Existe un restaurante, y no se trata propiamente de un lugar, un establecimiento sí, sino de un concepto. Nunca es tan grande como para provocar agonía ni tan pequeño como para que dé claustrofobia. Las mesas y el escenario están dotados de una decoración extremadamente refinada, y por mucho que sea de tu preferencia asistir a los bares, te va a gustar el ambiente.
Desgraciadamente no tienen una dirección fija, pero algunos dicen que se encuentra en la melancolía, en los recuerdos más frágiles, e incluso en aquel rincón destrozado de tu mente. No hacen entregas a domicilio y tampoco reservaciones, pero siempre que lo encuentres, tendrás el mejor lugar del restaurante especialmente para ti. No se entra acompañado, el ingreso es exclusivamente a solas. Es un requisito para mantener el buen trato y la alta calidad. El servicio es sin igual y la comida, bueno, la comida…
¿Cómo encontrarlo?
Unos dicen que la manera más fácil es entregarse a la soledad, convertirse en el mejor amigo de uno mismo y de la masa ennegrecida que crecerá dentro de ti durante esos largos periodos de aislamiento. También se dice que comiendo sólo pan sin sal y bebiendo agua, absteniéndose de los sabores durante un largo tiempo. No existe plazo establecido, pero sabes que tarde o temprano sentirás ese impulso por salir, e incluso, pasando esos días preso en casa y comiendo sólo lo básico para sobrevivir, te sentirás enteramente dispuesto a ir hasta allá y, naturalmente, saber dónde está.
Antes de salir de casa debes vestir la ropa adecuada para una situación de este calibre, aféitate o maquíllate y después siéntate en el sofá, silla, cama o donde tú prefieras. Al primer parpadeo estarás caminando por unas calles que te son familiares, pero no recordarás como llegaste hasta allí.
Tras una larga caminata la luz tenue de un poste frente al restaurante se insinuará y tendrás que seguirla.
La fachada es amplia y la construcción es de un solo piso, grande y lujosa. Al llegar a la entrada el guardia hará una reverencia, sin mirarte a los ojos, y abrirá el camino. El recepcionista tiene un bigote muy fino y una sonrisa contagiosa, es extremadamente delgado, tiene el cabello empapado de gel y sus cejas son extremadamente gruesas y negras. Entonces tomará su carta, sacará un pedazo de papel en blanco y te mostrará el camino.
El lugar aparentemente está vacío, a lo lejos, como a kilómetros de distancia puedes ver a otras personas sentadas, en grupo, comiendo, riendo, divirtiéndose, pero antes que te venga a la mente levantarte para cambiar de mesa o echar una mirada a la supuesta fiesta, un camarero altísimo pondrá una mano sobre tu hombro y te dirá que sería una falta de educación levantarte en ese momento, toda vez que tu pedido ya está por llegar. Pero aun no pides nada, ¿verdad?, ¿entonces? El camarero tenía la impresión que sí, que ya habías pedido. Largo como un eucalipto y más delgado aún que el recepcionista, el camarero te preguntará si deseas ver el menú o quieres el especial de la casa.
Intrigado decides ver el menú y el camarero se desliza hasta el otro lado de la silla para presentarte un menú abierto. Se asegura de que lo leas y se estremece como si hubiera ingerido demasiada cafeína, tú tienes cierta dificultad para leer, pero lo logras. En el vibrante menú puedes distinguir diversas opciones y las conoces todas, variantes de pan con huevo e incluso langosta o camarones, que comiste alguna vez en un evento refinado al que asististe. La carta no muestra precios. Si pides cualquier detalle, el camarero te informará que no están disponibles y, curvando el cuerpo como una grulla, te informará que el especial de la casa es la mejor opción, el precio es modesto, el sabor incomparable y si no estás dispuesto a probar, puedes retirarte gentilmente y nunca más volver.
Es entonces que tomas la decisión. Puedes levantarte y nunca más volver, o quedarte y probar el especial de la casa, con su modesto precio y el ventajoso costo-beneficio. Si decides irte e intentas volver al lugar repitiendo el proceso, fallarás terriblemente.
Si te quedas tendrás todo el tiempo del mundo con la cara larga del camarero a unos quince centímetros de la tuya, casi doblado para encararte, hasta que tomes la decisión. Entonces, por fin pides el especial de la casa. El camarero se yergue con agilidad y las luces del techo suben y bajan. En un minuto el camarero regresa con una bandeja y la pone sobre la mesa. Antes de levantar la tapa, el camarero pregunta si realmente deseas el especial, y te informa que en la bandeja está el precio a ser pagado, que debes cubrir de forma obligatoria. Te parece bien y a continuación levantas la tapa que revela un platillo simple con una cuchara y un vaso de agua al lado. En el plato puedes ver un montón de aserrín. ¡Aserrín! El camarero te explica que el precio a pagar es saborear el aserrín y beber el agua después del plato principal.
