La dama en la habitación – PARTE II

Recordé que una cámara me vigilaba y retiré mi mano del rostro. Volví al escritorio intentando respirar con normalidad, procurando contener los temblores. Había que pensarlo con calma. Lo primero que se me vino a la mente fue si debía presionar el botón. El botón rojo era para las emergencias. Si la mujer era prisionera y buscaba una forma de escapar, podrían considerar esto una emergencia. Pero, hasta donde sabía, no estaba herida. Supuse que el señor Salomón se refería a presionar el botón rojo para una emergencia que requería la presencia de policías o una ambulancia, no algo de esta naturaleza. ¿Y el botón verde?

manos nerviosas

Definitivamente era algo digno de mención. No sólo pedía ayuda, lo hacía directamente a mi persona.

Me detuve un momento. No estaba seguro de que la mujer se dirigía a mí. Asistí a la escuela con varios niños llamados Tomás. Era un nombre común. ¿Pero, cuál era la probabilidad de que ella pintara ese nombre mientras yo trabajaba aquí? No quería actuar como un tonto, pero tampoco quería mantenerme… ¿cuál es esa palabra? Mamá solía utilizarla cuando leía sus libros sobre ángeles. Escéptico. Tampoco quería mantenerme escéptico. Debía considerar que el mensaje iba dirigido a mí. Y esto era algo que debían saber.

¿Pero, debía presionar el botón verde? Mis manos se dirigieron a la caja de metal en el escritorio, pero dudé. No era de los que rompen las reglas, y me aterraba pensar en las consecuencias si lo hacía. Si realmente era una prisionera, debía tratarse de personas muy perversas. Pero no lo sabía. Tal vez ellos eran los buenos y ella la mala. Yo solo…

Volví a observar el monitor por primera vez desde que descubrí el mensaje. Raquel retiraba las pinturas del sofá, como si supiera que lo recibí. Con un lienzo en cada mano, levantó la vista hacia la cámara mientras se desplazaba por la habitación observándome directamente. Mi corazón aceleró cuando las manos se alejaron de los botones.

No. De ninguna forma podía considerarla mala persona. La observé muchísimo tiempo. Sentía que la conocía, me hubiera dado cuenta si fuera mala. De alguna forma extraña la consideraba una amiga, así que intentaría ayudarla.

El resto de mi turno intenté actuar normal y pensar en lo que debía hacer. Sabía que cualquier otra persona observando pudo percatarse de las pinturas o mi comportamiento, pero no debía preocuparme por eso. Mi comportamiento debía ser normal mientras pensaba en una forma de ayudarla.

Las únicas personas que conocí relacionadas a este trabajo fueron los empleados que me atendieron cuando llené los formularios y el señor Salomón, que me mostró el modelo de sala de vigilancia y me informó la mecánica del trabajo. No tenía forma de contactar a nadie más excepto a través de los botones. Me pagaban mediante transferencias bancarias y nunca me había topado con otra persona que trabajara allí.

el gran boton rojo

Todo esto hizo que me detuviera a pensar mejor las cosas. Siempre me pareció extraño nunca conocer a otra persona mientras entraba o salía del turno, el relevo que tomaba las horas del turno siguiente o anterior. Estaba convencido de que había otros empleados, incluso otras salas de vigilancia, y programaban nuestros horarios de tal forma que nunca nos encontráramos. Y aún tengo la convicción de que existen muchos otros.

Así lo creo pues, aparentemente, no era la única persona que utilizaba la sala de vigilancia. El papel de baño, jabón y depósito de agua parecían terminarse mucho más rápido de lo que habría sucedido si estuviera yo solo. De ser así, tal vez podría descubrir quiénes eran, y quizá era mucho más seguro investigar con ellos que con los que me contrataron.

Terminé el turno a las 8 de la noche, y en lugar de comer algo y dirigirme a casa, me subí al auto para rodear la cuadra y posteriormente estacioné a una calle de distancia del edificio en que trabajaba. Nada cambió en esta vuelta de un minuto, no había nuevos autos estacionados y, sí tenía razón, no llegaría nadie hasta que estuvieran seguros de que me había ido.

Entonces, me senté y esperé.

Estaba cansado y la calle lucía sumamente vacía y aburrida, pero la emoción y el miedo impidieron que terminara dormido. Cada vez que pasaba un automóvil, o un peatón caminaba por la acera, mi cuerpo se tensaba. Me resultó imposible imaginar una SUV o van estacionándose frente a mí. Hombres armados bajando y sacándome del automóvil, llevándome al mismo sitio donde mantenían prisionera a Raquel para matarme o torturarme. Estuve tentado a arrancar el automóvil y retirarme, pero me detenía el pensamiento de esa mujer sola en aquella habitación. No tenía a nadie más que la ayudara, y de una forma u otra lo intentaría.

Un par de horas después, un hombre gordo y calvo estacionó y se dirigió al edificio. Tan pronto como lo vi abriendo la puerta y entrando, me bajé del auto para hablar con él. Entonces me detuve. Debía ser un poco más inteligente. No estaba seguro de la ubicación, pero definitivamente tenían cámaras ocultas instaladas en el vestuario y fuera del edificio. Si salía corriendo y abordaba a este tipo, rápidamente sabrían que había roto las reglas.

Suspiré con frustración y decidí esperar hasta que terminara su turno. Consideré la posibilidad de seguirlo como en las películas, pero temía perderlo o que llamara a alguien para solicitar ayuda. Así que esperé hasta que regresó a su automóvil tras un turno de seis horas, con la esperanza de que las cámaras no pudieran ver. Y entonces conocí a un hombre llamado Carlos López.

