Aunque parezca extraño, una porción minúscula de la bomba atómica habita en nuestro propio ser. El bomb spike se encuentra en tus ojos, dientes e incluso el cerebro. Entre el pasado bélico y el presente científico de la humanidad, se teje un misterio inesperado. El término “bomba atómica” evoca imágenes devastadoras de explosiones y desolación, pero en realidad está mucho más cerca de los que imaginas. De manera sorprendente, ese vestigio atómico que se encuentra dentro de cada uno de nosotros no solo es inofensivo.
¿Qué es el bomb spike?
También desempeña un papel crucial en la resolución de un enigma que desconcierta a nuestra especie: la influencia del hombre en la Tierra. Llamado bomb spike o bomb pulse se trata de rastros provenientes de las explosiones nucleares que sacudieron a nuestro planeta en la década de 1950. Aunque estas detonaciones alteraron la química atmosférica y cambiaron el carbono en la Tierra, un giro intrigante de los acontecimientos hizo que esta interacción no fuera unidireccional.
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El impacto de más de quinientas explosiones atómicas, que trascendió el ámbito bélico, no solo alteró la estructura del entorno sino también el tejido mismo de la vida en la Tierra. Orquestados principalmente por Rusia y Estados Unidos, estos eventos diseminaron material radioactivo que, además de generar zonas inhabitables y perturbar la fauna, establecieron conexiones imprevistas con el nitrógeno. Así se crearon nuevos isótopos, siendo el carbono-14 el más famosos de todo.
El viaje de estos rastros atómicos inició en las aguas y rápidamente pasó a la vegetación. El carbono-14 se arraigó profundamente en la cadena alimentaria e ingresó a nuestro organismo. La huella atómica está presente en las células de la mayoría de los seres vivos. Aunque, en una fascinante jugada del destino, su presencia no resultó perjudicial. De hecho, supuso beneficios insospechados que solo se revelarían décadas más tarde.
El “bomb spike” no solo sirve como una ventana para analizar el nacimiento o muerte de un individuo. También revela los secretos guardados en las profundidades de nuestras células y neuronas. Su influencia se extiende incluso por ámbitos inesperados, como la datación del vino.
La utilidad de la datación por carbono.
Aunque la datación por carbono se encuentra limitada generalmente a muestras con una antigüedad superior a tres siglos. Debe considerarse el efecto Suess, una reducción en la precisión causada por la liberación de dióxido de carbono en la atmósfera desde la Revolución Industrial. No obstante, desde la década de 1950 la disminución gradual de carbono-14 en el entorno permite a los científicos evaluar las proporciones de este isótopo en sustancias orgánicas involucradas en el ciclo del carbono. Pudiendo predecir su formación con un mínimo margen de error.
Estos rastros atómicos se acumulan en nuestros cuerpos. Por ejemplo, aquellos nacidos en la década de 1950 ya albergan una mayor cantidad de carbono-14 en sus tejidos en comparación con alguien que nació en 1990. Hasta hace muy poco comenzamos a regresar a los niveles preatómicos.
El bomb spike no solo despierta la fascinación de los científicos y expertos en datación. También encuentra aplicaciones inesperadas en campos como la medicina forense, determinando la cantidad de tiempo transcurrida desde la muerte de la víctima. O la comprensión de enfermedades cerebrales, permitiendo datar la edad relativa de nuestras células y neuronas. El carbono-14 es un testimonio tangible de la coexistencia de la humanidad con su propio impacto en la Tierra.
Bomb spike como marca del inicio del Antropoceno.
Más recientemente, el carbono-14 impulsó hallazgos sorprendentes, contribuyendo a que se reconozca oficialmente el inicio del Antropoceno. El período geológico más reciente en la historia de nuestro planeta, caracterizado por la actividad humana y su impacto en el planeta. No sería sino hasta el año 2016 cuando el Anthropocene Working Group arrojó su luz sobre la década de los 50 como punto de partida. Señalando el inicio de un impacto humano profundo en el planeta.
Esta elección, no exenta de controversia, reverberó en los círculos científicos y más allá. Sin embargo, el grupo tenía razones sólidas que respaldaban su posición. La afirmación central del grupo gira en torno a la mitad del siglo XX, que emerge como un hito ilustre y distinguible en las capas geológicas. En este período, la humanidad dejó una marca indeleble en el tejido mismo de la naturaleza, una presencia que resonaría a nivel mundial.
La Gran Aceleración.
Este lapso también coincide, de acuerdo a los argumentos defendidos por el grupo, con la época de la “Gran Aceleración”. Durante este período, nuestro impacto en el planeta adquirió un nuevo impulso, promovido por incrementos exponenciales en las emisiones de gases de efecto invernadero. Así como por la explotación sin restricciones de los recursos acuáticos y terrestres, la creciente acidez de los océanos, la sobreexplotación pesquera y la alarmante pérdida de los bosques tropicales.
Los expertos proyectan que la huella del bomb spike persistirá durante muchas décadas más. Colin Waters, un respetado geólogo de la Universidad de Leicester y líder del grupo de trabajo que ha evaluado con meticulosidad una docena de posibles puntos iniciales del Antropoceno, nos advierte que “la señal radiocarbónica se mantendrá discernible durante un estimado de 60,000 años”.
Desde una gruta en Italia, donde el eco de la explosión y otros marcadores yacen incrustados en las estalactitas, hasta una excavación arqueológica en Viena o un arrecife de coral en la costa noreste de Australia, el mes pasado finalmente surgió el candidato que mejor se ajusta a la verdad: el Lago Crawford, en Ontario, Canadá. Se trata de un núcleo de sedimentos del lago que contiene carbono-14, un indicador de plutonio y otras marcas dejadas por la actividad humana. Una pieza que estará resguardada en un museo de la capital canadiense.