En la Nueva York de principios del siglo XX, la prostitución se ejercía a plena vista y sin mucho pudor. De hecho, por aquellas épocas la práctica se consideraba una solución para los matrimonios en crisis. Si un hombre tenía ganas de pecar en un burdel, bastaba con hojear un periódico para elegir una que se ajustara a sus necesidades. Se anunciaban como cualquier otro negocio. En el mundo civilizado no había paralelo para la extensión de la prostitución, y los hombres ni siquiera se preocupaban por ocultarlo.
Toda vez que el hombre tenía oportunidad de satisfacer sus deseos sexuales cuando quisiera, por aquel entonces la prostitución era vista como un salvavidas para los matrimonios tradicionales. Por si fuera poco, prostituirse no se consideraba un acto ilegal. En los burdeles solían encontrarse mujeres entre los 13 y 50 años de edad, tanto personas desamparadas que buscaban algo de dinero como amas de casa intentando salir de la monotonía.
La prostitución empezó a ganar notoriedad a partir de la primera mitad del siglo IX. Las calles de Nueva York fueron pobladas por bares, casinos, salones de baile y burdeles, muchos burdeles. Se podían encontrar en zonas céntricas de la ciudad a unos cuantos metros de Broadway, el Carnegie Hall y el Metropolitan Opera House.
The Tenderloinm.
Una de las zonas rojas más célebres fue The Tenderloinm referida por muchos como el “centro de vicio más grande de los Estados Unidos”. Entre 1861 y 1919, sus más de 100 prostíbulos recibieron a leñadores, marineros y (sobre todo) mineros de Alaska cargados de oro. En uno de los censos realizados se contabilizaron más de 500 prostitutas.
Paralelamente, en este lugar florecían otras actividades poco éticas como los robos, la fabricación de bebidas adulteradas y los juegos de azar. En Nueva York no remojaba la brocha el que no quería. La invitación a pecar y delinquir era explicita.
Sin embargo, este lugar de perdición no era bien visto por los protestantes, quienes llegaron a apodarlo “El Circo de Satanás”. Thomas De Witt Talmage, pastor de la Iglesia Reformada de América y la Iglesia Presbiteriana, llegó a comparar Nueva York con la propia Gomorra ante la permisión de tanto sacrilegio y pecado.
Las damas de lujo.
En los anuncios que publicaban los periódicos se promocionaba a las prostitutas como “acompañantes sofisticadas, cultas y agradables”. Muchos de estos burdeles se parecían a las cantinas modernas: los clientes bailaban y se divertían con las prostitutas. También estaban los burdeles extravagantes, generalmente dirigidos por una madame francesa, donde se permitían toda clase de parafilias.
Muchas de las cosas que sucedían en esta clase de tugurio sorprendían a las más profesionales de otros burdeles. El Soubrette Row se hizo de fama como el sitio ideal para cumplir cualquier fantasía y experimentar toda clase de placer indecente.
A medida que avanzaba el siglo XX, los conservadores ejercieron presión y los burdeles se transformaron en lugares ilícitos. Un movimiento impulsado entre 1910 y 1915 por la clase media protestante, criminalizaba las actividades de estos burdeles y la prostitución se volvió ilegal en casi todo el país.
Y, gracias a los religiosos, actualmente la prostitución ahora está satanizada a pesar de que sería una excelente forma de disminuir poco los crímenes sexuales hacia las mujeres, que por cierto, deberían publicar algo acerca de eso (la comprobada disminución de las violaciones en los lugares en los que la prostitución está permitida)