Las Poquianchis eran originarias de Jalisco. Las hermanas Carmen, Delfina, María de Jesús y Luisa González Valenzuela se criaron en el seno de una familia disfuncional. Mientras su madre Bernardina, devota y abnegada practicante del rezo al rosario les infundió el culto a la religión católica, su padre Isidro ejercía el abuso de poder y la violencia amparado en un machismo, cuyo exceso derivaba de su adicción al alcohol. Isidro González laboraba como juez de acordada, el encargado de resguardar las calles durante la noche montado en caballo, razón por la que sentía ser una gran autoridad en el pueblo.
Ese ambiente de autoritarismo y maltrato hizo que Carmen, la hija mayor, se fugara con Luis Caso, un hombre varios años mayor que ella. Ofendido en su honor, Isidro la buscó, tomó de los cabellos y en medio de regaños e injurias la encerró en una celda como escarmiento al comportamiento, que consideró indecente. Unas horas más tardes del incidente una orden del presidente municipal llevo a Isidro y a dos de sus agentes a buscar a Felix Ornelas, un rijoso ranchero e intimidador, que se jactaba de pisotear las leyes.
En el intento por detenerlo, Isidro le propinó un balazo a traición que le costó la vida. Durante un año Isidro se mantuvo prófugo ocultándose en varias rancherías de Jalisco. Sin embargo, olvidó el encierro en el que había dejado a su hija, quien catorce meses después obtuvo su libertad, cuando un obeso abarrotero se apiado de ella y la sacó de la cárcel con la promesa de casarse. Al igual que Carmen, Delfina, otra de las hermanas González Valenzuela, sostenía amoríos a escondidas con un hombre mayor que ella, pero al descubrirla su padre, encolerizado, le propinó un golpe en la nuca que casi le cuesta la vida.
Orígenes de Las Poquianchis.
A mediados de la década de 1930, Defina, junto con sus hermanas Carmen y María de Jesús consiguieron un trabajo como obreras en una fabrica de hilados y tejidos aunque, poco después, Carme se juntó con Jesús Vargas, un vividor de poca monta apodado “El Gato”. Con quien instaló en 1938 una modesta y arrabalera cantina. El negocio fructificaba, pero El Gato dilapidó las ganancias y propinó su quiebra, con lo poco que recuperó, Carmen abrió un estanquillo de vinos y licores. Fue precisamente la cantina de su hermana Carmen la que influyó en Delfina para instalar su primer Burdel.
Sería Delfina, la más astuta de las hermanas González Valenzuela, la que estableció el primer prostíbulo y reclutó a jovencitas inocentes a cuyos padres hacia creer que trabajarían como empleadas domesticas. En El Salto, Jalisco, Delfina instaló su primer cantina, en ella acondicionó también una casa de citas. En este sitio el control sobre los burdeles era escaso, por lo que estos eran prolijos, atrayendo toda clase de clientes entre los que se encontraban policías, soldados y autoridades municipales. Las pupilas de Delfina salían a las calles tentando a los clientes a visitar el burdel por las noches, hasta que en 1948, un zafarrancho a punta de pistolas provocó su clausura.
El Guadalajara de Noche.
Delfina trasladó a sus mujeres a la feria de San Juan de los Lagos, dónde con el apoyo del alcalde, alquiló dos locales para montar una cantina con varios cuartos para el sexo servicio. Llamó por primera vez a su negocio “El Guadalajara de Noche”. Al negocio Delfina sumó a sus hermanas María, Luisa y Carmen a quienes encargó de la caja registradora y de la cocina respectivamente. De manera alterna Carmen empezó a vender ropa y objetos personales a las pupilas, anotando en una gruesa libreta los nombres y adeudos que cada una contraía. Compras que se veían obligadas a realizar, ya que no tenían libertad.
