Hace tres años echaba un vistazo a los anuncios clasificados locales en Internet cuando uno llamó mi atención, no por lo que decía, sino porque las especificaciones eran mínimas. Según puedo recordar, el anuncio decía: «Empleo disponible. Buena paga. Sin prestaciones. Se requiere discreción«. Después una dirección de correo electrónico y eso era todo. En esa época administraba una tienda de música, pero empezaron a circular rumores de que nos despedirían el próximo año y la probabilidad de ser transferido a otra tienda era mínima. Llevaba varias noches viendo las listas de empleo, y éste fue el primer anuncio que destacó, tal vez porque estaba aburrido y resultaba extraño.
Entonces, envié un correo.
Hora y media después respondieron con indicaciones para dirigirme a una oficina en una parte exclusiva de la ciudad a determinada hora para la supuesta «evaluación». Me presenté y tras esperar varios minutos en el vestíbulo, pasé a una oficina donde se me entregaron varios formularios y cuestionarios que debía completar. Los entregué todos y me comunicaron que se pondrían en contacto.
Casi olvidaba todo el asunto después de un mes, cuando recibí una llamada donde me comunicaban que había avanzado a la segunda etapa del proceso de contratación. Nuevamente proporcionaron una dirección y hora específica. Cuando llegué (en esta ocasión se trataba de un bello complejo de oficinas a unos 30 kilómetros de distancia del primer lugar) fui abordado por un hombre que se presentó a sí mismo como Sr. Salomón. Me acompañó a una amplia habitación donde se encontraba una silla y un escritorio. Sobre el escritorio había dos grandes monitores, un teclado y un ratón. También una caja de metal con dos botones enormes: uno rojo y otro verde.
Salomón indicó que esta habitación era un modelo del lugar donde estaría trabajando si decidía tomar la vacante. El hombre describió el trabajo de la siguiente forma.
Tendría que completar 7 turnos de 6 horas todas las semanas. Se trataba de un trabajo muy simple. Debía llegar 10 minutos antes e ingresar a un área exterior parecida a un vestuario. En este sitio contaría con mi propio casillero. Debía almacenar todas mis pertenencias y cambiar mi ropa por el uniforme. Jamás, bajo ninguna circunstancia, debía ingresar a la sala de vigilancia con un artículo de mi propiedad. Y nunca, por ningún motivo, debía extraer artículo alguno de la sala de vigilancia.
Respecto a mi labor en la sala de vigilancia, me indicaron que el monitor a la izquierda mostraría permanentemente una transmisión en vivo de una cámara de alta definición en una ubicación remota. Solamente debía vigilar la imagen. Cada 60 minutos debía ingresar a la computadora conectada al monitor derecho y capturar un breve registro de cualquier cosa interesante que ocurriera en ese lapso. No tenía bolígrafos, lápiz ni papel, y jamás debía tomar notas escritas sobre el trabajo.
En lo que respecta a los enormes botones, debía presionar el rojo sólo en caso de emergencia. Es decir, cuando algo en la imagen o habitación de vigilancia requería asistencia externa. El botón verde sólo debía presionarse cuando en el video sucediera algo digno de notarse. Esto comunicaría a otros individuos en algún sitio que, desde mi punto de vista, algo interesante sucedía. Salomón hizo énfasis en que, si bien dejaban a mi consideración utilizar aquel botón, debía presionarlo sólo cuando sucediera algo «realmente importante».
Señaló la cámara en el techo de la habitación en que nos encontrábamos. Mencionó que en la habitación real sería exactamente igual. Mi trabajo sería constantemente vigilado, y otras personas también verían lo que sucedía en el monitor izquierdo. Dijo que se trataba de redundancia en caso de que los otros sistemas fallaran. Después sonrió y preguntó si sabía lo que había querido decir con redundancia.
Asentí, intentando no mostrar mi molestia. No se me da mucho eso de hablar con las personas, así que ocasionalmente piensan que soy tonto. Y está bien. Lo dejo pasar siempre que la paga sea buena.
El sueldo era excelente. $35 dólares la hora.
Esto me preocupó un poco. Pensaba que se trataba de algún experimento psicológico o trabajo secreto para el gobierno, algo con lo que no tenía problema. ¿Pero, pagarme por sentarme a mirar una pantalla? Mamá siempre me dijo que, si algo parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente oculte algo, y esto parecía demasiado bueno para ser verdad.
Le pregunté si haría algo ilegal. Salomón rio y dijo que no. Le pregunté si alguien saldría lastimado. Nuevamente, negó con la cabeza. Mencionó que la razón por la que pagaban tanto es porque necesitaban trabajadores motivados, profesionales y discretos. El trabajo que hacían era importante, y por diversos motivos no debía divulgarse. Si aceptaba el empleo, firmaría documentos donde me comprometía a nunca hablar de mi trabajo en ese lugar. De lo contrario, podrían demandarme y enviarme a prisión. Violé ese acuerdo por todo lo que ha sucedido.