En lo que pareciera ser una provocación del camarero, te preguntará tres veces si estás seguro. Cuando respondes por tercera vez que sí mirando el extraño precio a pagar, él tapa de forma brusca la bandeja, haciendo un estruendo terrible en el lugar y frunciendo el ceño. Evidentemente enfurecido se retira y regresa un minuto más tarde con el plato de entrada.
De regreso y ya con una enrome sonrisa te sirve tu almuerzo favorito. Sea cual sea. Al dar el primer bocado la mesa se trasforma en ese lugar favorito en el que te encanta disfrutar del almuerzo, ya sea otra mesa, un árbol o tu departamento, y el gusto es perfectamente igual y maravilloso, todo lo que pidas, el camarero lo traerá. La parte rara es la siguiente: nunca quedas satisfecho, incluso comiendo kilos y saboreando tu plato favorito. Si le preguntas al camarero te responderá que es debido a que los ingredientes son muy finos y muy ligeros. Entonces, después de saborearte el almuerzo, y después de algunos minutos u horas comiendo, pides el plato principal. El camarero te informa que en seguida lo servirá.
A medida que va trayendo bandejas y más bandejas, la mesa se transforma en tus mejores recuerdos de la comida, los más felices, las situaciones más diversas, y todo tu deseo culinario es cumplido, comes como si no hubiera mañana y nunca te sientes satisfecho, pero todo está bien, el sabor es divinamente exquisito.
Después de todo ese tiempo que te tardaste en la comida, el camarero lleva la cena, siguiendo el mismo patrón de las comidas anteriores, infinita en sabor y cantidad, pero sin llenar tu estómago.
Después, por fin, la cena termina y se te ofrece una ronda final de todo lo que más adoras comer en la vida. Al dar el último bocado antes de aburrirte con la maravillosa comida final, finalmente te sientes satisfecho. El camarero regresa y pregunta si es todo, si no deseas permanecer más tiempo, pueden ser horas, días, semanas, como tú prefieras, siguiendo el mismo patrón. Te pregunta si tienes la seguridad de que estás listo para pagar la cuenta.
Feliz como nunca has estado en la vida, te sientes revigorizado, listo para enfrentar cualquier demonio que aparezca frente a ti después de recibir tan buen trato. Teniendo en cuanta la vida miserable que has llevado a últimas fechas, tú, satisfecho, pagarás la cuenta sin reclamos.
Un plato de aserrín con agua.
Lo comes y es exactamente eso, aserrín y agua, sin sabor, simplemente aserrín seco y agua.
Al terminar el plato te sientes inflado. Lleno como nunca antes.
El camarero te agradece la visita y cuando te sientes preparado te levantas y caminas hasta la salida. El recepcionista agradece y ahora te das cuenta de que él y el camarero parecen hermanos.
Cuando miras hacia atrás intentas ver el restaurante por última vez, pero ya no está. Simplemente se evaporó. Entonces, sin cuestionarte todas estas rarezas de la noche, te volteas y cuando parpadeas lo siguiente que sabes es que estás en tu cama, mirando hacia el techo y entonces duermes.
Al día siguiente te despiertas para seguir con tu rutina diaria y después de lavarte los dientes lo primero que haces es ir por el almuerzo, comes cereal, sea cual sea, y lo que menos esperas sucede. Un miedo terrible se va apoderando de ti. El sabor es exactamente el último que probaste: aserrín. Incluso el agua, cada uno de los sabores se ha convertido en el sabor del aserrín.
Vas de bar en bar, de restaurante en restaurante, comiendo como loco, sin hambre, pero nunca satisfecho y sintiendo el terrible sabor del aserrín en cada mordida a cada platillo diferente.
Durante días te sumes en la desesperación, sin hambre, con las ganas de comer para sentir el sabor y saciarte, con el gusto del aserrín en todo. La sal no ayuda, ni la salsa, esto también tiene un sabor terrible. Absolutamente todo.
Entonces te rindes, no ves una salida para tu situación.
Algunos terminan con sus vidas en días, otros pasan su vida entera intentando regresar al restaurante repitiendo el proceso de pan y agua o aislándose pero lo único que obtienen es desesperación. No hay vuelta.
Probaste la mejor comida de tu vida, todo cuanto quisiste y el tiempo que deseaste. Se te advirtió del precio y pagaste consiente y satisfecho.
Si recuerdas aquella noche te arrastras hasta la ropa que usaste para lavarla y en uno de los bolsos encuentras aquel papel en blanco que el recepcionista arrancó. Al voltearlo, un mensaje muy sencillo en letras negras y cordiales te informa:
“Satisfacción garantizada, no hacemos devoluciones”.
Por fin otra cosa que leer, meses sin subir un creepypasta aqui o un asesino serial!! chingao.
el aserrin debe ser como cualquier cereal de fibra
y si decido quedarme eternamente en el restaurante?? , segun yo seria posible ya que nunca te sientes satisfecho y puedes estar el tiempo que desees……….
buena la creepy…