“Oye… oye, amigo, ¿podríamos platicar un minuto?”. Me daba la espalda y, sin dirigirme la vista, agitó su mano distraídamente.

“Lo siento, no tengo dinero. Que tengas un buen…”. En cuanto me observó quedó paralizado. “Oh, no. ¡Por Dios! Debes irte de aquí, muchacho. No está permitido que hablemos”. Era evidente que el hombre estaba aterrado, pero no dejaría que se fuera así de fácil, no después de todo lo que había hecho. Di un paso al frente y cerré la puerta cuando intentaba ingresar a su automóvil.

“¿Así que sabes quién soy?”, intenté no sonar como alguien malvado, pero resultó evidente que había cierto enojo en mi voz.

Buscó la puerta una vez más, pero todavía la sostenía y era más fuerte que él. Tras un segundo tirón más débil, se dio la vuelta y me observó con un rostro tenso y cansado. “Sí, sé quién eres. Trabajas aquí igual que yo. Y se supone que no debemos hablar. Que no debemos encontrarnos nunca”.

viendo television en la noche

Fruncí el ceño. “El señor Salomón jamás me dijo eso. Nunca mencionó esa regla”.

El hombre sacudió la cabeza. “El señor Salomón. Claro. Bueno, hay muchas reglas implícitas que no se te dicen. Te apuesto lo que quieras a que no te dijeron lo que verías antes de empezar, ¿cierto?”. Cuando bajé la mirada, el hombre continuó. “A mí tampoco. He trabajado aquí durante diez años. Muchas personas llegaron y se fueron, sobre todo porque rompieron una de esas reglas que no están implícitas en el contrato. La única razón por la que sigo trabajando aquí es porque mantengo la cabeza baja y la boca cerrada”. Me apuntó con el dedo. “Deberías hacer lo mismo, si es que no es muy tarde”.

En ese momento sentí un profundo vacío en el estómago. “¿Demasiado tarde?”.

El hombre se llevó una mano a la frente. “Muchacho, ¿acaso crees que no saben que estamos hablando?, ¿realmente crees que algo se les puede escapar?” Miró hacia el edificio con una expresión de tristeza y miedo en los ojos. “Maldición. Hasta dónde puedo suponer ambos estamos muertos”. Mientras sacudía la cabeza, me empujó hacia atrás y abrió la puerta. “De cualquier forma, estoy corriendo el riesgo. Deja de hacer preguntas y enfócate en tu trabajo. Es mucho más saludable”.

Terminando de decir esto, se metió al auto y cerró la puerta. Esta vez no intenté detenerlo. A pesar de que me preocupaba lo que acababa de decir, esa confirmación me dejó paralizado. ¿Cuál era exactamente el plan? Probablemente el hombre no sabía más que yo y, aunque así fuera, ¿qué rayos podría hacer con la información?

Regresé al auto desbordado por la preocupación. Aún sentía miedo, pero, más que eso, me sentía triste y avergonzado. Quería ayudar a Raquel, pero ni siquiera tenía una idea de cómo. No me estaba rindiendo, pero mientras conducía de vuelta al apartamento no paraba de pensar en lo que debía hacer a continuación. No se trataba de una película. Yo no era un héroe. Lo único que me quedaba era ir a la policía, probablemente controlada por las personas que me contrataron, o intentar obtener pruebas de que tenían a una mujer prisionera.

Cuando estacioné el auto y me dirigí al edificio de apartamentos, tomé una decisión. A menos que surgiera algo mejor entre la noche y la mañana, haría ambas cosas. Rompería la regla de llevar cualquier cosa a la sala de vigilancia. Usaría mi teléfono para grabar a Raquel y como estaba prisionera en algún lugar mientras relataba todo lo que sabía. Al terminar lo enviaría por correo electrónico a todos los periódicos, sitios de Internet y canales de noticias que se me ocurrieran. Si lograba salir antes de que me atraparan, acudiría a la policía para entregar una copia. Tal vez si hacía todo esto, aunque me atraparan, alguien podía ayudar a Raquel.

ojo de mujer observando

La preocupación y el temor de que me torturaran o asesinaran no me permitía un momento de paz. Una parte de mí quería obedecer las órdenes y esperar a que todo quedará en el olvido. Pero nunca habría podido continuar así. Aunque me equivocara, sentía que era mi obligación intentarlo. Estaba tan preocupado que no me percaté de la persona que me siguió hasta el apartamento.

“¿Tomás?”.

Al dar media vuelta experimenté una extraña sensación de debilidad en las piernas. Debía estar soñando o probablemente me había vuelto loco. Me sujeté del pomo de la puerta para apoyarme mientras observaba a la mujer frente a mí. No podía ser ella, pero de alguna forma allí estaba.

“¿Raquel?”.

Partes: I, II, III, IV, V.

4 comentarios en “La dama en la habitación – PARTE II”

  1. un hombre muy preocupado

    Oye, llego el Lunes y ninguna actualización a la página, Martes y ninguna tampoco… El Jueves espero de verdad que al menos haya la parte 3 del creepy, no nos puedes dejar en suspenso dos semanas. Entiendo las vacaciones las cenas las festividades, pero el creepy no puede faltar

  2. ¿Que otra vez continuará? No se que haré esperando otra semana para saber que pasa siempre lo cortan en la mejor parte pero bueno a esperar de nuevo como siempre saludos Hery y gracias por la página

Los comentarios están cerrados.