El Chavo del 8 sin duda es una de las series más populares de América Latina. En México aun sigue cautivando a multitud de generaciones. Y es que la serie tiene un encanto especial, con personajes notables y divertidos que han hecho y hacen reír tanto a niños como adultos. Sin embargo hay quienes ponen en duda la «inocencia» detrás de este inofensivo humor. Lea esta historia que asegura el «El Chavo del 8» no es lo que parece. Seguramente terminarás pensando que se trata del cuento de algún fanático, pero aun así no deja de ser interesante.
Sartre escribió en su famosa obra «Entre cuatro paredes«, de 1945, que «el infierno son los demás«. No existe una definición de infierno que sea universalmente aceptada en la tradición teológica de occidente.
Según el historiador Jean Delumeau, en una entrevista en el libro «El fin de los tiempos«, el catolicismo tradicional, apoyándose en San Agustín, predicó la existencia «de un lugar de sufrimiento eterno para aquellos que hayan hecho el mal en esta vida y que nunca se arrepintieron«.
Esta noción, un tanto incongruente con la imagen de un Dios misericordioso, no prosperó fuera de la imaginación popular, siendo sustituida por el Purgatorio, desarrollado en el siglo II, principalmente por Orígenes. Nadie más podría ser condenado para siempre, sin embargo, a excepción de los santos, todo el mundo tenía que pasar un periodo variable de purificación, con la seguridad de la salvación al final.
San Ireneo no estuvo de acuerdo. Para él «los pecadores confirmados, obstinados, alejados de Dios, también se apartaran de la vida.» Por lo tanto, después del juicio final, los condenados serian borrados simplemente de la existencia.
La controversia continuó por los siglos, con nuevos panelistas:
Tomás de Aquino, Lutero, Joaquín de Fiore. En la literatura, Dante y Milton han creado poderosas visiones del infierno. La trilogía de condenados de Sartre, los sadosmasoquistas cenobitas de Clive Barker y los pecadores malditos Roberto Bolaños son recreaciones contemporáneas inquietantes del infierno.
Sí, Roberto Bolaños. Me refiero al actor, escritor y director mexicano Roberto Gómez Bolaños, conocido, casi en la exageración perdonable de Chespirito, o «pequeño Shakespeare» de México. Él es el creador de una de las más sutiles, brillantes y temibles representaciones del infierno en cualquiera de las artes: «El Chavo del 8«, el programa de televisión, como enseñó Baudelaire, «El mayor truco del diablo es convencernos de que no existe«, podemos concluir que ese mismo diablo no tendrá vendrá a presentar a sus dominios a través de estereotipos: la oscuridad, el fuego, tridentes, lava. En «El Chavo del 8» de verdad «el infierno son los otros».
Bolaños llenó su creación de señales que deben ser decodificadas para revelar su verdadero sentido de auto moralizar. La primera y más importante es el título.
Originalmente, el programa se llama «El Chavo del Ocho», nadie sabe el verdadero nombre del protagonista, que nunca fue pronunciado. Solo se conoce como «El Chavo». El nombre en sí es una adaptación brasileña de la palabra Chaves, una palabra corrompida de «chavo», que significa «maldita». Es cierto que un «niño», o «chavo» es aquel que hace maldades: le trastoca el orden de lo que es moral y socialmente aceptado como correcto. En la interpretación libre, el «chavo» es un pecador. Por lo tanto, la serie trata de pecados. No de pecados mortales, de lo contrario sería muy difícil que los personajes generaran simpatía, sino de pecados capitales.
Contrariamente a lo que muchos creen, el protagonista no vive en un barril, sino en la casa con el número 8. Estando huérfano y sin hogar, fue recogido por una mujer mayor, que nunca fue mostrada, y que tal vez no exista. Si la muerte existiera de forma material, el número 8 estaría sutilmente asociada a ella. Solo se tiene que voltear el número 8 y se obtiene el símbolo de infinito. La muerte es infinita, porque no hay vida antes de la vida y después de la vida se pasa de nuevo a su estado anterior. La vida puede ser medida por el tiempo, antes y después es, por definición, infinita. Nada infinito, gracia infinita, purgarción infinita.
