Encontré a Dios en un restaurante de Las Vegas

La primera vez que me encontré con Dios fue tras una noche de mala suerte en Las Vegas, para entonces apenas me quedaba dinero suficiente para una taza de café y unos huevos fritos en un restaurante 24/7 que los lugareños solían llamar “el restaurante de la intoxicación alimentaria”.

Restaurante por la noche

Era uno de esos típicos lugares donde las lámparas fluorescentes están repletas de insectos y jamás se debe pedir crema para el café, a menos que te guste el requesón rancio. Iban a dar las 4 de la madrugada e incluso los borrachos se habían ido a dormir, así que sólo estábamos Dios y yo en aquel lugar.

Se apareció personificado como una camarera de Las Vegas, una mujer que probablemente había sido bella diez años antes, pero ahora pagaba con arrugas en el rostro su adicción al tabaco y todos esos años viviendo bajo el sol del desierto. La primera vez que me dirigió la palabra fue mientras rellenaba la tercera taza de café.

“¿Qué tal el café?”, preguntó.

“Bueno”, respondí. “Aunque hubiera preferido que fuera vino”.

Dios me sonrió y tomó la taza para examinarla de cerca. Cuando la regresó a la mesa, estaba llena de lo que parecía vino tinto.

“Adelante”, me dijo. “Prueba”.

Le di un trago y mi paladar se regocijó ante el sabor de las uvas frescas.

“¿Cómo lo hiciste?”, le pregunté.

“Es fácil cuando se es Dios”, respondió sentada en la banca frente a mí.

Aquel era el momento propicio para que me asustara, pero la presencia de aquella camarera me ofrecía una sensación de tranquilidad inexplicable.

“¿Eres Dios?”, pregunté. “¿Qué haces trabajando en un restaurante de Las Vegas?”.

“Creo que soy una persona del pueblo”, respondió. “Aparentemente, Las Vegas es el lugar ideal para encontrar individuos en su peor momento”.

“¿Por qué Dios querría encontrar personas en su peor momento?”.

De la nada, Dios materializó una taza de té negro y algunos cubos de azúcar. Sumergió los cubos en su bebida y los disolvió con mi cuchara.

“Los defectos definen a la humanidad”, me dijo. “Bueno, eso y el libre albedrío, dos cosas de las que carecen los ángeles”.

“¿Si los seres humanos tenemos tantos defectos, porqué nos hiciste así?”, pregunté.

Dios observó su té de forma pensativa antes de dirigirme la mirada.

Camarara

“No debió ser así”, me dijo. “Ustedes mismos se convirtieron en esto después. Es un efecto secundario del libre albedrío en demasía”.

“¿Por qué no nos arreglas?”.

Dios balanceó la cabeza y esbozó una sonrisa irónica mientras observaba los insectos muertos en la lámpara superior.

“No puedo”, confesó. “Ya no puedo más”.

“¿Por qué no?”, le cuestioné con curiosidad.

Le dio un trago al té y suspiró.

“¿De verdad quieres saberlo?”.

“Creo que ahora es casi necesario”.

“Bueno”, empezó, “los otros dioses me privaron de la habilidad de crear cuando me expulsaron de los cielos”.

“Aguarda”, la interrumpí. “¿Existen otros dioses?”.

“Por supuesto”, se río. “Ellos fueron los encargados de crear a los diversos tipos de ángeles”.

Me recosté en la banca y respiré profundamente intentando procesar la información que me acababa de dar.

“¿Entonces, por qué te expulsaron?”.

Dios volvió a tomar un trago de té y apretó los labios.

“Por que rompí la primera regla de los dioses”, me confesó. “Jamás le proporcionas libre albedrío a un ser inferior”.

“¿Por qué no?”.

Dios acabó el té, y la taza se llenó sola una vez más. Materializó otros cubos de azúcar y los disolvió.

“¿Por qué crees?”, me preguntó. “Mira a tu alrededor. Observa este lugar. Está lleno de sufrimiento y desesperación, atestado por sueños destruidos y esperanza de un futuro mejor que jamás llegará. Y cuando las personas terminan hartándose de eso, acuden a estos lugares de la ciudad y le ponen fin con una o dos botellas”.

“Sin duda alguna es una perspectiva sombría”, le confesé.

“Lo dices porque no sabes lo que tengo que hacer”, me respondió Dios.

Le di un trago a la taza de vino y fruncí el ceño.

“Bueno, ¿qué es lo que no sé?”, le pregunté.

“No quieres saberlo”, gruñó.

“Posiblemente tienes razón, pero incluso así dímelo”.

Una sombra se posó sobre el rostro de Dios y por primera vez, desde que entré a ese restaurante, me sentí extraño. Respiró profundamente y continuó.

“No soy el primer Dios que falla”, me explicó. “Existieron otros dioses antes de mí, dioses antiguos que eran impulsados por la crueldad. Crearon seres más sombríos que la peor de tus pesadillas, entes oscuros cuyo único objetivo era lastimar, consumir y matar”.

Cielo e infierno

Una serie de escalofríos me recorrió los brazos.

“¿Y dónde están esos seres ahora?”, le pregunté.

“Allá abajo”, respondió. “Donde todos los dioses fallidos y sus seres defectuosos terminan después de muertos, en el lago de fuego eterno”.

El corazón se me partió.

“¿Entonces es allí que todos terminamos al morir? ¿Nos vamos directo al infierno? ¿Existe alguna posibilidad de redención?”.

“No existe la posibilidad de redención”, confesó Dios. “Solo más dolor del que jamás podrías imaginar”.

Nos quedamos sentados completamente en silencio durante algún tiempo, contemplando los sonidos del restaurante: el zumbido interminable de las lámparas fluorescentes, el goteo lento de una cafetera y el rugido ocasional de un motor que pasaba por la calle de enfrente.

“No me debería haber sentado aquí contigo”, me dijo Dios. “Pero en ocasiones me siento sola, después de todo soy una persona del pueblo”.

“No te preocupes”, le dije mientras me encogía de hombros. “Creo que, si iré directo al infierno, lo mejor es que lo vaya sabiendo”.

Dios sacudió la cabeza.

“No es lo mejor, definitivamente”.

Se levantó de la banca y se dirigió a la barra para apagar la cafetera.

“La comida es cortesía de la casa”, me sonrió. “¿Por qué no tomas ese cambio, vas a ese casino al final de la calle y lo apuestas todo al 29 negro? Al menos eso te dará dinero suficiente para una comida decente”.

“Bien”, agradecí.

Restaurante

Me levanté dispuesto a salir, pero cuando llegué a la puerta me detuve. Observé una última vez a Dios, ocupada limpiando la mesa. Pensé en despedirme, pero no lo hice. Aquel consejo de Dios fue bien recibido y mi racha de mala suerte se terminó en el casino al final de la calle.

Jamás olvidaré lo que me dijo, y todavía me sigo preguntando qué horrores me aguardan cuando muera. Pero, incluso sabiendo que tenía razón, que hubiera sido mejor jamás saberlo, me es imposible no sentir alivio de que me lo haya contado. Después de todo, no soy más que un ser humano.

Un texto de lifeisstrangemetoo traducido y adaptado por MarcianosMX.com

13 comentarios en “Encontré a Dios en un restaurante de Las Vegas”

  1. No habló con Dios, habló con el diablo… Que fue el que expulsaron del cielo. Y además, le ofreció engañosamente la oportunidad de ganar en el casino, a cambio de su alma. Obviamente al morir, se irá al infierno… SUBLIME.

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