Al terminar la feria de San Juan, Delfina desmanteló el negoció y con dos maletas llenas de dinero, saldo de 15 fructíferos días de trabajo, viajó junto con sus pupilas a San Francisco del Rincón, Guanajuato dónde instaló de nueva cuenta su negocio. En Guanajuato los burdeles no estaban prohibidos. Apoyada por el presidente municipal de San Francisco, Adelaido Gómez, Delfina adquirió en renta una casona que contaba con varias camas, tocadores y una silla en cada cuarto. Volvió a llamar a su negocio “El Guadalajara de Noche”. El negoció de Delfina fructificaba cuando su hermana María de Jesús se encontró en León, Guanajuato con Guadalupe Reynoso, quien la dejó deslumbrada con su descomunal escote y elegante vestido. Guadalupe Reynoso, quien ahora se hacia llamar Laura Larraga y que tenía un burdel ubicado en León, alquilaba la casa a un homosexual conocido como “El Poquianchis”.
Las Poquianchis amparadas por la corrupción.
María de Jesús regresó al Salto con la convicción de poner su propio negocio y junto con Enedina Bedoya y María de los Ángeles, dos pupilas de Delfina, retornó a León para instalar ahí su primera casa de citas. Esta carecía de luz y permisos para su apertura, por lo que Fernando Liceaga secretario del presidente municipal ofreció a María de Jesús algunas “facilidades” para obtener sus permisos a cambio de una condición: sexo. Para la licencia de sanidad, María de Jesús, tuvo que acceder a la misma práctica con el doctor Castellanos. Pero además de los encuentros sexuales a los que tenía que acceder por el bien de su negocio, María de Jesús recurrió al pago de sobornos que evitaron la clausura de su negocio cuando en él se suscitaban riñas o evidencias de lenocinio con mujeres menores de edad.
El pago puntual a las autoridades le aseguraba la aparente protección de policías y gente del gobierno municipal en León. María de Jesús inauguró su burdel bajo el nombre de “La Casa Blanca”, previamente repartió tarjetas entre gente del pueblo, pero esa noche fueron contados lo clientes que llegaron al prostíbulo. Entre ellos el sacerdote y el sacristán de la parroquia de León. María Luisa, la cuarta hermana y menor de la dinastía, quien había trabajado diez años como cajera en la cantina de Delfina, había logrado juntar $39 mil pesos, y de un día para otro dejó el negocio de la prostitución y a diferencia de sus hermanas ella nunca la ejerció. Tiempo después y estando en Veracruz se enteraría de la captura y crueldad de sus hermanas.
Una historia de perversión.
La codicia desmedida de Delfina la llevó a secuestrar a decenas de jovencitas que convirtió en esclavas. A Delfina le proveían de mujeres taloneras y pupilas, Juana y Guadalupe Moreno, y María “La Cucha” a base de engaños, “La Cucha”, recolectaba jóvenes en Guadalajara con la promesa de conseguirles trabajo como empleadas domesticas, técnicas que también adoptó Delfina.
Y es que mientras los padres confiaban en que sus hijas estaban en buenas manos, el lenocinio de Delfina y sus hermanas acarreó inesperados embarazos en las adolescentes, quienes ignorantes de los riesgos que eso ocasionaba a su salud, abortaban clandestinamente en el tugurio. Aquellas a quienes si llegaban a dar a luz les quitaban los bebés, los asesinaban y se deshacían de los cadáveres. Cuando el aborto provocaba la muerte de las pupilas sus cuerpos corrían el mismo destino.
Uno de los mitos que se gestó fue el destino de los fetos, los que supuestamente eran sacrificados y calcinados, y luego introducidos en botellas de refresco que arrumbaban en el patio trasero del burdel, versión que fue puesta en entredicho tras la aprensión de las poquianchis. Finalmente, el mito fue desmentido cuando aparecieron varios niños vivos tras la captura. Al día de la primera captura se contaron 17 mujeres, tres niños y las dos hermanas González Valenzuela.
La muerte de Carmen Valenzuela.
En 1949, Carmen González Valenzuela, la hermana mayor y administradora de las deudas de sus esclavas, murió abatida por el cáncer. Delfina encontró sus libretas de contabilidad pero la no saber leer ni hacer cuentas, saldó el adeudo de sus pupilas con la condición de que rezaran por su hermana muerta.
Fue entonces que María de Jesús conoció a una medico oculista de apellido Escalante, quien ofrecía su casa en venta. Se trataba de “El poquianchis”, el mismo homosexual que arrendaba su propiedad para el burdel de Laura Larraga.