Así que tomé el trabajo y, como solicitaron que empezara inmediatamente, dejé la tienda sin previo aviso. Me sentí mal por esto, pero estaba muy entusiasmado con el nuevo empleo. Aunque parecía un trabajo fácil y aburrido, se compensaba con el dinero. Temía que ocultaran algo, pero me dije a mí mismo que solamente tendría que observar. No tenía sentido desperdiciar aquella excelente oportunidad solamente por mi loca imaginación. Me proporcionaron la ubicación del trabajo real, y cuando asistí, me sorprendió que fuera idéntica, con unas pocas diferencias, a la sala modelo que me habían mostrado. Había un vestuario por el que se tenía que pasar antes de ingresar a la sala de vigilancia y también un pequeño baño adjunto. En la instalación real encontré un pequeño enfriador de agua en una esquina, pero como no me permitían ingresar nada, tenía que comer y beber antes o después de cada turno. Por supuesto, la mayor diferencia eran los monitores encendidos.
El monitor derecho mostraba una terminal en blanco y negro, justo como se ve en algunas películas. Podía capturar los registros, pero era imposible navegar en Internet o hacer cualquier otra cosa. El monitor izquierdo…
Transmitía video de una habitación. Supongo que podría llamarse habitación pues, aunque contaba con una cama, tenía muchas otras cosas. Televisión, sofá, sillas, un par de mesas y un montón de espacio entre todas estas cosas. La cámara debía encontrarse en lo más alto de una esquina, pues podía ver casi todo con excepción de los lados más distantes de los muebles. Sin embargo, al principio todo esto pasó a segundo plano.
Ella era lo único que veía.
Parecía un poco menor que yo y me resultó extremadamente atractiva. Cuando la observé por primera vez, estaba recostada sobre el sofá. Era la parte de la habitación más alejada de la cámara, pero la imagen era muy nítida y puedo decir que estaba durmiendo. Me encontré a mí mismo inclinado sobre el monitor procurando distinguir mejor la imagen, después pensé en lo que estaba haciendo y me sentí avergonzado. Era como si la estuviera espiando. Una especie de Tom el Mirón, como solía referir mamá a esta conducta.
No quería ser Tom el Mirón, pero tampoco quería verme como un estúpido. Necesitaba analizar la situación con calma.
Era un buen trabajo. Y no estaba haciendo nada malo, ¿verdad? No lastimaba a otra persona. La mujer parecía estar bien y la habitación lucía agradable. Probablemente estaba de acuerdo con estar en ese lugar en algún tipo de experimento. Seguramente yo estaba exagerando.
Entonces, tomé asiento y empecé a trabajar.
No pasó mucho tiempo antes que empezara asimilar un poco más. La mujer, a la que decidí llamar Raquel, no estaba en ese sitio por decisión propia. Jamás la observé en una situación de peligro, pero estaba claro que no salía de esa habitación excepto para ingresar a una especie de baño que la cámara no lograba enfocar. Nunca salió de la habitación por su cuenta. Regularmente, un par de veces a la semana durante mi turno, personal con extraños atuendos ingresaban para sacarla de la habitación. Una que otra vez se resistía, pero generalmente, salía con la cabeza baja.
Siempre la regresaban, y esas ocasiones en las que no volvió durante mi turno fueron las peores para mí. Solía preocuparme hasta que llegaba al día siguiente al trabajo y la observaba en la habitación, viendo televisión o pintando. Nunca la vi herida o molesta, excepto cuando la sacaban, e incluso cuando se defendía buscaban ser amables con ella.
Sin embargo, algo me decía que todo estaba mal. Pensé en renunciar al trabajo o presionar el botón rojo para que alguien viniera y solucionara mis dudas. Incluso fantaseaba con llamar a la policía para mostrarles lo que transmitía esa cámara.
Pero, tenía temor. Un profundo temor a perder mi trabajo y, sobre todo, miedo de lo que estas personas pudieran hacerme si llegaba a hablar del tema. Al aceptar el trabajo, Salomón me dijo que la discreción implicaba no hacer preguntas. Jamás pedirían que hiciera algo más allá de lo estipulado en el contrato, pero nunca podría contarles a otras personas lo que hice o vi, y jamás haría preguntas sobre lo que estaba haciendo.
