En la región central de Hungría, a unos 90 kilómetros de Budapest y sobre los márgenes del río Tisza se encuentra Nagyrév, que colinda con otra ciudad llamada Tiszakurt. Durante un lapso a comienzos del siglo XX, Nagyrév y Tiszakurt se convirtieron en los escenarios principales de unas extrañas y repentinas muertes, en lo que fue uno de los casos más fascinantes y desconocidos para la criminología. La historia tiene sus inicios en plena Primera Guerra Mundial.
Nagyrév no contaba con hospital, por lo que una partera de la localidad llamada Zsuzsanna Julius Fazekas comenzó a hacerse cargo de las necesidades médicas de los campesinos. Había llegado a esta región desde hacía tres años, pero se había hecho muy conocida por sus servicios de asistencia a aquellas mujeres que pretendían librarse de embarazos no deseados. Su asistente en la práctica del aborto tenía la fama de ser una bruja, su nombre era Susanna Olah, y la llamaba “Tía Susi”.
Poco o nada se sabe de Fazekas previo al año de 1911, época en que repentinamente apareció en Nagyrév. Se presentaba como una mujer viuda de mediana edad. Nadie jamás llegó a saber qué había sucedido realmente con su esposo. Entre 1911 y 1921 fue a prisión en una decena de ocasiones debido a los abortos ilegales, pero los jueces parecían tenerle cierto afecto pues siempre quedaba en libertad.
En 1914, prácticamente todos los hombres disponibles del pueblo se encontraban peleando en la guerra; sin embargo, la falta de hombres no era un problema en el lugar ya que había prisioneros de guerra en algunos campos cerca de allí. Y aparentemente estos prisioneros gozaron de cierta libertad pues comenzaron a involucrarse con las mujeres de Nagyrév. Con los señores de la casa en plena guerra, estas mujeres caían fácilmente en brazos de los prisioneros y muchas tenían hasta tres o más amantes.
Cuando los hombres del lugar regresaron de la guerra, las mujeres quedaron muy insatisfechas. Después de tanto libertinaje se habían acostumbrado a su libertad sexual y estaban dispuestas a luchar por ello. Además, muchos hombres regresaron a casa con las consecuencias producidas por el estrés del combate, que iban desde la violencia hasta el aislamiento. Esta insatisfacción entre las mujeres de Nagyrév rápidamente llegó a Fazekas y su asistente, que tramaron un plan para resolver el problema.
Las mujeres empezaron por comprar papel matamoscas para hervirlo y extraer el arsénico, que a su vez revendían a las insatisfechas mujeres del pueblo. Como dos emprendedoras perspicaces, este par de mujeres reconoció la oportunidad de lucrar con el descontento general femenino en este negocio que básicamente consistía en vender veneno a las esposas, y hubo mucha demanda. De acuerdo con un reportaje elaborado por la BBC en el año 2004, cuando las mujeres de la aldea se quejaban de sus maridos violentos o alcohólicos, Fazekas les lanzaba el comentario: “Si tienes problemas con él, yo tengo una solución sencilla”.
Se estima que unas 50 envenenadoras tuvieron participación criminal. Se hicieron conocidas como “Las creadoras de ángeles de Nagyrév” y, debido a los altos índices de mortalidad en la región, el pueblo llegó a ser conocido en Hungría como el “Distrito del asesinato”. “Creadora de Ángel” fue un apodo que se dio originalmente a Fazekas, este apodo era una forma un poco más discreta de referirse a su profesión: el aborto.
Por más increíble que resulte esta historia, las mujeres simplemente tomaron la elección de deshacerse de sus “inconvenientes” esposos. Y lo peor vino cuando los asesinatos se salieron de control y empezaron a envenenar a otros familiares y hasta a sus propios hijos. De vez en cuando incluso se envenenaban unas a otras. Marie Kardos fue una de estas mujeres que envenenó a su marido, a un amante y a su hijo de 23 años. Poco antes de que el muchacho muriera, ella le solicitó que le cantará. A sabiendas de que su hijo agonizaba gracias a que ella lo había envenenado, Marie se deleitó al escuchar su voz alterada por el arsénico. En medio del canto, el joven se apretó el estómago consumido por el veneno y murió. Dado el testimonio que ofreció tiempo después, se cree que ver a su hijo morir le produjo un placer macabro a Marie. Otra Creadora de ángeles, Maria Varga, les quitó la vida a siete miembros de su familia, y les confesó a sus amigas que el asesinato de su esposo había sido un regalo de Navidad para sí misma.
