Una compra inteligente – Creepypasta

Seguramente has escuchado de este producto, al principio se utilizaba para tranquilizar a los autistas y personas que padecen insomnio y ansiedad. Sin embargo, los últimos años se ha popularizado como un artículo más el hogar, y por buenas razones. Las mantas ponderadas son cómodas y reconfortantes. Podemos llegar a pagar mucho por algo de comodidad. ¿Te has dado cuenta que los solteros gastan auténticas fortunas para conseguir algo de confort? Es como si tuvieran una necesidad constante de recibir consuelo.

sabana de una cama

Hasta hace poco, mi vida no era particularmente incómoda. Había conseguido salir del hoyo tras la desaparición de mi esposa e hijos hace dos años. Rematé nuestra pequeña casa en los suburbios, alquilé un apartamento económico cerca de mi trabajo, asistí religiosamente a la terapia que me recomendó la policía y los trabajadores sociales y retomé mis actividades laborales. Pero, a pesar de todos los medicamentos que tomaba no lograba dormir más que un par de horas por noche, aunque podía sobrellevarlo. Lo peor había pasado. La pena y conmoción no pueden durar tanto.

De cualquier forma, decidí comprar una. La ordené de Amazon en tamaño queen, como toda la ropa de cama, a pesar de que mi esposa ya no dormía a mi lado.

Llegó a la puerta de mi casa exageradamente tarde, a pesar de la membresía y el envío al día siguiente que promocionan. Al menos llegó. Tampoco levanté una queja por el pésimo estado en que se encontraba tras ese largo viaje. No venía empacada en la típica caja de cartón de la empresa, era un bulto deforme que habían arrojado a mitad de camino frente a la puerta del apartamento. La envolvieron torpemente en papel marrón y ataron con una cuerda. Parecía que la patearon por todo el trayecto.

“Es algo pintoresco… rústico”, dije (a nadie en particular) mientras la arrastraba a mi apartamento. “Parece un obsequio de la abuela, como los que hacía en el rancho”.

Sin embargo, ni siquiera aquella conversación conmigo mismo lograba convencerme. Aquella cosa parecía una bomba, o un artículo de utilería extraído directamente del set de una película de acción. El paquete se encontraba golpeado, manchado y la cuerda de yute con que lo ataron estaba deshilachada y casi se caía a pedazos. En algunas partes se observaban zonas chamuscadas. Pasaron tres horas, varios vasos de whisky y una gran cena de microondas antes que pudiera reunir el valor (o depresión suicida) suficiente para abrir aquella cosa.

Doblaron la manta dentro de una caja de cartón, asegurada por un trozo de la misma cuerda con que enrollaron el papel. El empaque no me impresionó demasiado, pero la manta se veía en buen estado: una prenda de microfibra azul acolchada y lujosa con costuras gruesas. Sentí que tenía el peso indicado. Como esas mantas nuevas que tienen un ligero olor químico, esta olía “normal”.

Averiguando si debía lavarla antes fui directamente a la etiqueta, pero la tinta estaba manchada y borrosa. Encontré arriesgado arrojarla a la lavadora sin conocer la configuración correcta para usar, así que la tiré sobre el edredón y continué con mis asuntos.

Alrededor de la medianoche decidí probarla. Ya no había nada que perder: invertí miles de pesos en aquella cama durante los últimos meses. Un colchón de espuma viscoelástica con sistema de enfriamiento de última generación y calidad inigualable, las sábanas de algodón egipcio de mil hilos, almohadas personalizadas y nada me había proporcionado una buena noche de sueño. Sinceramente, esa noche esperaba los mismos resultados, aunque fue algo divertido fingir que no era así.

Me metí entre las sábanas frías y puse las mantas sobre mí. Encontré la manta nueva un poco grumosa, aunque en las reseñas indicaban que era así debido al envío, y se suavizaría con el tiempo. El peso se hizo notorio al instante y, para mi sorpresa, me sentí… consolado.

durmiendo en una cama

Al cerrar los ojos imaginé que mis dos hijos se habían metido en la cama y descansaban sobre mi pecho aguantando la risa para no despertarme. Una sección peculiarmente doblada de la manta sobre mi espalda se convirtió en el familiar bulto de mi esposa a mi lado y, cuando abrí los ojos nuevamente, el reloj marcaba las 10 de la mañana y ya era tarde para ir al trabajo.

Jamás me sentí tan emocionado de recibir un informe.

Sin embargo, ese extraño olor químico no se desvaneció y, paulatinamente, se hizo más notable. Cuando terminó la semana percibí (o imaginé que lo hacía) aquel extraño olor en mi piel, incluso después de bañarme. Al final del mes, me resultaba insoportable.

Lo llevé a la tintorería, creyendo que el olor era producto de mí pereza por mí renovada relación con el sueño. Iba preparado para que aquella anciana coreana detrás del mostrador me juzgara por la peste. Había pensado en un montón de excusas: exceso de trabajo o que la había olvidado dentro del automóvil todo el fin de semana con un montón de comida india, lo que había intensificado el olor.

