una pistola de juguete.

No era así. Mientras gritaba para advertir al abuelo, la vi accionando el gatillo. Un par de finas líneas de metal salieron del cañón azul de aquella pistola. Giré la cabeza a tiempo para verlas incrustarse en la espalda del abuelo. Su cuerpo se puso rígido. Soltó el cañón del rifle. El sujeto con el que había estado peleando se apartó de él, balanceando el arma hacia arriba. La culata se estrelló contra el mentón del abuelo. Se tambaleó hacia atrás y giró, casi en cámara lenta. También observé que la región izquierda de su cadera sangraba, seguramente del sitio donde entró la bala del rifle. La agonía se había estancado en su rostro. Después cayó al suelo. Su cuerpo sufrió varios espasmos y después se quedó quieto. Sus ojos azules se cerraron.

Grité. Antes de siquiera pensarlo, empecé a dirigirme hacia el sujeto. Mi mente estaba nublada por la ira y el terror. No había plan de acción. Los ojos del asesino se levantaron con mi grito. Observé cuando me apuntó con el rifle, buscando en la bolsa de su camisa una bala. El cañón del arma me apuntaba. Un calor intenso impulsó mi cuerpo. El sujeto empezó a recargar el rifle y me tensé, listo para saltar sobre él.

mujer pelirroja

“No, Jim. Recuerda a lo que hemos venido”. Su voz era suave y serena. No se dirigía a mí, pero el sonido me hizo dudar. Jim también dudó. Regresó a verla. La sangre empezaba a escurrir de su ojo hinchado. Seguí su mirada y observé a la mujer moviéndose hacia mí, con una sonrisa en el rostro. “La Sociedad del Silencio pagará más si lo entregamos vivo”.

La mujer desenfundó un cuchillo largo y planteado. La hoja era iluminada por la luz en el techo. El mango era liso, de un tono marrón brillante. Lo balanceó frente a mí mientras la sonrisa en su rostro se convertía en una mueca de disgusto. “No nos darás ningún problema, ¿verdad, jovencito?”.

Regresé a ver a Jim, que me apuntaba con el arma. Mi pecho se llenó de pánico y miedo. Había perdido cualquier oportunidad. La distracción de la mujer le dio tiempo para recargar el rifle y apuntarme. Si llegaba a saltar sobre él, jamás lo hubiera alcanzado.

La pelirroja rodeó el sofá. Se detuvo a unos metros de distancia. Aún tenía esa sonrisa en el rostro, pero pude distinguir algo más. Una mezcla entre odio y asco. Uno de los lados de su boca se arqueaba mientras hablaba.

“No intentes nada estúpido. No quieres terminar como el abuelo, ¿verdad?”.

Avanzó un poco más, irguiendo el cuchillo frente a ella. Y entonces su cara cambió. Se quedó quieta. Ladeó la cabeza hacia un costado, como si quisiera escuchar algo. La sonrisa en su rostro ya no parecía tan segura.

Instantes después supe la razón. También lo escuché. Era distante, casi apagado por el viento y la lluvia. Pero se iba haciendo cada vez más nítido. Más fuerte y más próximo con cada segundo que pasaba. Era un crujido constante y rítmico. Pisadas. Golpeaban la grava del camino hacia la cabaña.

“Jim…”.

La pelirroja ya no me observaba. Su mirada con el ceño fruncido se dirigía a Jim. El hombre la observaba fijamente, en su rostro podía distinguirse el pánico y la confusión.

De repente, las pisadas se detuvieron por completo. Jim volteó velozmente para observar la puerta abierta. El viento chillaba alrededor de la cabaña. El tamboreo de la lluvia era incesante. La puerta se azotaba continuamente contra la pared. Y ningún otro ruido.

“Sandi, ¿crees que deberíamos…?”.

sombra o silueta frente a figura enorme

Jim avanzó hacia la puerta abierta mientras hablaba, pero sólo dio un paso. Una sombra lo cubrió por completo. Algo se posó frente a la puerta, algo tan oscuro y alto que bloqueaba el cielo más allá. Antes que todo se volviera un caos, vislumbré un pelaje negro que circundaba una silueta vagamente humanoide. La criatura se desplazó hacia el frente a una velocidad que parecía imposible. Era una sombra con extremidades. Jim gritó e intentó apuntarle con el rifle, pero no tuvo la más mínima oportunidad. Antes que el cañón del arma estuviera mitad de camino, este ser ya había posado sus largas extremidades en el rostro del hombre que disparó al abuelo.