María de Jesús adquirió la casa por $25 mil pesos, sin embargo, la puso a nombre de su hermana Delfina. Poco a poco realizo arreglos y la bautizo con el nombre de “La Barca de Oro”, sin embargo, nadie la identificó como tal, estaba tan arraigado con el anterior que la gente lo siguió llamando “El poquianchis”. Incluso su nueva dueña, paulatinamente fue identificada como “La poquianchis”, sobrenombre que, tras su aprensión, también sería adjudicado a sus hermanas: Delfina y Luisa.
Negocio de la prostitución a la sombra de la religión.
Pero concebir un negocio de lenocinio no significó para María de Jesús alejarse de la religiosidad que su madre le había enseñado desde la niñez. En su particular ética, la prostitución no era un pecado, se convertía en este si se ejercían ciertas practicas que no permitía. Prohibía las relaciones anales y los besos, por considerarlas inmorales y una fuente de pecado castigados por Dios. Además de las orgías grupales y los actos lésbicos frente a un cliente.
Pero la llegada a su casa de dos experimentadas prostitutas de origen estadounidense suscitó para María de Jesús el inicio de lo que llamó el gran pecado y su mala suerte. Los clientes quedaban impactados por sus formas y belleza por lo que constantemente las solicitaban. En cierta ocasión, un cliente solicitó a ambas mujeres, habiendo entrado en la habitación llevaron a cabo un acto lésbico del que María de Jesús se enteró; motivo por el cual las despidió de su casa de citas.
Castigo al pecado.
Y es que por su incongruente religiosidad las hermanas González Valenzuela siempre mantuvieron una estricta vigilancia sobre sus pupilas, evitando actos indecentes e inmorales. Ambas hermanas las espiaban a través de un hoyo en la pared para evitar que llevaran a cabo los actos prohibidos que ofendieran a Dios. Actos que cuando ocurrían, eran motivos de severas torturas y vejaciones. Las cuales paulatinamente se convirtieron en algo cotidiano y aplicaban bajo cualquier excusa. Entre estas prácticas se encontraban los golpes con clavos afilados, hierros calientes y restricción de alimentos entre muchas otras torturas a las que las jovencitas eran sometidas. Y las que ya no resultaban atractivas eran ultrajadas por animales y posteriormente asesinadas y sepultadas.
Uno de los drásticos métodos que las poquianchis implementaron para mantener el orden en la actividad sexual de sus pupilas y evitar que estas escaparan de su encierro fue la tortura. Castigos que también consistían en hincar a las mujeres y con los brazos abiertos sostenían en ambas manos y en la cabeza un ladrillo. Allegados a las poquianchis como José Valenciano Tadeo y José López Alfaro también maltrataban a las jóvenes cuando estas, cansadas de la esclavitud y del lenocinio, intentaban escapar. En 1963 hubo cambio de autoridades en el gobierno de León, Guanajuato, muchos de los amigos de María de Jesús terminaron sus mandatos y su ausencia afectó sus negocios, ya que se implementó una nueva ley que ordenaba la desaparición de las casas de citas, prostíbulos y lenocinios en la localidad.
Las Poquianchis se enlutan.
Tras la prohibición y clausura del negocio, María de Jesús regresa a Lagos de Moreno, Jalisco al lado de su hermana Delfina, quien para entonces todavía administraba en antiguo burdel “Guadalajara de Noche”. Pero el infortunio que afecto los intereses de María de Jesús también cayó sobre Delfina, quien enfrentó la inesperada y trágica muerte de su hijo Ramón Torres “El Tepocate”, quien apoyaba a su madre en el manejo y sometimiento de las pupilas, las cuidaba, golpeaba, violaba y vigilaba. Evitando que escaparan del burdel.
Una noche festejaba con unos de sus amigos en una cantina situada a unos metros del Guadalajara de Noche, dónde un enfrentamiento con un sargento de la policía le costó la vida. Impresionada por la inesperada muerte de su hijo, Delfina sacó un fusil que guardaba en un ropero, entró a la cantina y pensando que el asesino se encontraba aun allí escondido tras la barra, disparó destrozando todo a su alrededor. La muerte del Tepocate enluto permanentemente a las hermanas González que al ser aprendidas varios meses después, aun seguían portando el color negro en su vestimenta.
La clausura del Guadalajara de Noche.
