Las carreras desafiantes, alocadas y populares siempre han desatado un enorme interés entre los grandes del deporte. Como consecuencia de las extenuantes horas de entrenamiento, casi todos los años se baten nuevas marcas de velocidad y resistencia. A pesar de la modernidad y de la tecnología aplicada al deporte, todas estas nuevas marcas se ven minimizadas al ser comparadas con las que estableció el escandinavo Mensen Ernst, cuyas proezas, registradas hace más de un siglo, dejaron sin palabras a deportistas, médicos y fisiólogos de la época.
Hace más de 100 años, el nombre de Mensen Ernst fue conocido por toda Europa, lo conocían como el escandinavo más veloz de la Tierra. Los turcos y los árabes le asignaron el mote de “el águila del desierto”, y la reina de Baviera lo llamaba “el hombre más corto con las piernas más largas”. El simple hecho de presentarse en una competencia se traducía en apuestas enormes, por todo lo largo y ancho de Europa y Asia. Todo este alboroto, mientras cientos de miles aclamaban sus hazañas sobrehumanas.
Se dice que en 1819, abandonó la aburrida vida de marinero para dedicarse a lo que sería su pasión por el resto de su vida, correr y correr…
En esas épocas, la alta burguesía de Gran Bretaña solía emplear mensajeros que en ocasiones andaban al lado de sus carruajes. Además de llevar los mensajes, estos velocistas solían participar, para el beneplácito de sus patronos, en competiciones ocasionales. La práctica pronto comenzó a ganar popularidad. Cuando apenas tenía 20 años, Mensen corrió los 116 kilómetros de separación entre Londres y Portsmouth en nueve horas, a una increíble velocidad promedio de 13 km/h. Durante las dos décadas que siguieron, el pequeño y fornido marinero dejo azorados a todos lo que vieron y oyeron de sus proezas. Hizo carreras ante grandes multitudes en competencias celebradas en por lo menos setenta ciudades de toda Europa y Asia.
Pero pasaría a la historia como un corredor y aventurero único gracias a tres grandes pruebas que combinaron la distancia, carrera a campo traviesa, obstáculos, maratón de orientación y una extensa clase de pruebas habidas y por haber en la historia del deporte.
Con apuestas de decenas de francos de la época sobre su desempeño, Mensen partió de la Place Vendôme, en París, justo a las cuatro con diez de la mañana de un 11 de junio de 1832. Su meta: recorrer en quince días una distancia de 2,600 kilómetros hasta la ciudad de Moscú, cruzando Francia, Alemania, Polonia y Rusia, en una ruta él mismo trazó. Mensen arribó a la entrada principal de Kremlin a los trece días, dieciocho horas y cincuenta minutos.
Un año después, prometió a los reyes de Baviera que llevaría, en un mes, un mensaje personal a su hijo, el rey Otón, que estaba asentado en la que entonces era la capital real de Grecia, Nauplia. La distancia se estimaba en dos mil kilómetros. A la una con cinco minutos de la tarde del 6 de junio de 1833, emprendió su recorrido desde castillo de Nümphenburg, en las afueras de Munich, y pronto se introdujo en las escarpadas montañas, bosques, senderos y numerosos ríos. En el transcurso del trayecto, fue asaltado por ladrones, tuvo que rodear en buscar de rutas transitables, lo arrestaron dos veces, una de ellas acusado de espionaje y permaneció en prisión varios días. A pesar de todo esto, el 1 de julio del mismo año se hizo presente ante la guardia del castillo real de Nauplia. Había tardado nada menos que 24 días, 20 horas y 43 minutos.
Tres años después vendría una prueba colosal, por 150 libras esterlinas de la época, hizo la promesa de llevar ciertas cartas de importancia de unos comerciantes británicos residentes en Constantinopla a corresponsales ubicados en Calcuta y luego volver a su punto de origen, todo esto en un plazo de dos meses. La distancia aproximada fue de 8,300 kilómetros.
Siendo las cinco de la madrugada del 28 de julio de 1836 inició su recorrido y luego de treinta días con cuatro horas estaba arribado a Calcuta. Según lo convenido, inició el regreso a Constantinopla después de un descanso de cuatro días y llegó el 28 de septiembre.
Correr para Mensen Ernst debía ser tan normal como respirar. Hay informes que indican que con frecuencia solía recorrer más de 150 kilómetros al día, mientras que los mejores maratonistas de la actualidad recorren 42 kilómetros en poco más de dos horas, en promedio a dieciocho o diecinueve kilómetros por hora. A diferencia, Ernst era capaz de sostener una velocidad de ocho a diez kilómetros por hora durante cientos de kilómetros, día tras día, y hasta semana tras semana. Sus años como marinero no fueron en vano, los conocimientos adquiridos le servían para situarse usando como referencia la posición de los astros, sin los cuales nunca hubiera podido encontrar su destino a través de territorios sin caminos.
Los maratónicos viajes a la intemperie terminaron por cobrarle la factura. A los cuarenta años ya parecía bastante envejecido y desgastado. En 1843, se puso en marcha hacia un viaje entre Alejandría y la Ciudad del Cabo, una carrera a lo largo de África. Y más que una simple competición, deseaba que ese recorrido fuera algo más, por lo que prometió al príncipe Puckler-Muskau encontrar la fuente del río Nilo. Sin siquiera llegar más allá de la primera catarata del río: una enfermedad, posiblemente disentería, terminó por detener sus cortas pero ágiles piernas para siempre.
A pesar de todo esto no falta quien ponga en duda la veracidad de tales hazañas. Todo esto debe analizarse con las pruebas que presentaban diversas fuentes de la época, ya que sus hazañas eran constantes en los principales periódicos de toda Europa. Aunque pudo existir la posibilidad de un engaño en sus aventuras, tendría que ser con mucha destreza de su parte y una manada de buenos caballos.
Monumento de piedra situado en Fresbik, Noruega que contiene el siguiente epitafio:
Run Ernst Run!
El forest gum de aquella epoca.
Forrest Gump…