Los alaridos de Jim cesaron al instante. Un chorro de sangre brotó de su cabeza. Salió volando hacia la pared de la sala, golpeando con al menos el doble de fuerza que el primer hombre que abatió el abuelo. Escuché un crujido aterrador, que sólo pudo haber provenido del cuello de Jim partiéndose en dos. Instantes después, el rifle cayó al suelo.

No volteé para ver lo que había sucedido con Jim. No pude. Mi mirada estaba puesta sobre aquella criatura que ahora jadeaba justo frente a mí. Me observaba con sus ojos azul plateado. Le devolví la mirada, incapaz de hacer otra cosa.

De cierta forma, se parecía a los hombres lobo que había visto en el cine. Un pelaje grueso lo cubría por completo. Su cara gruñía tras un bozal. Aprecié los destellos de una lengua rosada rodeada por dientes filosos como agujas. El bozal le producía una serie de arrugas pronunciadas y de la parte superior de su cráneo sobresalían unas orejas puntiagudas.

Guardaba semejanzas con los hombres lobo que había visto, pero al mismo tiempo muchas diferencias. Su forma era distinta. Aquella criatura frente a mí era esbelta y mucho más alta. Estaba agachada dentro de la cabaña, pero incluso encorvada bajo sus hombros alcanzaba a rozar el techo. Sus patas eran muy delgadas y extremadamente largas. Los brazos casi alcanzaban sus rodillas, como si fueran las patas de una araña. Cada miembro culminaba en una pata alargada, cada una de las cuales estaba equipada con garras oscuras. Su pata derecha goteaba con la sangre de Jim.

Mi menté logró asimilar todo en un segundo. No tuve más tiempo. Momentos después, la criatura aullaba llena de ira y se abalanzaba sobre mí. Se desplazaba de forma torpe y forzada, como una marioneta rota. Dio un paso largo sobre el cuerpo del abuelo, con la mirada fija sobre mí. Pero antes de que pudiera escapar, sentí algo frío rozando mi garganta.

ojo de muerte

Era el metal de un cuchillo. El cuchillo de Sandi. Se había arrastrado atrás de mí mientras observaba a la criatura matar a su compañero, y ahora respiraba justo sobre mi oído. Sostenía el cuchillo tan cerca de mi garganta que me hizo un pequeño corte.

“Otro paso y le corto la garganta”. La voz de Sandi ya no mostraba calma. Lo dijo en voz alta, pero sus palabras temblaron. El filo del cuchillo se tambaleaba contra mi cuello. “Es en serio. Te prometo que lo dejaré ir, pero primero debes cambiar. Así sé que no me harás nada”.

La criatura dejó escapar un gruñido largo. Toda mi piel se erizó. La lluvia y el viento seguían envolviendo la cabaña en una especie de concierto siniestro al que se había agregado algo más. Algo nuevo. Un aullido débil en la distancia. Mientras apreciaba los ojos del hombre lobo, me di cuenta que eran sirenas. Las sirenas se aproximaban. Alguien escuchó los disparos y llamó a la policía.

No pensé. No tenía tiempo para hacerlo. Antes que pasara algo más, giré la cabeza hacia abajo y enterré mis dientes en el brazo de Sandi. El sabor de la sangre mezclada con sudor inundó mi boca. Sandi gritó. Trató de sacar el brazo, pero yo extendí una mano y lo atrapé, manteniéndolo en su sitio. Mordí con todas mis fuerzas. Sandi siguió gritando y escuché el sonido del metal golpeando contra el suelo. Cuando abrí los ojos la criatura avanzaba hacia nosotros, con un gruñido bajo retumbando desde su garganta. Solté a Sandi y me hice a un lado.

“No… no, no…”, balbuceaba Sandi mientras intentaba retroceder. Levantaba sus manos frente a ella. Sus ojos estaban completamente abiertos y llenos de terror. “No, por favor. Sólo deja que me vaya. Déjame ir y te juro que…”.

licantropia

Eso fue todo lo que pudo hacer. Cuando el hombre lobo se puso a mi lado, se lanzó ferozmente hacia el frente, con ambas extremidades extendidas hacia Sandi. La inercia del movimiento la arrojó hacia el suelo. Aterrizó con un golpe y un grito, con el lobo sobre ella.