Tras el crimen de su sobrino, María de Jesús aconsejó a Delfina esconderse en Guadalajara mientras se resolvía el asunto. Pues aunque no había matado a nadie, podían acusarla de portación ilegal de armas. Al día siguiente, y mientras María de Jesús y las pupilas esperaban la llegada del cadáver del Tepo, luego de habérsele practicado la necropsia, varios inspectores arribaron al Guadalajara de Noche, para colocar en sus puertas sellos de clausura creyendo que en su interior se había suscitado el asesinato. La clausura se llevó a cabo con total impunidad y dejando en su interior a más de 20 mujeres en un evidente secuestro. Un día después, ventajosamente, les cortaron el agua y la luz. En el permanente encierro, María de Jesús y sus pupilas planearon escaparse del Guadalajara de Noche y recluirse en una casa que Delfina tenía en San Francisco del Rincón.
Atrocidades.
Cuatro días después de haber llegado a San Francisco, Adela Mancillas confesó a María de Jesús el contacto sexual que su hermana Ernestina mantenía con un perro salchicha, esto le provocó una fuerte diarrea debido a una infección y ya moribunda, su propia hermana la mató a palos. Este episodio se convirtió en otro de los mitos que rodaban a las poquianchis, los medios las acusaron de obligar a las mujeres a mantener actos de zoofilia.
Durante ocho meses el alimento se acabó, las pupilas comenzaron a enfrentar un avanzado estado de desnutrición y sus cuerpos se tornaron cadavéricos y frágiles. Condiciones que las llevaron a padecer enfermedades y en algunos casos hasta la muerte.
El Capitán Águila Negra.
Un ex cliente al que apodaban el “Capitán Águila”, Hermenegildo, un día les llevó un costal de cacahuates para que se alimentaran. Una de ellas estaba tan desnutrida que comió una cantidad excesiva de cacahuates y empezó a hincharse del estomago. Las mujeres la suben al segundo piso donde finalmente murió, y como no podían cargarla decidieron lanzarla desde la altura. Por órdenes de Delfina el cuerpo de Flor fue enterrado en el terreno, tras su hallazgo, las poquianchis fuero acusadas de asesinato e inhumación clandestina.
A pesar de todo esto las hermanas González nunca asesinaron, para ello, recurrían a sus empleados. Hermenegildo Zúñiga Maldonado, “El Capitán Águila Negra”, era amante de Delfina y el encargado de llevar a cabo las ejecuciones. Mataban por que las victimas no se fueran y perjudicaran el negocio. Las enviaban al rancho San Ángel, donde las dejaban morir de hambre, las enterraban y pasados tres o cuatros meses exhumaban los cadáveres para incinerarlos con gasolina, evitando dejar rastros. Fue precisamente al Rancho San Ángel dónde las poquianchis enviaron a las mujeres unos días antes de su captura.
La aprehensión de Las Poquianchis.
El 6 de enero de 1964 y sintiéndose acorraladas por la policía, Delfina y María de Jesús trasladaron a las pupilas al rancho San Ángel, una propiedad que contaba con apenas tres cuartos y un extenso terreno. En dos habitaciones encerraron a sus pupilas amenazando con matarlas si intentaban escapar o hacían ruido que las delatara. Tal era la desesperación que el día 12, Catalina Ortega, una de las cautivas logró escapar y llegó hasta la procuraduría de León, dónde denunció el maltrato y cautiverio al que estaban siendo sometidas por las hermanas González Valenzuela.
Elementos de la procuraduría del estado, encabezados por el comandante Miguel Ángel Mota, irónicamente asiduo cliente de las poquianchis, arribaron a la granja de San Ángel, dónde detuvieron a las hermanas y al grupo de mujeres.
Delfina y María de Jesús fueron trasladadas a la procuraduría del estado, dónde fueron interrogadas sobre su participación en el secuestro, lenocinio y asesinato de diversas mujeres. En todo momento negaron los cargos. Agentes judiciales realizaron una inspección en la granja y revelaron que habían sido localizados los cuerpos de noventa mujeres enterradas, fetos calcinados y huesos pertenecientes a cuerpos humanos.
