He sido fotógrafa de bodas desde hace casi diez años y creía haber visto todo. Un montón de historias trágicas, bellas, hilarantes o simplemente extrañas. La típica anécdota del novio que fue sorprendido haciéndolo con la dama de honor, las familias protagonizando peleas, la novia provocándose una sobredosis en el baño, las parejas homosexuales sin invitados para su boda (o, peor aún, el pariente homofóbico que se cuela en la celebración y ofrece un espectáculo). Sin embargo, hoy no contaré esas típicas historias. Jamás terminaría. Hoy, escribo para relatarles lo que sucedió en una boda del mes de octubre el año pasado.
Me encanta cubrir bodas en otoño, y si alguna vez llego a casarme probablemente será en esta estación. Los padres de la novia me contactaron, solicitaron mis servicios para una boda que celebrarían en 15 días. Mencionaron que el fotógrafo elegido se había echado para atrás y no podría cubrir el evento, así que estaban desesperados por contratar a alguien que inmortalizara la boda de su amada hija en fotografías.
Afortunadamente para ellos, mi agenda estaba casi vacía. Confieso que me aproveché de la situación y les cobré un poco más por la premura, pero, a juzgar por el Rolex del padre, el dinero no parecía un inconveniente. Algo en lo que soy buena es adivinando el estatus socioeconómico de la familia y, una vez más, acerté: los del Valle se codeaban con la crema y nata de la sociedad.
La primera impresión no fue buena. No es que sea obligatorio que todos mis clientes me agraden, aunque hace las cosas mucho más fáciles para mí. Ernesto del Valle miraba lascivamente mi escote cuando creía que no estaba mirando, y Carol era la clásica esposa trofeo que los hombres ricos adquieren y ponen en una vitrina. Jamás había conocido a un ser humano que tuviera una apariencia tan plástica. No tengo nada en contra de la cirugía plástica o el Botox, pero para todo hay límites.
Creí que aquellos padres que me contrataron no me darían más problemas que la novia, y es que la joven estaba ocupada con el asunto de la planificación y todas esas tonterías, así que no lo pensé demasiado. Pero cuando llegó el día… ¡vaya error! Rápidamente me di cuenta que me había metido en algo de lo que no quería formar parte.
La primera vez que vi a Tania, la novia, lo primero que se me vino a la mente fue «no sé cuántos años tiene esta mujer». Bien podría tener 16 años, así como también 18. Pero, definitivamente no pasaba de los 20. He visto matrimonios jóvenes que tienen un desliz y son obligados a casarse, pero entonces conocí al novio. Marcelo Hernández. Definitivamente superaba los treinta años. Y con Marcelo… había algo malo en él. El hombre era un gigante, se levantó sobre mí y dejó mucho más abajo a Tania. Con aquel rostro pálido y ojos hundidos, bien podría pasar como Largo de la familia Adams.
Al estrechar mi mano y presentarse, un escalofrío me recorrió la espalda. Todos esos años de práctica me ayudaron a sonreír y fingir lo extraño que resultaba aquella escena.
Tania no dijo una sola palabra mientras la preparaban para el día más importante de su vida. Por otro lado, Carol no paraba de hablar y criticar. Afortunadamente, aquella mujer nefasta tenía que salir a fumar cada 15 minutos y este momento permitía a la gente del maquillaje hacer su trabajo. Cuando finalmente terminaron, Tania lucía perfecta. Llevaba un vestido blanco impecable, una tiara sobre el cabello rubio y unas mejillas sonrojadas con el tono ideal. Pero, a diferencia de todas las novias para las que había trabajado antes, no había dicho una sola palabra.
Seguramente has escuchado de la tendencia fotográfica llamada first look. Es genial poder capturar la impresión del novio cuando ve por primera vez a la novia vestida. Suele ser un momento muy especial. Esta fue la primera ocasión donde tomé una foto first look en la que, de verdad, parecía la primera vez en que los novios se miraban.
A todas luces Marcelo estaba fascinado por la belleza de la novia, pero ella parecía menos que emocionada cuando la tomó de la mano y la apretó con fuerza. Se me hizo un nudo en la garganta cuando él se inclinó para darle un beso en la mejilla y ella se encogió.
Es mentira eso de que los matrimonios arreglados sólo suceden en países extranjeros, y que sólo algunas culturas forman parte de esto. Sucede todo el tiempo en nuestro país y, la mayoría de las veces, son ancianos que desean una esposa «virgen». Cuando digo la palabra virgen, quiero decir que «todavía esté en la escuela secundaria». No era la primera vez que me contrataban para fotografiar un matrimonio así.
Me las arreglé para abordar a Tania a solas en la habitación donde la preparaban. Estaba sentada junto a una ventana abierta mientras hacía malabares con un cigarrillo apagado entre sus dedos. «¿Necesitas fuego?», le pregunté al entrar.
«No, muchas gracias. Ni siquiera fumo, pero dicen que te hace sentir mejor, ¿no?», respondió mientras me observaba con aquellos enormes ojos azules.
«Sí, y de paso te da cáncer de pulmón y garganta». Le arrebaté el cigarrillo y lo encendí. «Pero yo soy un mal ejemplo, así que haz lo que digo y no lo que hago».
Aquello dibujó una sonrisa en su rostro, aunque apenas duró un segundo. «¿Qué tan seguido fumas?», preguntó.
«Depende de cómo vaya el día. Regularmente dos o tres, pero en un mal día puedo llegar a fumar todavía más. Bajé el cigarrillo Y la miré. «¿Cuántos años tienes, Tania?».
«Diecinueve, y en algunos días cumpliré los veinte. Tengo la carita de una niña». Sus mejillas se sonrojaron un poco. «¿Por qué la pregunta?».
Volteé a la puerta para asegurarme de que Carol no estuviera cerca. «¿Tanía, estás de acuerdo con esto? ¿Con la boda?».
Los ojos de Tania se abrieron. «Oye, eres buena», ella también echó un vistazo a la puerta. «Ernesto, mi padrastro, arregló la boda. Si se hubiera hecho como él deseaba me hubiera casado a los 15 años, pero Marcelo se demoró. Creo que fue por negocios. Intentó posponerlo un año más, pero Ernesto le dio a entender que había otras ofertas». Tania estremeció y se cruzó de brazos. «Si digo que no, Ernesto me echaría la calle y cancelaría la cuenta bancaria. No tendría nada, ni a nadie… y no sé qué haría si eso llegara a pasar».
Metí la mano en mi bolso y saqué una tarjeta de presentación. «Atrás de la tarjeta encontrarás el número de un refugio para mujeres. Se dedican a ayudar a mujeres como tú a escapar de situaciones peligrosas en el hogar. Las protegen y, de ser necesario, las ayudan a comenzar una nueva vida en otro lugar. Abajo está mi número personal, por si necesitas alguien con quien hablar, ¿de acuerdo?».
Tania tomó la tarjeta y la sostuvo con fuerza antes de guardarla en su sostén. «Podrías ser la persona más amable que he conocido», murmuró.
La tomé por el hombro y le di un apretón. «Eso intento», le dije antes de apagar el cigarrillo contra el alféizar de la ventana. «Si necesitas escapar en cualquier momento de esta noche, sólo pídeme que te ayude a ir al baño. Y te convertiré en una novia fugitiva», bromeé.
Eso le dibujó otra sonrisa en el rostro que se desvaneció en el preciso instante que su madre ingresó a la habitación. «Bueno, ¿por qué tardan tanto? Apúrense, la boda empezará en 15 minutos y no quiero que estés llorando ni pongas tu cara de mustia», le advirtió.
La sonrisa de Tania desapareció y me lanzó una mirada triste antes de ir tras su madre.
La ceremonia hubiera resultado mucho más llevadera si no conociera el sucio secreto que ocultaba la familia. Tania no sonrío ni una sola vez. Me pareció que sus damas de honor ni siquiera tenían amistad con ella, al menos no una sincera. Cuando el sacerdote finalmente dijo «puede besar a la novia», una lágrima se deslizó por la mejilla de Tania mientras Marcelo se inclinaba para besarla.
Había considerado llamar a la policía, pero, ¿qué podían hacer al respecto?, probablemente Tania terminaría cediendo a la presión de su familia y diciendo que todo andaba bien, que no era menor de edad y que Marcelo no era un pervertido que la había tratado con su padrastro. Por supuesto, la impotencia hizo que la situación fuera todavía peor. Lo único que podía hacer era tomar fotos del peor día en la vida de Tania.
En la recepción, Carol fastidió tanto con las fotos que estaba a punto de arrancarle el pelo; sin embargo, noté algo diferente en el primer baile de la pareja.
Al principio, Tania se mostraba reacia incluso a tocar a Marcelo, pero él se inclinó y le susurró algo al oído. La forma de comportarse con su esposo cambió por completo en una fracción de segundo, incluso pude leer sus labios mientras preguntaba «¿de verdad?». Marcelo asintió y finalmente pude captar una foto de Tania sonriendo después de decir «Sí quiero». Cuando terminó el baile, la joven parecía muy feliz con su esposo, acomodaba la cabeza sobre su pecho al ritmo del «Vals del Emperador».
El cambio fue impresionante, Tania se convirtió en una de las novias más felices y coquetas que he fotografiado. Incluso se inclinó para besar a su esposo en la mejilla mientras se sentaban, acto que tomó por sorpresa a Marcelo a juzgar por la forma en que se sonrojó.
Empecé a cuestionarme si Marcelo había puesto algo en su bebida para lograr que actuara tan feliz, cuando Carol empezó a fastidiar de nuevo preguntándome sobre su esposo. Es esa clase de madre que olvida estar en la boda de su hija y no en la suya, por lo que quería una foto con su «Ernestito». Para sacármela de encima le dije que lo buscaría. Lo vi tomando como si no hubiera mañana, entonces, supuse que estaría en el baño vomitando o engañando a su mujer.
Cuando me acerqué al baño de hombres, escuché a alguien haciendo gárgaras o intentando tragar algo. ¡Guácala!, lo sé, pero quería arruinarle el día a la perra desagradable de Carol al confirmarle que su marido le ponía el cuerno. Así que abrí la puerta del baño con mi cámara lista.
Hice contacto visual con Ernesto o, mejor dicho, con la cabeza de Ernesto.
La pusieron sobre el lavabo, con una expresión torcida que reflejaba el terror absoluto. Las paredes del baño estaban cubiertas de sangre y las partes del cuerpo diseminadas por el suelo. Mientras tanto, Marcelo se había quitado el esmoquin y se tragaba el brazo de Ernesto. ¡El brazo entero!
Ahora me preguntaba si habían puesto algo en mi bebida. Los humanos no somos capaces de abrir la mandíbula de esta forma, y con cada trago de Marcelo el brazo se hundía más profundo en su garganta. Observé los dedos de Ernesto desaparecer en las fauces de su yerno como si dijeran un pequeño adiós… y entonces dejé caer la cámara.
Sí, escuché que algo se rompió, pero en ese momento no me importaba en lo más mínimo. Acababa de ver al novio tragarse a su maldito suegro. Marcelo levantó la cabeza y sus ojos, que antes eran de un gris opaco, presentaban motas marrones y rojas con las pupilas en forma de hendidura. Me congelé en el momento que esos ojos me observaron.
«Lo siento, de verdad lo siento. Un momento».
Marcelo se dirigió al otro lavabo que no contenía la cabeza y vomitó. Escuché un montón de cosas duras golpeando contra la porcelana antes de que las llevara al chorro de agua. Aclarando su garganta con evidente vergüenza, se me acercó para que entrara al baño.
Creí que era mi final, pero Marcelo puso varios diamantes en mi mano. «Para la cámara, no fue mi intención asustarte», dijo.
«Que… pero…», balbuceaba mientras observaba aquel puñado de diamantes. Eso pagaría mucho más que la cámara. «¿Por qué lo hiciste?».
«¿Devorar a Ernesto? Había esperado por eso durante años», dijo Marcelo entre risas mientras buscaba una toalla de papel para limpiarse la cara, como si aquello fuera a desaparecer el hecho de que aún estaba desnudo y ensangrentado frente a mí. «Las personas más terribles tienen un sabor exquisito. Tu sabor sería horrendo. Sería como tragar piedras. Por otro lado, un hombre que ofrece a su propia hija como sacrificio a algo que sabe se alimenta de humanos, tiene el gusto del corte más delicioso de carne cocinado a término medio y perfectamente sazonado».
