La tradición de intercambiar obsequios en temporada navideña simboliza mucho más que simplemente el acto de dar y recibir. Refleja una complejidad cultural y psicológica que viene intrigando a los estudiosos durante siglos. Este ritual, que podemos encontrar en todas las culturas y sociedades, resultó particularmente fascinante para Chip Colwell. Un profesor de Antropología cuyas investigaciones se sumergen en la relación de la humanidad con las herramientas y tecnologías a lo largo de tres millones de años.
Desde la psicología, pasando por la teología, hasta llegar a la filosofía, cada disciplina aporta una visión única de este fenómeno. Los psicólogos destacan el placer puro que observan en el acto de obsequiar, un destello de felicidad genuina tanto en el rostro del dador como del receptor. Teólogos de diversas creencias ven el intercambio de regalos como un reflejo de valores morales fundamentales. Hablamos de amor, caridad, gratitud, todos ellos manifestados en la acción de dar un presente.
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Incluso los filósofos, desde Séneca hasta Nietzsche, han considerado que el acto de dar demuestra un altruismo supremo, y va más allá de las obligaciones económicas y sociales. No es sorprendente que los regalos sean una parte central de Hanukkah, Navidad, Kwanzaa y otros días festivos de fin de año. Y que algunas personas incluso consideren el Black Friday, el día de ofertas durante la temporada de compras de fin de año, como una festividad por sí misma.
Dar, recibir y devolver.
En la década de los años veinte del siglo pasado, Marcel Mauss, un antropólogo francés, proporcionó una explicación convincente sobre esta práctica universal mediante su ensayo «The Gift«. A través de su obra, Mauss nos lleva a un viaje antropológico, detallando el comportamiento de sociedades donde el acto de regalar alcanza proporciones ostentosas.
Como en los potlatch de los pueblos indígenas en la costa noroeste de América del Norte. Estas ceremonias no sólo demostraban la generosidad y estatus de un anfitrión mediante la distribución de bienes copiosos, sino que también realzaban la honorable red de reciprocidad que mantenía unidas a estas sociedades. Así sucedió en 1921, cuando un prominente líder de la comunidad Kwakwaka’wakw, en Canadá, donó a su pueblo 400 bolsas de harina, mantas, máquinas de coser, muebles, embarcaciones a motor y hasta mesas de billar.
Un regalo inaugura un ciclo de dar, recibir y, finalmente, devolver. Este ciclo crea una red de obligaciones y expectativas que refuerzan los lazos sociales y perpetúan las interacciones humanas. No solo se limita a la transferencia de un objeto, sino que se suma una dimensión moral, ya que cada obsequio recibido debe corresponder con otro de igual o incluso mayor valor. Así, se construye un puente entre individuos, reflejando respeto mutuo y manteniendo una conexión en continua construcción.
La intromisión del consumismo.
Sin embargo, en la era moderna, nos encontramos ante una encrucijada. Por un lado, la tradición de dar sostiene nuestras conexiones humanas, pero por otro, parecería que algunos aspectos de la sociedad moderna utilizan esta época del año como una excusa para consumir en exceso. Las estadísticas de gastos navideños revelan números astronómicos, con pronósticos que indican que ascenderán a un promedio de 975 dólares por comprador en Estados Unidos durante el 2023.
Este aumento en el consumo tiene un lado oscuro: una gran cantidad de regalos terminan descartados. Con estimaciones de miles de millones de dólares en obsequios no deseados, de los cuales un porcentaje alarmante va a parar a los basureros. Estos datos reflejan que, a pesar de los buenos deseos, la abundancia de bienes a menudo supera las intenciones afectuosas que deberían caracterizar al acto de obsequiar.
En los regalos, es mejor calidad que cantidad.
En este contexto, la teoría de Mauss nos incita a reconsiderar nuestras prácticas de obsequios. Sugiere que los presentes con mayor significado o personalización no solo transmiten un mayor respeto y honor, sino que también tienen menos probabilidad de ser desechados. Obsequios vintage, reciclados, artesanales o incluso experiencias personalizadas como un tour gastronómico o un vuelo en globo aerostático pueden tener un valor emocional mucho más profundo que cualquier artículo producido en masa.
Al concentrarnos en la calidad, más que en la cantidad, la tradición del obsequio puede seguir fomentando los lazos humanos de una manera que refleje nuestros valores personales. Incluso, potencialmente, los colectivos hacia un entorno más sostenible. En definitiva, el presente perfecto nada tiene que ver con el dinero.