Esta vecindad del chavo no es más que un pedazo de infierno, especialmente preparado para recibir a sus invitados, muertos y condenados en el juicio final. Una variante cómica de «entre cuatro paredes», donde dos mujeres y un hombre (además de un mayordomo… donde el Sartre Comunista no tuvo en cuenta el carácter representativo de la clase proletaria) se ven obligados a soportarse unos a otros para la eternidad, en un ciclo interminable de acusaciones y violencia. No es difícil imaginar la escena:
La Chilindrina molesta a Quico y le hace pensar que su padre es el agresor, desconcertado llama a Doña Florinda quien descarga toda su rabia en Don Ramón, mismo que después descarga su coraje en «El Chavo» y este a su vez agrede al Señor Barriga que llega a cobrar la renta a la vecindad. Mientras tanto, el profesor Girafales, ardiendo de deseo, llega a bebe café, con un ramo de rosas en su regazo, sin sospechar la causa, motivo, razón o circunstancia de tanta repetición.
El escenario es un laberinto rizomático, sin centro, sin principio ni fin. Afuera de la vecindad hay una calle estrecha que conduce a un parque, a un restaurante y a un pequeño salón de clases.
Las variaciones, tales como Acapulco, son excepciones a la regla. El universo de personajes se reduce a este espacio claustrofóbico, donde un ambiente conduce a otro que lleva a otro que conduce a otro, de forma indefinida.
Los pecados cometidos en la vida son evidentes en sus características, miedos y frustraciones. El Chavo siempre con hambre, ha cometido el pecado de la gula. El glotón empedernido y su preferencia por el sándwich de jamón muestra desprecio por las leyes de Dios, que prohibía el consumo de carne de cerdo, un animal sucio. Enemigo de cualquier autoridad moral, él llama a su profesor «Maestro Longaniza», otra referencia a la malograda delicia porcina.
Don Ramón, que trabaja en exceso para no trabajar después, cometió el pecado de la pereza. Constantemente requiere redoblar los esfuerzos de escape, para no pagar las indefectibles 14 meses de renta. Estos nunca se convierten en 15 meses, lo que indica que el paso del tiempo está suspendido. No es necesario recordar que 7 + 7 es igual a 14 y que, en la tradición de Cristo, 70 x 07 simboliza el infinito. De manera similar al 8, el signo de suma se convierte en multiplicación. Dios habita en los detalles.
La codicia del Señor Barriga es obvia. ¿Quién más podría cobrar el alquiler mensual casi todos los días? Los golpes que recibe del Chavo al llegar a la vecindad son parte de su castigo.
El pequeño marinero Quico, el niño más rico, es impulsado por la envidia. Cada vez que veía a uno de sus vecinos más pobres disfrutar de un juguete estropeado, la codicia le provocaba alegría e iba por uno de los suyos, siempre más grande y mejor, pero nunca le daba satisfacción. El juguete del otro, a pesar de ser claramente inferior, siempre parece más interesante. Un círculo vicioso de la envidia, nunca saciado.
La Chilindrina está marcada por una personalidad intolerante, enojana. Imitando a Goofy, que utiliza el coche como un arma agravante de su ira. Muerta en una accidente de transito trata de hacer lo mismo con el triciclo. Hubo muchas veces que pasó por encima de los pies y juguetes. Pero la musa que canta a la ira del poderoso Aquiles no le da importa la ira de la insignificante Chilindrina. Siendo la más débil y más pequeña físicamente de la vecindad, sólo puede llorar y llorar y llorar.
Doña Florinda y el profesor Girafales son unos libertinos del tamaño del marqués de Sade y Mesalina (o ellos mismos). Maestros en el arte de la lujuria, y finalmente condenados por la eternidad a la abstinencia sexual. Frigida e impotente, que lo anhela con la mente, pero no con el cuerpo. Consumen interminables tazas de café que con propiedades estimulantes alimentan el fuego que no pueden consumar.
El profesor Girafales fuma en el aula, no porque «El Chavo del Ocho» fuera grabado antes de la plaga de lo políticamente correcto, sino debido a la rara tradición postcoital de encender un cigarrillo, hacer un anillo de humo en el aire y preguntar «¿Te gustó?». Incapaz de cumplir la primera parte del ritual erótico, sin saberlo, lleva a cabo lo segundo. No es sorprendente que la banda sonora de sus reuniones sea una adaptación de la banda sonora de la película «Lo que el viento se llevó«. La última frase de la película es «mañana será otro día. En el pueblo, siempre habrá otro día y otra taza de café«.
