Triste Navidad, ¿porqué la gente se deprime?

Al ritmo de villancicos y canciones navideñas, cada año emerge un festival lleno de buenos deseos. Kilómetros y kilómetros de luces intermitentes envuelven a los árboles y monumentos públicos. Decenas de grupos sociales se unen para celebrar: festividades escolares, reunión de fin de año en el trabajo, las reuniones familiares, etc.

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Se trata de la Navidad, la época favorita de muchos niños – sobre todo de aquellos que reciben regalos -, e invariablemente de cualquier marca o negocio (recordemos que también es una época de inmenso derroche económico).

Con un peculiar origen pagano, la Navidad era el pretexto perfecto para fiestas orgiásticas entre los romanos, los Saturnales, mientras que los cristianos, como es bien conocido, asociaron este día festivo con el nacimiento de Jesucristo. Eventualmente, tal vez de la mano de Hollywood y de la gigantesca maquinaria mediática estadounidense, esta festividad se fue convirtiendo en una especie de embajador cultural de Occidente, y, finalmente en un pretexto infalible para practicar el “consumo irracional”.

Una de las características más interesantes de la Navidad, es que precisamente en estas fechas surge una «depresión» en una parte del ánimo colectivo. Resulta interesante cómo una celebración cuyos antecedentes son, desde casi cualquier ángulo, positivos, termine detonando en miles de personas sentimientos que rondan la tristeza, la melancolía o, en el mejor de los casos, la nostalgia. Por ejemplo, según el Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos, durante la temporada navideña se registra un aumento considerable en el número de intentos de suicidio, depresión y ansiedad.

Además de las condiciones meteorológicas que acompañan a la Navidad (nos referimos al hemisferio norte), para intentar explicar este fenómeno, aparentemente multifactorial, tendríamos que darle seguimiento a un par de razones hipotéticas que podrían explicar por qué hoy la Navidad se debate entre una cena abundante, un montón de regalos y una caja de Prozac.

 

Era poco espiritual.

Por un lado, parece necesario hablar de la frivolización de una temporada originalmente dedicada, para muchas personas, al desarrollo espiritual, que por distintos motivos terminó traduciéndose en un circo, con dinámicas sociales francamente teatrales, muchas luces, amabilidad casi obligada y sonrisas desproporcionadas. Todo esto tiene mucho que ver con tendencia cultural por desacralizar la realidad, algo necesario, pero que acaba, de alguna manera, confundiendo la mediocridad con el sentido común.

 

El consumo.

Conforme el mercado se fue apropiando de la Navidad, para muchas personas esta temporada se convirtió en un motivo más de preocupación financiera y presión social. Si durante todo el año «vales por lo que tienes», entonces la temporada de navideña sería una especie de Copa Mundial del Consumo en el que los reflectores se fijan más que nunca en el tamaño de los presentes que se dan o se reciben. Esto ocurre en mayor o menor medida en un buen número de contextos sociales, y genera una dinámica que comprensiblemente tiene poco que ver con la felicidad.

 

Expectativas.

En buena medida asociadas con los estereotipos de popularidad, cortesía de Hollywood y otros, nos han enseñado que la felicidad tiene que ver con momentos épicos de la alegría y paisajes inolvidables casi perfectos. Esto significa que terminamos por generar en nuestra mente algunas expectativas poco realistas acerca de cómo deben ser esos momentos especiales.

Uno de los sucesos alrededor del cual se producen más estereotipos de alegría colectiva es precisamente la Navidad. En este sentido, y por mucho que nuestras mentes guarden contundentes referencias y aspiraciones, difícilmente llegaremos a vivir esos momentos de felicidad pre-producidos. Luego, cuando nos damos cuenta de que somos incapaces de reproducir esa escena envidiable de felicidad y disfrute compartido, si no llegamos a percibir nuestra propia celebración como un rotundo fracaso, por lo menos, sentiremos un enorme vacío en el estado de ánimo.

 

¿Y luego? Sinceramente espero que este texto no termine haciendo las veces de un “entrenador” emocional, pero cada vez más gente se presiona y se queja en Navidad, al punto de llegar a un estado de “no sé qué hacer”. Lo mejor sería relajarse y tomar esto como una fecha más. De cualquier forma, sería bueno desechar la inercia del consumo masivo. Probablemente la felicidad dependa más de la experiencia que de las pertenencias, por lo que se debe buscar una manera de materializar afecto y gratitud, sin la necesidad de utilizar una tarjeta de crédito.