Pero ni siquiera pude poner pretextos. La mujer agitó un detector de metales de mano sobre la manta y dijo: “Relleno no aceptable. No puedo limpiarlo. Prueba rociándolo con Febreeze, lo venden en Amazon”.

Ni siquiera pude imaginar porqué el relleno de la manta no era aceptable, y se lo dije. Por supuesto que se había complicado por el envío, pero en Amazon especificaban que el relleno era polipropileno y en todas las reseñas recomendaban lavarla en seco.

“Metal”, dijo la anciana y luego me echó del establecimiento con 10 kilos de manta apestosa.

Pasó otro mes de un sueño cómodo y hermoso antes de que fuera imposible vivir con el olor. Mis colegas en el trabajo habían empezado a comentarlo. Megan, la gerente, me sugirió con cierto tacto que revisara mi lavadora para ver si había una rata muerta dentro. Esa fue la gota que derramó el vaso.

Regresé a casa decidido a deshacerme de la manta y comprar una nueva. Pero, ¿sabes lo que pasa cuando todo tu mundo se derrumba, y no hay nadie que te proporcioné respuestas? Empiezas a aferrarte a las cosas. Te vuelves acaparador. No quieres perder esa comodidad que te proporcionan.

Acudí a seis tintorerías distintas hasta que encontré una en la que hablaban buen español, y finalmente me lo explicaron.

tintoreria

“Rellenan estas cosas con cuentas de cristal”, dijo el encargado. “Las fábricas donde se hacen esas cuentas ocasionalmente pierden algún tornillo o limaduras de metal en el lote, y todo permanece en la manta. Las máquinas de en las fábricas, ¿si me entiendes? Entonces, lo que puedes hacer es cortar un poco la costura y sacar las cuentas en un balde o dentro de la bañera. Llevas la manta a la lavadora, la cuelgas y una vez seca simplemente la vuelves a rellenar y coser”.

Le dije que no sabía coser.

“Puedes conseguir un embudo en Amazon por unos cuantos pesos”, dijo encogiéndose de hombros de una forma particularmente apática antes de regresar a un montón de calzones manchados.

Hice exactamente lo que recomendó. Demoraron una semana en enviarlo, algo muy estresante, pero coincidió con que el lunes era un día feriado, así que aproveché.

Equipado con el embudo y un balde, tomé una esquina de la manta sobre la cama e hice un pequeño agujero en la costura. La expectativa era que las cuentas se derramaran en un flujo ruidoso tan pronto como dejara caer la esquina sobre el balde. Sin embargo, se escuchó un solo golpe fuerte cuando un bulto metálico impactó contra el plástico.

Eché un vistazo y encontré un círculo dorado. Era un anillo de bodas con una huella dactilar grabada, así como una inscripción en el interior que no pude leer por un trozo de carne y hueso que la tapaba, aunque sabía lo que decía: “con amor hasta la gloria eterna”. La huella dactilar grabada era mía.

hojas y personas

Mi mente se fue al abismo y perdí el control de mis piernas, por lo que tuve que sentarme pesadamente en el borde de mi cama. El movimiento desplazó la manta unos centímetros más, dejando escapar más relleno. Más que un flujo continuo, fue una especie de… tirón, como si la manta vomitara trozos de carne y hueso secos. Como un barro que se aprieta, la manta expulsaba cosas horriblemente reconocibles que se precipitaban al balde. Los dientes de mi hijo mayor resonaron intensamente contra los costados, observé aquellos destellos plateados de las amalgamas en las cavidades que había provocado la enfermedad que heredó de su madre.

Encontré un trozo de curita de Hello Kitty prácticamente blanqueado envolviendo un pequeño nudillo. Recordé que mi hija se había hecho un raspón mientras tocaba ruidosamente la puerta astillada en la habitación de su hermano, y lo maravilloso que fue verla sonreír entre lágrimas cuando observó ese curita especial que papá le puso en la herida.

Durante los últimos dos meses dormí bajo el peso de los trozos momificados de mi esposa y mis hijos. Aunque lo intentaron, la policía no logró rastrear el paquete. Las cámaras de seguridad en el complejo de apartamentos mostraron una camioneta marrón sin placas arrojando el paquete directamente desde la ventana hasta la entrada de mi casa. No había nada que rastrear.

Los abogados de la empresa donde adquirí el producto proporcionaron evidencia donde se probaba que habían empacado y enviado la manta correcta (debidamente empacada y etiquetada). Para ser justos, debo aclarar que me ofrecieron un reembolso inmediato en crédito de la tienda.

amazon malvado

Pero jamás volveré a comprar allí. Me deshice del Echo, fue lo primero que tiré a la basura, también de toda la ropa de cama y cancelé la membresía. Por si las dudas, tiré mi teléfono y reloj inteligentes. Esta compañía y la tecnología inteligente son muy convenientes y es algo genial, pero no vale la pena el riesgo si pueden suceder cosas como ésta.

Es la única explicación posible. Después de todo, ¿cómo dieron con el paradero de los cuerpos?

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3 comentarios en «Una compra inteligente – Creepypasta»

  1. ¿Es mi imaginación o él fue quien mató a su familia? Por que la pregunta final es como que da a entender que es el único que sabe donde están los cuerpos y no entiende como es que alguien más los encontró

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