¿Hay destinos peores que la muerte? Para los que participaron en la Primera Guerra Mundial, sin lugar a dudas la muerte figuraba como peor opción; aunque, no todos los que regresaron con vida del conflicto se convirtieron en héroes. De hecho, algunos soldados franceses mutilados en batalla que vivieron para contarlo, recibieron de la sociedad el mismo trato que los enfermos de lepra. La segregación social fue su premio por salvaguardar a la patria.
La Gran Guerra y la brutalidad humana.
Antes de la Gran Guerra, ningún conflicto bélico había provocado en la humanidad tanto daño físico y psicológico. En aquella década de 1910, el mundo alcanzó niveles de brutalidad nunca antes vistos. Los despiadados combates cuerpo a cuerpo, la inclusión de una nueva artillería devastadora y el despliegue de armas químicas estaban a la orden del día. Ni siquiera los estrategas militares esperaban que el conflicto se convirtiera en un infierno sobre la Tierra.
Y es que los oficiales se instruyeron leyendo manuales que promovían una guerra civilizada, simplemente para neutralizar las fuerzas armadas del enemigo. Nunca se habló de prolongar los combates hasta que uno de los bandos fuera, literalmente, exterminado. En 1911, la Enciclopedia Británica especificaba que los países europeos habían adoptado este “estilo de guerra” con buen sentido.
Poco antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, ninguna previsión hecha por algún medico militar dimensionó la magnitud en el número de heridos y la gravedad de las lesiones. La guerra de trincheras, los ataques suicidas a posiciones enemigas y la aterradora capacidad de los nuevos cañones para hacer llover proyectiles durante horas sobre posiciones enemigas hicieron de este conflicto una autentica carnicería.
Los “carapartida”.
Al atrincherarse y mantener las posiciones fijas, los soldados tenían que soportar, día y noche, el incesante asedio de la artillería y que las partes más vulnerables de sus cuerpos se ubicaran en el torso y la cabeza. Por muy profundas que cavaran las trincheras, cualquier metralla o disparo venido desde arriba podía terminar lesionando gravemente el rostro o la cabeza.
Hablando específicamente de los soldados franceses, algunas estimaciones sugieren que el 14% terminó recibiendo alguna lesión en la cabeza y, de este porcentaje, un 10% terminó con el rostro completamente desfigurado, convertido en un “carapartida” de la Gran Guerra.
En el libro Gueules cassées. Les blessés de la face de la Grande Guerre (“Caras partidas: heridos en el rostro de la Gran Guerra”, en traducción libre), la historiadora francesa Sophie Delaporte estima que, una vez culminada la Primera Guerra Mundial, el número de soldados heridos de esta forma ascendía a 15,000. En los primeros meses del conflicto, ante la avalancha de soldados gravemente desfigurados del rostro, los médicos no supieron qué hacer.
Muchos Gueules cassées tuvieron que esperar días antes de la evacuación, y cuando finalmente tenían posibilidad de recibir atención, los especialistas consideraban que no lograrían resistir. Sin embargo, sobrevivieron tantos que el servicio médico militar se vio obligado a construir un centro especial para tratarlos.
Por aquella época, en la ciudad de Amiens se suscitaron grandes avances en una especialidad médica que estaba en pañales: la cirugía reconstructiva, cuya principal actividad estaba enfocada en los injertos de tejido.
La discriminación de los Gueules Cassées.
Los procedimientos resultaban tan dolorosos que muchos pacientes abandonaban el tratamiento y optaban por vivir con el rostro desfigurado, a pesar de que su vida se convirtiera en un infierno. Muchos habían perdido los labios, por lo que mantener la saliva en la boca era imposible. Esto dio pie a que los franceses empezaran a llamarlos “babosos”, debido a la terrible impresión que causaban en aquellos que llegaban a verlos.
Muchos eligieron el asilamiento social y se recluyeron en hospitales y asilos de tratamiento. Con el tiempo, algunos terminaron asentados en pequeñas comunidades de Francia donde, hasta hace algunos años, figuraban como una prueba viviente de los horrores de la guerra. Además de la segregación social, el gobierno francés no los reconocía como discapacitados, y durante muchos años no canalizó ningún tipo de apoyo para estos hombres.
En 1921, un grupo conformado por 43 “caras partidas” fundó L’Union des Blessés de la Face et de la Tête (UBFT), un sindicato conocido popularmente como “Gueules Cassées” que sobrevivió hasta nuestros días con el objetivo de defender sus derechos, solicitar apoyo del Estado y la solidaridad de la sociedad. Su lema: “al menos sonríe”.
Ademas de desfigurados y aislados, sin reconocimiento de la Patria x la que pelearon….
Esta cabron