No gritó demasiado. En unos pocos segundos sus gritos se transformaron en un sonido húmedo de gárgaras. Instantes después cesaron por completo. Escupí la sangre de mi boca y di la vuelta. Al ver al abuelo, su cuerpo yacía inerte en el piso de la sala. Sus ojos se mantenían cerrados. Cualquier otro pensamiento abandonó mi mente mientras corría hacia él. Estaba completamente cubierto de sangre. Le salía por la barbilla, así como por los agujeros de bala en el hombro y la cadera. En algún momento Sandi dejó caer su pistola amarilla, pero las cuerdas metálicas aun estaban clavadas en la espalda del abuelo. Las pateé. Me arrodillé junto a él y moví mis manos desde su pecho hasta su cuello, buscando con desesperación el pulso. Intentando ver si aún respiraba.

En el exterior las sirenas eran más intensas. Frenaron mis pensamientos ocupando toda mi atención. Sentí que me desvanecía. Mis manos se movían sobre la cara del abuelo, pero ahora estaban húmedas y resbaladizas, cubiertas de sangre. Mi visión se volvió borrosa.

Sentí un movimiento en la parte posterior. Pasos firmes y fuertes. Momentos después distinguí un gruñido bajo y sentí un aliento cálido en la nuca.

La criatura me hizo a un lado. Se agachó y cargó al abuelo con ambas patas. Grité e intenté pelear, pero simplemente me ignoró. Recogió el cadáver y lo echó sobre su hombro. Como si no pesara más que una muñeca de trapo. Después, antes de que me diera cuenta de lo que sucedía, también me tomó a mí. Me dio la vuelta y quedamos cara a cara.

ojo azul iris

Hay dos cosas que recuerdo sobre la parte final de esa noche. Dos escenas muy claras.

La primera es la luz de la luna. Seguramente fue poco antes de que me desvaneciera, después que mi cuerpo finalmente cediera ante el cansancio. Corrimos durante lo que parecieron horas, huyendo de la cabaña del abuelo atravesando campos completamente empapados por la lluvia. Huyendo hacia la penumbra. Después de algún tiempo indefinido, la lluvia finalmente empezó a detenerse y el cielo a despejarse. Estaba tirado sobre uno de los hombros de la criatura, aferrado al pelaje en su espalda. A través de mi mirada borrosa y semiconsciente observé las estrellas sobre nosotros. Y momentos después sentí la luz de la Luna sobre mi piel, gigante y espectacular en el cielo, brillando sobre mí como un foco de luz.

Finalmente me sentí cálido.

Esa imagen se quedará conmigo durante mucho tiempo.

Sin embargo, la segunda imagen se quedará por siempre. La imagen de lo que vi en la cabaña del abuelo, poco antes de que la criatura me arrojara sobre su hombro. Antes de emprender la huida.

La imagen de la cara del hombre lobo, a sólo centímetros de mi rostro, cuando me giró para enfrentarla. Para que mirara directamente sus ojos azul plateado.

Las sirenas se escuchan de fondo, mezclándose con el viento y la lluvia. La adrenalina, el cansancio y el terror se arremolinaban en mi estómago como un tornado. Sin embargo, cuando tuve frente a mí a aquella criatura que acababa de matar a dos personas no experimenté ningún miedo.

De repente, cualquier rastro de temor se esfumó.

Y es que, mientras lo miraba, me di cuenta que no observaba ningún rostro desconocido.

Miraba a mi propia madre.

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11 comentarios en «La máscara del abuelo – Parte III (FINAL)»

  1. Una más y no jodemos mas! Hacia tiempo que un relato no me atrapaba de esta manera! Ojalá se supiera que pasó con el abuelo y experimentar la primer transformación del niño!! Una genialidad!!

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    • Al abuelo me lo imagino como el viejo Logan, un hueso duro de roer, y yo creo que sí quedó con vida. Me encantó la manera en que el relato fue subiendo de intensidad de un capítulo a otro, ¡estuvo excelente!

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    • La criatura me hizo a un lado. Se agachó y cargó al abuelo con ambas patas. Grité e intenté pelear, pero simplemente me ignoró. Recogió el cadáver y lo echó sobre su hombro. Como si no pesara más que una muñeca de trapo. Después, antes de que me diera cuenta de lo que sucedía, también me tomó a mí. Me dio la vuelta y quedamos cara a cara.

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