Las poquianchis recibieron el escarnio popular, fueron insultadas y agredidas, y la enardecida gente intentó lincharlas antes de ser trasladadas a la cárcel de Guanajuato, dónde comenzó su proceso que se reafirmo con las acusaciones de sus pupilas. Pero María Luisa, la menor de las González y que era ajena a todo el caso protagonizado por sus hermanas, al conocer la aprensión acudió a Guanajuato para apoyarlas moralmente.
A Luisa la acusaron de practicar ritos satánicos y brujería con los cadáveres, ello, por que encontraron pedazos de tela roja y hierbas en la ropa.
La película de Felipe Cazals.
En 1976, 12 años después de darse a conocer el espeluznante caso de las Poquianchis, el cineasta Felipe Cazals llevó a la pantalla grande esta dramática historia protagonizada por Leonor Llausás, Malena Doria, Ana Ofelia Murguía, Diana Bracho y Gonzalo Vega. Un año después, el escritor Jorge Ibargüengoitia se inspiro en la misma para escribir sus libros “Las muertas”. Sin embargo, fue en 1992, cuando la periodista Elisa Robledo sostuvo largas conversaciones con María de Jesús Gonzales, presa en el penal de Celaya, y con lo cual publicó el libro “Las Poquianchis ¡Por Dios que así fue!”. Una cronología del caso, en el que mediante una minuciosa investigación realizada por la autora y el abogado Samuel Cruz, salieron a relucir diversas irregularidades en el proceso con el que sentenciaron a las hermanas González Valenzuela.
Trágico final de la Las Poquianchis.
Las irregularidades puestas en evidencia, sirvieron para la inmediata liberación de todos los implicados, el mismo Capitán Águila, quien ya contaba con 76 años de edad, al recibir la noticia de su libertad cayó muerto de un paro cardíaco debido a la emoción. El destino trágico también acompaño a dos de las poquianchis, el 17 de octubre de 1978, Delfina, la más brava de las González Valenzuela, pero que en prisión se encomendaba a todos los santos, tuvo una muerte espantosa.
Estando en la cárcel y mientras unos albañiles arreglaban las goteras en su celda, un recipiente lleno de cemento le cayó en la cabeza, así murió la gran villana de la historia. María de Jesús, quien se aferró a la religión, se mantuvo en la prisión vendiendo comida a las internas del penal, obtuvo su libertad e inmediatamente contrajo matrimonio con Antonio Hernández.
Todas las pupilas salieron en libertad y algunas se establecieron en las Estados Unidos, dónde continuaron por su lado en el negoció de los burdeles. La historia de las poquianchis ha trascendido como una de las más oscuras leyendas a nivel mundial del ámbito policial.
De que eran malas eran malas, como que «pobre citas», debe ser una sola palabra no dos, no terminaron ni la primaría pero ahí las tienes opinando, son unas burras mantequeras
la verdad no creo que sean tan malas las pupilas tambien les gustaba el dinero me da pena la historia tan tragica de estas hermanas
mataron a 90 mujeres y quien sabe cuantos bebes y te atreves a decir que no crees que sean tan malas?
Estos casos nos sirve de mucho, poner la atencio y estudio necesario para ver el por que y como prevenirlo no solo es referirse al castigo (procuracion) sino antes la prevencion, procuracion y reinsercion social. Y mas preocupante de interes para los que son padres, de criar un buen ser humano y no un criminal
Sé que esta publicación es de hace mucho, pero mi libro «Las muertas» fue todo un éxito en México. Léelo, sé que te va a encantar. (Nota: trata sobre las poquianchis y sí es buen libro, Jorge Ibargüengoitia fue un excelente escritor mexicano del siglo XX).
mi abuelita comenta que fueron sus vecinas en león gto. por la calle sonora col bellavista y un tio llamado Amado Anguiano llego a ir al prostíbulo…
me dieron miedo las poquianchis
muuuy buuen relato, graciias por compartir esa información !!:)
bueno hasta en san juan del rio Queretaro tenia una propiedad
soy de san francisco del rincon gto 😀 y vivo cerca de una de las casas de esas hijas de p/ta
Excelente relato, se agradece…
Segun lo que me cuentan eran mis familires lejanas
Hola pobre citas las poquianchis no creo que hayan tanto daño pasa que el periódico habla demás y ponen notas que ni así fueron yo apoyo a las poquianchis
La película: