El sonriente del bosque

Las pesadillas son más recurrentes desde hace algunas semanas. Tal vez porque ya viene diciembre. El frío me hace sentir confundida, como si estuviera en otro mundo. Y además de las nauseas debo soportar esta agobiante culpa. Los recuerdos de ese día son turbios y ni siquiera los sueños tienen significado para mí. Lo que sí recuerdo es el rojo, un tono que se grabó en mi mente para siempre. Sigilosamente amenaza con recuperar los detalles de mi peor pesadilla.

corriendo por el bosque(1)

Siendo una niña maltratada y abusada de apenas ocho años, hasta el más mínimo acto de afecto me hacía sentir bien. Ese día que se me acercó en el bosque me asusté, pero la calidez de su sonrisa apaciguó mis temores. La dulzura en sus palabras se diluyó en mi cerebro nublando mis sentidos y llevándome a seguirlo a ciegas.

La capucha de su sudadera estaba llena de agujeros y sus vaqueros parcialmente cubiertos de barro. Una maraña de cabello negro le cubría gran parte del rostro. Pero, algo que jamás olvidaré son los deslumbrantes ojos amarillos que me perforaron el alma. Desterrando mi fuerza de voluntad para cumplir cada una de sus exigencias. Sígueme, o quédate aquí.

Aun puedo escuchar el crujido de hojas y ramas secas bajo mis pies descalzos en una caminata que pareció durar horas. Jamás vio hacia atrás para averiguar si lo seguía. Sabía que lo haría, que lo seguiría hasta ese lugar, aunque resultara herida. Cada cierto tiempo agitaba los dedos y su respiración se aceleraba, como si estuviera ansioso. El andar se volvió más pausado y tomó mi mano con delicadeza.

Aquella primera vez que sus ojos se posaron sobre mí, tuve que tragar saliva para desbaratar el nudo en mi garganta. Compartimos una mirada en silencio, aunque fue el primero en apartase. Inclinó la cabeza con un movimiento sutil, incitándome a mirar hacia arriba. Y desearía no haberlo hecho, pues sabía que una vez que mis ojos se posaran en ese lugar, jamás me separaría de él.

bosque verde

Arbustos repletos de rosas amarillas nos rodeaban a ambos, y arriba árboles gigantescos apenas permitían una diminuta visión del cielo. Era una vista hermosa hasta que seguí su mano extendida apuntando directamente hacia el centro de los arbustos que nos rodeaban. Era algo digno de ver, aunque no puedo describirlo precisamente como hermoso. Quizá espantoso, horrendo, pero jamás hermoso. La sonrisa que se dibujó sobre su rostro era lo más aterrador, tan amplia que parecía que su cabeza se partiría por la mitad.

A medida que se aproximaba al centro, esa sonrisa se hacia cada vez más perversa. Tenía ganas de correr, pero mi cuerpo no respondía y, siendo sincera, deseaba ver lo que pasaría. De entre un montón tomó un animal al azar. Una zarigüeya. Y mientras la cortaba respiraba pesadamente. Las lagrimas corrieron por mis mejillas rosadas y los sollozos escaparon de mi boca con desesperación.

“Luces estupenda cuando lloras, Alma”. Dijo mi nombre en un tono burlón. Este sujeto, a quien jamás vi antes, sabía mi nombre. Volvió a hablar: “sin embargo, no debes llorar por esto, ya está muerta”. Se rió por eso. Mientras llevaba mi brazo al rostro para limpiarme las lágrimas, me acerqué con cautela. Dio unas palmaditas en el suelo a uno de sus costados y, obedeciendo, me senté a observar como le sacaba el corazón y lo enterraba en el suelo.

Deseaba conocer los motivos, pero todas las palabras se atascaban en mi garganta. Como si me leyera la mente, exclamó: “me hace feliz sentir su último aliento de vida abandonado sus cuerpos. Un día, también tú estarás aquí. Crecerás como un hermoso árbol al que todos podrán ver. Así conocerán tu verdadera belleza”.

sonriente del bosque

No tuvo que decir más. Salté y corrí en la dirección opuesta a este hombre. Ni siquiera intentó agarrarme y mucho menos perseguirme. Se quedó parado y empezó a carcajearse, de hecho, se dobló de la risa. Corrí hasta que mi cuerpo ya no pudo más. Sabía que estaba perdida, pero lo único que deseaba era alejarme de ese horrible lugar. Jamás le conté a nadie lo que sucedió en el bosque.

Sé que algún día terminaré como esa zarigüeya. Vendrá por mi y me llevará hasta esos arbustos de la manera más amable posible. Después cortará mi pecho, sacará el corazón y lo enterrará en el suelo mientras ríe maliciosamente. Posiblemente se carcajee mientras lo hace. Lo que más me aterra, es que hasta ahora me di cuenta que las zarigüeyas se hacen las muertas.

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