Doña Clotilde, la bruja del 71, sufría de extrema vanidad. El genio de Bolaños tuvo la delicadeza de invitar a la española Angelines Fernández, para interpretar al personaje. Una vez más el signo de una condenación eterna aparece: 71 no es más que 7 +1 = 8. Doña Clotilde era dueña de una mascota, significativamente llamada Satanás, llama la atención sobre otro elemento importante.
La presencia de varios demonios vagando en la vecindad. Se trata de un demonio polimorfo. En algunos episodios Satanás es un gato, y un perro en otros. A diferencia de la paradoja pato-conejo de Jastrow, Wittgenstein y Thomas Kuhn, que servia para el desenvolvimiento de la razón, el gato-perro es una representación de la mística, el perro «en persona».
En 1589 el teólogo Peter Binsfeld, en el libro «Clasificación de demonios de Binsfeld», estableció que cada uno de los siete pecados capitales tiene un patrón infernal. Es revelador que, Lucifer, el nombre con el que muchos llaman a Satanás, genere vanidad. Los otros son la generación de la lujuria Asmodeo, Belcebú la gula, la avaricia, Mamón, la pereza Belphegor, Azazel la ira y la envidia Leviatán. No nos engañemos: ellos rodean la vecindad constantemente para promover el desorden, el dolor y la tentación.
Si el gato-perro de Lucifer / Satanás ayuda a difundir el rumor de que la señora Clotilde es una bruja, parece obvio que la bella muchacha Paty y su tía Gloria son Belcebú y Belphegor transformados en súcubos, demonios de sexo femenino, preparados para atizar el apetito del chavo y despertar al Don Ramón de su letargo. A su vez, el galán de las novelas Héctor Bonilla, quien visitó la vecindad, es nada más que Asmodeo en forma de incubo, demonio de sexo masculino, con la misión de romper la relación de la pareja de libertinos castrados.
Ñoño es Mammón, instigando a su avaro padre a gastar en exceso. Popis es Azazel, incrementando la ira desconcertante de la Chilindrina con su inutilidad. Godínez es Leviatán avivando la envidia de Quico, con sus respuestas certeras en involuntarias al Maestro Longaniza. Los personajes de poca relevancia, como Doña Nieves, señor Hurtado, los jugadores de yo-yo, los estudiantes anónimos de la escuela, los clientes del restaurante, el personal del parque y la fiesta de la buena vecindad, y otros complementos, son entidades demoníacas más pequeñas, que funcionan para crear la ilusión de normalidad.
De hecho, los que frecuentaban la vecindad parecen atrapados de su condición. Los adultos por ser altamente centrados. Y los niños sufriendo una doble maldición, la condición de una regresión infantil, tal vez como un reflejo de la inmadurez emocional que los llevó a una conducta pecaminosa. Mientras que muchas personas sueñan con tener la experiencia de la madurez en un cuerpo joven, ellos se quedaron con el cuerpo que poseían a la hora de la muerte, pero no con su experiencia. Estas son las sutilezas de la burocracia infernal.
Jaimito el cartero, en su papel como portador de mensajes, es el único representante de este lado. Un psíquico que trata de hacer contacto con otra dimensión. Su constante estado de fatiga es el resultado de un esfuerzo sobrehumano necesario para cruzar dimensiones. Prueba de ello es la descripción que da Jaimito de su tierra natal, Tangamandapio.
El pueblo que existe en realidad, se encuentra al noroeste del estado mexicano de Michoacán, es una alegoría. Según el cartero, todo en Tangamandapio es colosal. Sería más grande que Nueva York y tenía una población de muchos millones de habitantes. ¿Qué podría ser tan grande?
Obviamente, no se refiere a un solo lugar aislado, sino a todo el planeta, la tierra de los vivos. Las cartas que está llevando son psicografias y la bicicleta que nunca deja es más un tótem, al estilo de «El Origen«. Necesaria para volver a la realidad.
En «El Chavo del Ocho,» Bolaños, o el Camus azteca, creó su propia versión del mito de Sísifo. El chavo y compañía están condenados a empujar por una empinada colina todos los días esta piedra enorme que siempre regresa, obligandolos al tormento del eterno retorno. La piedra de Quico es cuadrada, no rueda, se desliza. Es cómico, a pesar de trágico.
Ademir Luiz.
forzado pero divertido ademas se nota que sabe mucho del tema, del 1 al 10 le doy un 6 por originalidad y conocimiento de tonterias sin utilidad gaaaaaaa
Totalmente impresionante
Bastante fumado xd