Recuerdo como si hubiera sido ayer este juego que papá me enseñó a jugar. Sólo había que meterse en el armario, cerrar las puertas y asegurarse de que estaba completamente oscuro. Cerrar los ojos y pensar en una realidad diferente, un mundo opuesto al que vivíamos, un lugar donde no existía la pobreza, enfermedades o peleas. Esencialmente, contrario al nuestro.
Siempre que llegaba la hora de cenar y no había comida en la mesa, papá nos llevaba a jugar este juego. Y cuando empezaba a discutir con mamá, me pedía que fuera con mi hermano pequeño a jugar al armario. Hace mucho tiempo de esto, pero todavía recuerdo que el nombre del juego era «Un lugar feliz».
Crecí y me casé con una mujer un poco más joven que yo. Aunque tuvimos altibajos, la relación siempre fue estable. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo la rutina empezó a incomodar y todo se volvió una pesadilla. Aquella relación se convirtió en una completa desgracia. Hace mucho que no compartimos la misma cama, y lo único que nos mantiene unidos es nuestro hijo de ocho años, Jesús.
Hace tiempo nos invitaron a una fiesta en casa de los vecinos y bebimos en exceso. Después de mucho tiempo y gracias al efecto del alcohol volvimos a tener relaciones. Varias semanas después, me dijo que estaba embarazada. La noticia me tomó por sorpresa, sobre todo porque ella no deseaba otro hijo.
Tras una serie de exámenes, los médicos nos informaron que nuestro hijo podría nacer con algunos padecimientos congénitos. Apenas nació, resultó evidente que no duraría mucho. De hecho, los médicos consideraron que su nacimiento fue un milagro. Y es a partir de ese momento que las cosas empezaron a ponerse extrañas.
Tras conocer la condición del bebé de boca de los médicos, me encontraba en la fase de aceptación. Sin embargo, mi esposa no parecía triste y tenía una sonrisa constante en el rostro. Algo en aquel pequeño la hacía inmensamente feliz, como si hubiera renovado sus ganas de vivir.
Además de todos los problemas de salud, el bebé sólo aceptaba cierta clase de alimentos y en muy poca cantidad. Jesús, mi primogénito, estaba fascinado con la llegada de su hermano. Parecerá que estoy despreciando a mi segundo hijo, pero no es más que una observación sobre aquella etapa de nuestras vidas.
Una de las pocas cosas que me molestaba sobre el bebé era el hecho de que no dormía. Se pasaba la noche entera llorando, solicitando atención y mi esposa se mantenía a su lado todo el tiempo. Aquella mujer pasaba la madrugada entera cargando en brazos al fruto de nuestra extraña relación, paseando por toda la casa para contentarlo.
Evidentemente, el pequeño Jesús no soportaba ver tanto sufrimiento. Y tuve que arreglármelas para que mi hijo mayor se sintiera un poco mejor: le enseñé a jugar «Un lugar feliz». Lo metí al armario, me senté a su lado, cerré la puerta y le dije que cerrara los ojos y pensara en un sitio distinto a nuestra casa, un lugar feliz.
Le expliqué que debía imaginar un mundo donde su hermano gozara de buena salud y su madre fuera completamente feliz a mi lado. Nos quedamos algunos minutos en aquella oscuridad, escuchando nada más que nuestra respiración. Al abrir la puerta, observé a mi pequeño sonreír.
Parecía que todo mejoraba, pero estaba equivocado. Los gritos de mi esposa llamándome me sorprendieron en medio de la noche. Corrí hasta ella y encontré a nuestro hijo inmóvil, pálido y sin respiración. Rápidamente fuimos al hospital y minutos después de ingresarlo nos comunicaron que, tras mucho sufrimiento, finalmente perdió la batalla. Estaba muerto.
Mi mujer se volvió un mar de lágrimas y yo intenté mostrar tristeza, pues era lo que se esperaba de un padre en esa situación. Evitamos darle la noticia a nuestro hijo mayor. Sólo se enteró de la muerte del bebé durante el sepelio. Jesús se puso triste y pasó mucho tiempo antes que lo aceptara.
La situación en la casa empeoró como nunca antes. Mi esposa se pasaba el día entero lamentando la pérdida y buscando cualquier excusa para iniciar una pelea. Apenas y daba atención a nuestro hijo, como si nunca hubiera existido. No dejaba de pensar en el bebé, pese a que lo vio sufrir durante esos meses en que estuvo vivo. Negó todas esas cosas y pasó a odiarme con todas sus fuerzas.
