Una multitud de rostros pálidos se elevó al cielo. Cada par de ojos en ese grupo rebosaba esperanza. A la luz de la luna, su piel parecía brillante. Un contraste curioso entre carne luminosa y la oscuridad circundante. Sus labios estaban ligeramente separados, como si esperaran la sagrada comunión. Tomados de las manos y en círculo, se pararon sobre el suelo cubierto de musgo. De sus gargantas emanaba sangre que escurría por sus relucientes tórax.
Bajo mis pies descalzos, aquel musgo se sentía endemoniadamente reconfortante. Extremadamente acogedor. Con los niños haciendo guardia, me acurrucaba en el suelo y dormía plácidamente.
Ya hace 25 años de aquello. Era mi ritual de cada noche. Sonámbulo, atravesaba un bosque tras nuestra casa hasta llegar a un claro donde dormía con los cinco niños. Nadie en casa se percataba cuando regresaba por la mañana. De cualquier forma, a nadie le importaba.
Al cumplir los 14 años, las cosas se detuvieron. Creí que se trataba de un sueño recurrente. Sí, una experiencia de sonambulismo que sucedía casi todas las noches. Sí, pasé todas esas noches en el bosque. Pero jamás reportaron la desaparición de unos niños. No existían las gargantas botando sangre. Sólo árboles y musgo. Demasiado musgo.
Me mudé al cumplir los 19 años. A medida que pasó el tiempo, como sucede en estos casos, los recuerdos se hicieron confusos. Sin embargo, hay algunas cosas que los hacen volver. Algunas con más fuerza que otras. Últimamente son las bocas abiertas.
Las bocas abiertas de los niños siempre me resultaron fascinantes. Y jamás me atemorizó lo que emanaba de sus gargantas cortadas. Tampoco me molestaban esas miradas cálidas al cielo. Pero, sus bocas siempre fueron la fuente de mi curiosidad. Solía caminar alrededor del círculo, mientras el musgo me acariciaba los dedos, y observaba dentro de sus bocas. Parecían cálidas y suaves: lenguas rosadas, dientes pequeños y gargantas estrechas.
Cuando tenía 8 años, besé a dos chicas. La pelirroja. Sus labios eran carnosos y sabían a piña. Sentí mi aliento acumularse en su boca y regresar a la mía. Ni siquiera se movió. Mi cuerpo vibraba. Probé la piña algunos años después. Desde entonces, ningún beso me ha resultado tan apasionante. Las décadas pasaron con esa sensación creciente de que algo faltó.
Cuando mis padres murieron el año pasado, regresé a su casa. Todo estaba igual. Ahora me ocupo de mis actividades cotidianas, pero aquellos niños todavía están en mi mente. Es imposible sacudir la sensación del musgo contra mi piel y la protección que experimentaba al dormir cerca de ellos. Desde que regresé a esta casa donde todo sucedió, la nostalgia por aquellas noches no ha hecho más que aumentar.
En ocasiones es tan intensa que, por las noches, me dirijo al claro cubierto de musgo. Es tan hermoso como siempre, sobre todo cuando hay luna llena y me invade el recuerdo de la piel brillante de porcelana, los ojos llenos de esperanza y las bocas húmedas. Me acurruco sobre el musgo y empiezo a llorar. Solo.
Encontré cierto consuelo en el cultivo de ese mismo musgo. Es el único recuerdo tangible de aquellos momentos tan reconfortantes de mi existencia. Logré que crezcan algunos brotes en mi sótano con piso de tierra, y ahí es donde duermo ahora. Allí, sobre el musgo en la comodidad de mi hogar, puedo volver a soñar. Los sueños ofrecen alivio temporal, pero algo es mejor que nada. Me mantendrán hasta que vuelva a suceder. Pues sé que volverán.
El primer niño que tomé es una pequeña pelirroja. La bombilla del sótano no ilumina igual que la luna. El tono amarillo hace que su piel luzca pálida y enfermiza. Sus ojos están nublados y resulta difícil mantenerlos abiertos. Sin embargo, la garganta abierta es la misma. Esa garganta mantiene el recuerdo real. Y antes de acurrucarme junto a sus pies para dormir, fantaseó con el sabor a piña mientras el sabor a metal de su boca invade mi lengua.
Pues creo, q si es clara la historia, el sueño recurrente del niño le dejaba una paz o seguridad única, y a medida q vamos creciendo perdemos ese sentimiento, el niño ya siendo un hombre vuelve al hogar de esas sensaciones queriendo volver a verlas, sentirlas, soñarlas su lugar feliz por así decirlo, y buscará la forma de volver a tener ese escenario de gargantas rojas, bocas entreabiertas, piel luminosa y sabor a piña.
Es cuestión de imaginar
En fin MARCIANOS por siempre 😉
Totalmente de acuerdo.
Este creepypasta como que no se entiende no lo digo para ofender a nadie ya que yo conocí esta página gracias a los excelentes creepypastas que publicaban animo marcianos aun se puede
Totalmente de acuerdo.
o sea??? era un niño asesino???