En la sociedad brasileña, Cracolandia es objeto de numerosos estereotipos y prejuicios que simplifican la existencia de este lugar a la violencia y las drogas. Sin embargo, resulta interesante conocer más datos y hechos sobre el tema para formarse una opinión integral. Y es que existen aspectos clave que brindan mayor conocimiento sobre este fenómeno que parece replicarse en algunas metrópolis del mundo
¿Qué es Cracolandia?
Cracolandia es como se le conoce popularmente a una zona marginal de la ciudad de São Paulo, en Brasil. Aunque no es un área aislada de la ciudad, su principal característica es el consumo, compra y venta de drogas. Principalmente crack, de donde deriva su nombre. Tampoco se trata de un gulag ajeno a los procesos y políticas implementadas por el gobierno, entidades privadas o grupos criminales que operan en esta región. Más bien, funciona como punto de encuentro para diversos grupos marginados y muchos lo consideran un “hub urbano” para poblaciones excluidas.
Cracolandia está conformada por una multitud de ex-presidiarios, migrantes, personas en situación de calle, trabajadores sexuales, trabajadores precarizados, consumidores de drogas e individuos con problemas de salud mental, entre otros. Por eso, Cracolandia no puede aislarse de las dinámicas urbanas más complejas y las estructuras de desigualdad. Es un poco inocente reducir este sitio únicamente al consumo y venta de crack.
¿Cómo funciona Cracolandia?
Aunque es innegable que se trata de una zona problemática en São Paulo, Cracolandia guarda mucha similitud con el funcionamiento de un tianguis o mercado popular. Veamos algunos ejemplos concretos que ilustran esta conexión:
Las políticas de desalojo ejecutadas en otras áreas de la ciudad y el problema generalizado de la vivienda influyen directamente en el número de personas que llegan a Cracolandia. Muchas veces, aquellos que son desalojados de otras áreas terminan refugiándose en esta zona marginada del centro de la ciudad. Tanto el Primer Comando de la Capital (PCC) como los propios residentes locales, frecuentemente expulsan a los drogadictos de sus barrios de origen. Este “exilio” los obliga a buscar refugio en Cracolandia, convirtiéndola en punto de encuentro para desplazados y marginados.
En lugar de abordar el problema localmente, algunas administraciones municipales del estado de São Paulo llegan a pagar el pasaje para que las personas en situación de calle viajen a la capital. Como resultado, muchas de estas personas terminan en la Cracolandia, buscando una mejor oportunidad o apoyo. No es raro que los convictos de São Paulo, al recuperar su libertad, enfrenten dificultades para ganar dinero y regresar a su lugar de origen. Por eso, muchos ven en Cracolandia la única oportunidad de subsistencia. Allí, el entorno les resulta más familiar y pueden relacionarse con otros individuos en situaciones similares.
Los trabajadores precarizados que reciben salarios semanales suelen frecuentar Cracolandia los fines de semana para relajarse y consumir drogas. Esto genera un aumento en el flujo de personas en esos días, pues buscan un espacio para desconectarse de la rutina y encontrar cierto alivio de las dificultades en su vida laboral.
La presencia del Estado y las dinámicas de conflicto.
Uno de los aspectos más sorprendentes es que en Cracolandia existe presencia estatal significativa, aunque esto también contribuye a amplificar los problemas en la zona. Frecuentemente se despliegan operaciones policiales represivas que buscan dispersar el flujo de personas. Aunque, resultan ineficaces tanto desde un punto de vista humanitario como práctico. Ya que no eliminan el tráfico de drogas, solamente lo “maquillan”.
Más que atender una demanda real de seguridad pública, estas intervenciones policiales parecen responder a dinámicas de corrupción entre los agentes de seguridad y traficantes. Pues, aunque en los puntos de venta de Cracolandia exista droga, los cargamentos más significativos están resguardados en residencias, edificios y apartamentos. A menudo, en zonas de clase alta en otros puntos de la ciudad. Inevitablemente, esto condujo a la radicalización de los conflictos en Cracolandia. Además, plantea serias interrogantes sobre la capacidad y legitimidad del Estado para abordar las adversidades en este lugar.
Desmitificando la imagen de la Cracolandia.
Al interior de Cracolandia se desarrolla todo un sistema de jerarquías, vínculos sociales, producción de orden y bloques de poder. La falsa idea del “caos” en este sitio atiende a la perspectiva externa de aquellos que nunca pasaron un día en el “flujo”. Personas que no están familiarizadas con las formas de control y resolución de conflictos que posee este lugar. Cracolandia está lejos de ser tierra de nadie donde gobierna la irracionalidad y deshumanización.
Además, aquellos que frecuenta Cracolandia no la ven como un destino final de su existencia. De hecho, muchos lo consideran un lugar “menos malo” comparado con toda la violencia, abusos y falta de recursos que han marcado sus vidas. A menudo, la existencia de un consumidor habitual de crack que vive en la periferia resulta mucho peor. Eso sin contar con la libertad que les otorga Cracolandia, donde encuentran cierta comunidad y apoyo de otros en las mismas condiciones.
Finalmente, es importante aclarar que Cracolandia no es un territorio fijo, sino que se mueve y se adapta para mantenerse dentro de la ciudad. La sola existencia de este tianguis de marginados desafía la gobernabilidad urbana y las prácticas policiales de dispersión. Esa capacidad de formarse, mutar, agruparse y desvanecerse desafía las políticas institucionales basadas en la reproducción del modelo tradicional de hogar, familia y trabajo.
Desde fuera, Cracolandia parece un sumidero de drogadicción, y claro que lo es. Pero al analizar el contexto surge un problema mucho más complejo de lo que sugieren los medios de comunicación.