Por Dios, esta situación llevaba todo lo que había visto a un nuevo nivel de extrañeza. «Espera, de verdad él…»
«Oh, por supuesto», resopló Marcelo. «Y lo volvería a hacer. Todo por lo que sucede cuando mi estómago procesa huesos humanos».
Analicé los diamantes. «… ¿no vas a lastimar a Tania?», le pregunté.
Marcelo sacudió la cabeza vigorosamente. «Claro que no. Retrasaba la boda con la esperanza de que encontrara una forma de escapar, pero creo que Ernesto se estaba desesperando con mi actitud. Había un montón de personas dispuestas a pagar por ella, y la hubiera entregado, aunque mi oferta triplicara lo que otros ofrecían».
Empezaba a sentirme un poco mareada. Allí estaba, hablando con un novio que acababa de comerse a su suegro en el baño. Miré por la puerta y un pensamiento horrible se apoderó de mi cabeza. Uno que seguramente sería del gusto de Marcelo y ayudaría a Tania. «Bueno, ¿y si le digo a Carol que encontrará a su esposo en el baño de hombres?», le pregunté.
A Marcelo le tomó unos segundos entenderme. Asintiendo, tomó la cabeza y la arrojó a uno de los inodoros. Escuché que salpicaba y casi comencé a reír, estaba al borde de la histeria. «Anda. Estaré esperando», dijo mientras desaparecía más extremidades.
Casi me iba cuando tuve que hacerle una última pregunta.
¿Qué diablos eres?
Marcelo ladeó la cabeza hacia un costado antes de cambiar, apenas un instante. En un momento se veía como un hombre empapado en sangre, completamente horrible pero normal, y al siguiente era algo parecido a una serpiente. Su cuerpo de humano desaparecía y se reemplazaba por el cuerpo de una anaconda, pero su cabeza seguía igual, a excepción del siseo que producía su lengua delgada y bífida. Luego volvía a la «normalidad». Me respondió encogiéndose de hombros.
«Curiosamente, esperaba que tú me lo dijeras. No tengo idea».
Salí del baño y casi de inmediato me topé a Carol en el corredor. «Y bueno, ¿dónde está Ernestito?», espetó la desagradable mujer.
Apunté con el dedo en dirección al baño. «Creo que no se siente bien», le dije antes de que la perra se fuera y casi me dejara con la palabra en la boca.
Observé lo suficiente como para asegurarme de que abriera la puerta. Una cola escamada salió disparada, la tomó por el brazo y la arrastró al baño antes que yo regresara a la boda.
El problema parecía resuelto aquella noche. Marcelo regresó y el baño fue cerrado pues, aparentemente, alguien muy enfermo había hecho un desastre. Tania dejó de comportarse de cierta manera para complacer a su madre y creo que la pasó bien. Usé la cámara de respaldo para asegurarme de capturar todas sus sonrisas. Carol y Ernesto se desvanecieron, nunca fueron vistos o escuchados de nuevo. Y aquellos diamantes compraron una hermosa cámara nueva.
Como mencioné al principio, ha pasado un año de estos acontecimientos. Nunca me olvidé de esa boda, pero, lo que me llevó a compartir la historia fue que recibí una solicitud de amistad de Tania en Facebook. No suelo aceptar solicitudes de amistad de mis clientes anteriores, pero esta vez hice una excepción. Le va mucho mejor: asiste a la universidad, esculpe y pinta. También es voluntaria en el refugio para mujeres que le recomendé cuando nos conocimos, y todos los viernes por la noche organiza reuniones grupales en una galería local para exhibir los productos de Marcelo. Ahora tiene amigos que realmente parecen sus amigos.
En su foto más reciente aparece ella y Marcelo, sonriendo. Tania sostiene la imagen de un ultrasonido.
<3
Chida chida chidaaaaa!!!
De las mejores creepypastas!!!!
De esas excelentes historias de final inesperado!!
el siniestro caso del monstruo kga diamantes
Pero que buena historia muchas gracias por el creepypasta Hery