Empecé a inventar excusas. Todo debía ser un experimento. La mujer estaba loca o enferma y estas personas trataban de ayudarla. Incluso si realmente estaba prisionera en algún lugar, al menos yo vigilaba que estuviera bien. Si intentaban lastimarla, o incluso si llegaba a ver que la mujer no quería seguir allí, podría ayudarla. De cierta forma me convencí a mí mismo de que, al vigilarla, la estaba ayudando.
Sé que esto no me justifica. Y no me gusta mucho pensar en ello, especialmente ahora. Pero, en mi defensa, cuando las cosas cambiaron no seguí ignorando o inventando excusas. Sabía que debía actuar.
Raquel solía pintar durante una o dos horas todos los días, y esto solía coincidir con mis turnos por la tarde. Hasta donde puedo decir, aquella habitación carecía de ventanas por lo que creo que utilizaba un reloj o el tiempo de su propio cuerpo para mantener una especie de horario. Siempre disfruté verla pintar, pero lo que hacía estaba en dirección contraria a la imagen que mostraba la cámara de forma que nunca pude ver su obra, aunque todo el tiempo observaba su rostro. Se mantenía apacible y parecía feliz mientras pintaba, y ver aquella sonrisa tan serena de alguna forma terminaba alegrando mis días.
La primera vez que noté que algo andaba mal fue cuando empezó a pintar con más frecuencia hace unas semanas. La expresión en su rostro era mucho más concentrada y seria, y sus movimientos presentaban una tensión que no estaba acostumbrado a ver. Al principio creí que intentaba pintar algo complicado, y me hubiera gustado decirle que no se preocupara. De cualquier forma, entre semana el personal entraba y retiraba las pinturas viejas, proporcionándole una nueva pila de lienzos.
Sin embargo, parecía mucho más que concentrada. Algo andaba mal. Ya no parecía feliz y pintaba muchas horas. En apenas tres días llegó a terminar cuatro pinturas.
Mi preocupación aumentaba mientras la veía trabajar, y cuando terminó la cuarta pintura, me encontré a mí mismo diciéndole que se detuviera y descansara un instante. Me había acostumbrado a hablar con el monitor, a comunicarme con ella de cierta forma. Pero, Raquel no se detuvo. Empezó a mover las pinturas, acomodándolas en el respaldo y asiento del largo sofá al otro extremo de la habitación.
Aquella fue la primera vez que pude observar sus pinturas. Aunque todas las otras fueron retiradas, siempre lo hacían fuera de la vista de la cámara. Estaba preocupado por ella, pero al mismo tiempo me sentía feliz de poder ver en lo que había estado trabajando. Feliz y asombrado.
Eran hermosas. Una ilustraba un hermoso bosque verde. En otra aparecía un antiguo pozo de piedra. En la última ilustró un cine de aspecto anticuado. Todas estas pinturas parecían sacadas de un sueño, con trazos de color mezclados en el aire a su alrededor, con hojas atrapadas por el viento. Sin embargo, al observar más de cerca me di cuenta que esas líneas no eran aleatorias. Intentaba comunicarse. Resultaba fácil ignorarlas si no se miraba con atención y, por sí solas, no significaban nada. Era el fantasma de una palabra en alguna parte de la pintura, muy fácil de perder en todo lo que se estaba mostrando.
Me incliné hacia el monitor y entrecerré los ojos, procurando leer aquellas palabras. Mi corazón empezó a acelerar cuando finalmente lo descubrí. Parpadeé y me froté los ojos, volví a mirar y leí en voz alta (de izquierda a derecha y de arriba abajo).
«Por».
«Favor».
«Ayuda».
«Tomás».
Salté sobre la silla y me llevé la mano a la boca. No sabía que hacer. No me explicaba cómo pudo suceder algo así. Más allá de que Raquel me pidiera ayuda, de alguna forma sabía que mi nombre era Tomás.
Continuará…
Henry, por favor no nos falles el jueves con la segunda parte, jaja, saludos!!!
a no ma… como que continuará…esta genial pero ya pongan la segunda parte
Oye, está buena la paga; ¿me podrías proporcionar el e-mail de la persona para una entrevista de trabajo?
¡Estaré esperando con ansia la continuación!
me gusto mucho esperare la segunda parte por cierto soy fans de marcianos.
Que buena creepypasta aunque ahora me matá la curiosidad de saber que pasará en la segunda parte pero bueno gracias por la página Hery
me dejaste impactada, felicidades e tratado de darle final o una explicacion a tu historia pero no e logrado atinarle. me gusta mucho no nos dejes sin el final asi a avisa cuando ya este listo, para poder leerlo
HHHHAAAA te mamaste!! como que continuara :(!!
Nooooooooooooo!!!!!! Te me caiste del pedestal Heryyyy!!!
Ahhhhhhhhh! segunda parte para cuando??? 🙁