Alejandro llega a casa y encuentra a un extraño esperándolo en la entrada. Era un hombre bien vestido de saco y corbata, cabello arreglado, zapatos recién boleados y unos dientes tan blancos que casi destellaban en el rostro.
– No me conoces, pero yo te conozco a la perfección. Me llamo Samael y pertenezco al departamento de inteligencia de la Policía Federal.
Un intenso escalofrío recorrió la columna vertebral de Alejandro. Conocía sus crímenes y sospechaba que terminaría en prisión. Su último golpe resultó magistral. Sedujo a una ricachona casada y le juró amor eterno para robarle todo el dinero. Le dijo que ambos huirían con la fortuna del esposo, pero después de robarle la abandonó sin el mayor remordimiento.
– Tranquilo, no vine a detenerte. Si mis informantes no me fallan, eres uno de los estafadores más talentosos del país. Sucede que estoy planeando mi jubilación y tengo un negocio que puede llevar a la realidad nuestros sueños.
– Pero, invítame a entrar para conversar en un lugar más discreto.
Alejandro invitó a pasar a Samael, y en la privacidad de aquella casa le explicó que el plan era bastante simple. Si funcionaba, no tendría que seguir delinquiendo, pues es el esquema dejaría dinero suficiente para vivir cómodamente el resto de su vida.
Valiéndose de sus credenciales, Samael falsificaría una serie de documentos al interior de la policía. Mientras tanto, Alejandro se haría pasar por un millonario para transferir todo el dinero a cuentas en el exterior. Si el plan funcionaba y lograban transferir el botín a diversos paraísos fiscales, resultaría virtualmente imposible rastrearlos.
Jamás tendrían que volver a trabajar el resto de sus vidas. Pasaron algunos días hasta que el momento del gran golpe llegó. Alejandro se presentó en el banco y siguió cada una de las instrucciones proporcionadas por Samael. Noventa minutos después, cada una de las transferencias estaba confirmada.
El hombre salió del banco con un semblante de satisfacción y victoria, pensando que su vida cambiaría definitivamente. Se subió al auto y emprendió el camino directamente al aeropuerto. El plan era escapar a Europa y, con el dinero en mano, decidir a dónde ir. Se detuvo en un cruce donde un agitado Samael lo abordó. Completamente confundido, pues su compinche debía estar esperándolo en el aeropuerto, Alejandro abrió la puerta.
– Nos descubrieron. Ya tienen tu cara y te están buscando por todos lados. Tienes que esconderte lo más rápido posible, los federales ya montaron una operación encubierta en el aeropuerto.
El corazón de Alejandro se aceleró y un profundo miedo se apoderó de su cuerpo tembloroso.
– No me digas eso. ¿Dónde me voy a esconder? ¡No tengo a donde ir!
– Conmigo no será, no voy a terminar en la cárcel por tu culpa. Aunque pensándolo bien, mi familia tiene un mausoleo en el cementerio de la ciudad. Si tienes el valor, te puedes quedar allí algún tiempo. La tumba bajo la sala principal es lo suficientemente amplia como para acomodar a una persona. Claro, siempre que no te importe pasar algún tiempo con mis familiares muertos.
– Supongo que no tengo otra opción.
En cuestión de minutos ya estaban frente al mausoleo. Era un recinto enorme de arquitectura lujosa. Seguramente pertenecía a una familia acaudalada, pues destacaba del resto. Samael abrió la puerta y ambos entraron, inmediatamente Alejandro advirtió la puerta que daba a la tumba subterránea. En ese lugar se encontraban las gavetas que almacenaban los cadáveres. Samael retiró la cadena y abrió la pesada puerta metálica.
– Metete, al final del pasillo hay un interruptor para que enciendas la luz. Más tarde regreso con comida y agua.
Alejandro tomó una linterna que estaba junto a la puerta y entró con precaución. Todo su cuerpo temblaba, por su rostro escurrían chorros de sudor y, definitivamente, no deseaba estar en ese lugar. Tenía mucho miedo, pero entendía que no le quedaba otra opción.
Cuando ingresó a la sala y vio las gavetas donde descansaban los muertos, gritó y se regresó a la puerta. En ese momento, prefería estar en una celda que en ese lugar tan macabro.
Se sorprendió al ver que Samael ya no estaba allí. Con fuerza bestial, aquella puerta metálica se cerró de un solo golpe y el eco se apoderó de la tumba. El ruido lo aturdió momentáneamente, y cuando recuperó el control empezó a golpear la puerta y gritar el nombre de Samael. El terror se apoderó de su cuerpo hasta que simplemente se desvaneció. Despertó un par de horas después, completamente adolorido por la caída de las escaleras.
La linterna estaba por quedarse sin baterías y apenas alumbraba el recinto. Alejandro empezó a llorar como un chiquillo, además de miedo tenía mucho dolor y hambre. No dejaba de pensar si su compañero regresaría o lo dejaría morir en ese lugar tenebroso para largarse con el dinero.
El aire de aquella sala estaba viciado, Alejandro se dio cuenta que apenas y le quedaba oxígeno. Se levantó y empezó a revisar las puertas de las gavetas donde descansaban los cuerpos. Observó cada uno de los retratos y el nombre, notó que el mausoleo era muy antiguo y había muchos muertos en ese lugar.
Sin embargo, dos de las gavetas parecían muy recientes, pues las fotos apenas tenían polvo. Decidió echar un vistazo.
Otro grito desesperanzador hizo eco en aquel mausoleo. Lo que encontró en aquellas gavetas hizo que se orinara. Los nombres de esos muertos eran Amelia Torres y Samael Torres. Amelia era la mujer a la que estafó en su último golpe y Samael el esposo. Alejandro desconocía que su amante estuviera muerta y estaba confundido. Mientras caminaba escucho el sonido de papel, vio al suelo y se dio cuenta que pisaba un trozo de periódico.
Tomó la hoja y encontró una fotografía de la pareja. El titular decía: Hombre asesina a su esposa y se quita la vida tras enterarse que lo desfalcaron. Alejandro grita una vez más, pues en ese momento entiende que nadie iría a rescatarlo.
El estafador finalmente recibió su merecido y Samael pudo descansar en paz.
Una de las mejores creepypasta que he leído. Saludos