Aquella noche no pude conciliar el sueño, la última pelea resultó muy intensa y necesitaba relajarme. Recordé Un lugar feliz. Mientras mi hijo dormía, me escabullí en su habitación y entré al armario. Cerré los ojos e imaginé una realidad opuesta. Una vida donde toda mi familia era feliz. Me quedé un buen tiempo allí y terminé en un sopor.
Desperté y salí del armario. Entonces, noté algo distinto: la casa estaba completamente extraña. La ropa que vestía se había intercambiado, mi camiseta se volvió roja y el short blanco. El pomo de la puerta estaba en el lugar contrario. Empecé a caminar por la casa y encontré a mi hijo de espaldas en el corredor. Al poner mi mano en su hombro para decirle que fuera a dormir… encontré que aquello no era mi hijo.
Se trataba de un ser horrible con el rostro desfigurado. Gritando y con miedo caí en medio del pasillo. Después apareció mi esposa, una mujer diferente que no dejaba de sonreír. No sabía lo que pasaba. Regresé a la habitación de mi hijo y aseguré la puerta. Era evidente que algo no andaba bien y parecía estar relacionado con Un lugar feliz.
Entonces, volví a encerrarme en el armario y deseé que todo fuera un sueño. Al abrir la puerta, mi hijo seguía dormido y todo parecía normal. Era como despertar de una pesadilla. Después de eso, nunca más consideré jugar Un lugar feliz y le dije a mi hijo que no volviera a meterse al armario.
Recuerdo llegar a casa, entrar en mi habitación y llamar a mi hijo. Jesús no respondía. Fui hasta su habitación y lo vi salir del armario junto a mi esposa. Ella y Jesús parecían muy felices pues no dejaban de sonreír. Me quedé perplejo. Sabía lo que pasaba, y aparentemente el extraño juego de mi padre también funcionó con ella. La situación en casa parecía mejorar, hasta que… mi esposa se volvió paranoica. No dejaba de decir que estábamos en el lugar equivocado y debíamos escapar a Un lugar feliz.
Se pasaba el día entero dentro del armario, en la habitación de mi hijo, y muchas veces Jesús la acompañaba. Todo era mi culpa. A veces, incluso lograba escuchar las tenues carcajadas de un bebé. En ese momento deduje que, si llegó al punto de imitar a un niño, mi mujer debía estar completamente desquiciada.
Estábamos en el comedor cuando empezó a repetir lo de siempre, que «estábamos en el lugar equivocado». Estaba tan harto de aquella situación que terminé explotando. Lancé la cuchara con que comía la sopa y mi hijo me observaba con miedo pues era la primera vez que le gritaba de esa forma a su madre. Le dije que debía aceptar la maldita muerte de nuestro hijo. No sé lo que me pasó. Cuando me acercaba a Jesús para pedir disculpas, sentí un fuerte golpe en la cabeza.
Mientras me ataba de brazos y piernas mi esposa no dejaba de decir que todo mejoraría. Jesús estaba inconsciente y con una herida en la cabeza. Aquella mujer parecía una demente. Un olor a combustible saturaba el aire de la casa. Empezó a decir que pondría fin a esta realidad equivocada en la que estábamos viviendo.
Arrastró el cuerpo de mi hijo al interior del armario y después siguió conmigo. Intenté pelear, pero todo fue en vano. El olor a gasolina fue empeorando hasta que ella ingresó a la habitación con una garrafa llena de combustible. Entonces, procedió a bañar a nuestro hijo y a mí. Ni siquiera podía pedir auxilio pues me había amordazado. Ella también se bañó en gasolina y dijo que todo estaría bien.
Cerró la puerta del armario y el olor del combustible era exagerado hasta el punto de embriagarme. Sentada junto a nosotros, mi esposa encendió un fósforo. Lo último que recuerdo es una fuerte explosión. Desperté un poco aturdido y gritando pues aún percibía el olor de la gasolina. Escuché a mi esposa hablando en la cocina, a Jesús riendo y algo extraño… la risa de un bebé.
Al llegar a la cocina vi a mi mujer con la piel ennegrecida, los ojos grises y el rostro deforme. Mi hijo, que tenía una apariencia similar, cargaba a un bebé en brazos. Se trataba del bebé que había muerto. Intenté correr, pero al poner la mano en el pomo de la puerta, este se encontraba en el lugar equivocado…
Gracias.
Típica familia latinoamericana