En el siglo XIX, el capitán estadounidense Samuel Barrett Eades compró la sirena de Fiyi, la más cara de la historia. Una treta terminó por convencer al capitán de la “autenticidad” de una momia arrebatándole toda la fortuna en el proceso. Y gracias al showman P. T. Barnum la peculiar pieza se hizo mundialmente conocida, una sirena completamente diferente al personaje de Ariel que Disney retrató en la película animada de 1989.
Aquella “sirena momificada” también resultó un éxito, pero por su apariencia monstruosa. En nuestros días, suponen que crearon este peculiar “fósil” cosiendo la mitad trasera de un pez y el torso con la cabeza de un joven primate. Un montaje lo suficientemente bien ejecutado como para convencer a Eades de la existencia de estos seres mitológicos.
Adquisición de la sirena de Fiyi.
“En la actualidad, resulta difícil creer que el capitán Eades lo arriesgaría todo por una sirena. Sin embargo, en aquella época la existencia de los sirenos todavía era motivo de debate”, señala Sarah Peverley, especialista en el tema y profesora de la Universidad de Liverpool, en Inglaterra.
Estas falsas sirenas, como la adquirida por Eades, solían fabricarse de forma artesanal en Japón con piel seca de pescado, mandíbulas de simio, papel maché y alambre para soportar la estructura. Su objetivo original no era el engaño, sino la representación de un espíritu japonés denominado ningyo (“pez humano”). Desde principios del siglo XVII y hasta mediados del XIX, los japoneses vivían bajo el Sakoku: una estricta política aislacionista que limitó el comercio y contacto con otros países.
A causa de esto, los marineros europeos básicamente desconocían el objetivo de estas sirenas creadas en Japón. “Objetos como la sirena no eran comprendidos por los extranjeros, por lo que cuando llegaban a manos de un marinero como Eades, les inventaban toda clase de historias y las vendían por grandes sumas de dinero”, explica Peverley.
Apuesta arriesgada.
Así fue como la sirena de Fiyi se convirtió en toda una atracción para los espectáculos de la época. En 1822, mientras Samuel Barrett Eades se encontraba en Batávia (actual Yakarta, Indonesia), acudió a una peculiar exhibición donde se topó con esta pieza. Y de alguna forma terminó convencido que se trataba de una sirena real.
El marinero decidió arriesgarlo todo y vendió las acciones que tenía en el buque mercante The Pickering junto con la carga que transportaba. Logró juntar 6,000 reales de a ocho y entregó parte del dinero a unos marineros holandeses, mismos que le compraron la sirena a un pescador nipón. En total, Eades desembolsó 5,000 reales de a ocho por la pieza, lo que actualmente equivaldría a unos US$ 126 mil. El resto lo usó para regresar a Inglaterra con la “sirena” en su poder.
En ese viaje de regreso, el marinero estadounidense hizo una breve escala en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde exhibió a la “sirena”. El objeto se volvió tema de especulación tras la intensa cobertura que le dio la prensa. Poco después, los londinenses hacían largas filas en las calles de la capital inglesa y pagaban una buena cantidad para ver con sus propios ojos al extraño ser mitológico.
La sirena de Fiyi y P. T. Barnum.
Sin embargo, la suerte dejó de sonreír a Samuel Barrett Eades en cuestión de meses. Stephen Ellery, el otro propietario de The Pickering, lo demandó por vender las acciones del barco y la carga. Eades perdió la demanda y tuvo que pasar el resto de sus días en el mar para pagar la enorme deuda. Eventualmente, los científicos de la época acusaban que la “momia de sirena” era completamente falsa. Pese a esto, la pieza se convirtió en una gran curiosidad que viajó por toda Gran Bretaña y algunos lugares de Europa durante varios años.
Eventualmente, el hijo de Eades vendió la pieza a Moses Kimball, del Museo de Boston, quien finalmente se la entregó a P. T. Barnum. Nada tonto, el célebre showman estadounidense fabricó toda una historia para impulsar a la sirena. Barnum inventó que la capturaron en Fiyi, en el Pacífico Sur, lo que llevó a que se conociera como la sirena de Fiyi.
Fiel a su estilo, Barnum contrató a un falso científico y pagó a la prensa para generar un gran interés entre el público. Actualmente, de la sirena de Fiyi no quedan más que unos cuantos dibujos. Probablemente, la pieza fue consumida por uno de los incendios que devastaron las colecciones del empresario en la década de 1860 y 1880. “La sirena de Eades captura lo curiosos, imaginativos, espirituales, optimistas y totalmente crédulos que pueden llegar a ser los humanos”, dice Sarah Peverley. “Es trágico que Eades lo haya perdido todo, mientras P. T. Barnum hizo una fortuna con la sirena”.