Un primo de Fazekas era el encargado de firmar los certificados de defunción que se amontonaban, por lo que cuando las autoridades se presentaban alarmados por los altos índices de mortalidad en el lugar, Fazekas presentaba los documentos donde demostraba que todo estaba en orden. Una de las muertes produjo más sospechas de lo normal, la de una mujer que fue envenenada y después arrojada al río Tisza. Fazekas declaró que se había ahogado y como en aquel lugar remoto no había un médico que certificara esta versión, las autoridades creyeron en las palabras de la partera.
Se cree que la primera muerte sucedió en 1914 con Peter Hegedus y según algunos informes la ola de asesinatos solo se detuvo hasta 1929, cuando un estudiante de medicina de otra ciudad descubrió los elevados niveles de arsénico en otro cuerpo arrojado al río Tisza. Esto era todo lo que las autoridades necesitaban: se exhumaron dos cadáveres del cementerio de Nagyrév que confirmaron muerte por envenenamiento con arsénico.
Sin embargo, otras fuentes refieren que los crímenes se detuvieron por qué una mujer llamada Ladislaus Szabó, que trabajaba como enfermera, fue sorprendida mientras colocaba veneno en el vino de un hombre (supuestamente su esposo). A continuación, un paciente de Szabó se quejó de síntomas que coincidían con los de un envenenamiento. A solas y bajo un duro interrogatorio, Ladislaus Szabó implicó a una conocida de nombre Bukenovesky, que había envenenado a su madre enferma y arrojado su cadáver al río Tsiza. Por su parte, Bukenovesky confesó que una partera conocida como Fazekas le había ofrecido el arsénico para asesinar a la anciana.
Fazekas negó todas las acusaciones y se mostró muy arrogante al afirmar que la policía no podía probar nada. Entonces, la policía decidió tenderle una trampa. La dejaron en libertad y discretamente la siguieron, observando la forma en que Fazekas entraba a la casas de sus clientas para advertirles que el juego había llegado a su fin y que acababa de cerrar su fábrica de arsénico. Sin saberlo, estas visitas domiciliarias de Fazekas le ofrecieron a la policía una lista detallada de cada una de las creadoras de ángeles de Nagyrév.
Aquel día la policía se anotó 38 arrestos. En los días posteriores, otras envenenadoras fueron capturadas. El 13 de septiembre de 1929 podía leerse en un párrafo de una noticia publicada por The Associated Press:
“El tribunal del Distrito de Szolnok ordenó hoy la exhumación de los cadáveres de todos los niños que murieron en ese distrito en los últimos años tras las investigaciones de las autoridades de Nagyrév en donde se confirma que 50 adultos y un gran número de niños fueron envenenados con la ayuda de las parteras”.
Al final de las investigaciones un total de 26 mujeres fueron a juicio, ocho de las cuales terminaron condenadas a muerte: Susanna Olah, Marie Kardos, Rosalie Sebestyen, Julius Csaba, Rosa Hoyba, Maria Varga, Julianne Lipke y una mujer llamada Lydia. Siete recibieron prisión perpetua y las demás diversos periodos de detención.
¿Y Zsuzsanna Julius Fazekas? Un informe dice que fue a la horca, pero otros describen la forma en que fue encontrada en su propia casa rodeada de montones de papel matamoscas hervido. Supuestamente se suicidó ingiriendo arsénico. Fazekas vivía en una típica residencia de un solo piso, con una vista desde el balcón que cubría toda la calle. Fue en esta casa que la mujer desarrolló sus habilidades como asesina transformando su humilde residencia en una fábrica de muerte. Una mujer de 94 años llamada Maria Gunya, que en aquella época era una niña, dijo a la BBC que “cuando vio a la policía acercándose, se dio cuenta que todo había terminado”.
Allí quedó la mujer que había orquestado una ola de asesinatos que terminó con la vida de unas 300 personas. Incluso en nuestros días, las consecuencias fatales de sus “servicios médicos” se desconocen. Esto es una muestra de que cuando el crimen se vuelve un hábito, los dilemas morales quedan reducidos a cenizas, abriendo las puertas a una ceguera criminal.
Referencias:
Tiszazug: A Social History of a Murder Epidemic – Documental The Angelmakers 2005, Astrid Bussink.
Increíble como una sola fue la mente maestra de tanta muerte
henry cada dia me sorprenden mas tus posts, ora si me quede con cara de ehhhhh
pero que horrible cuando se pierden todos los valores y el respeto por la vida , matar a un hijo pero ni los animales lo hacen…. se merecian la horca y mucho mas….
errga…cuando lei, el asesinato de su esposo había sido un regalo de Navidad para sí misma…
me dio escalofrio
cosas que wdf………..que terrible habrá sido vivir…allí y ahora muchos se entusiasman con el hecho que esos lares hayan más mujeres que hombres, ya saben los que les va a pasar si van.