En el marco de la Segunda Guerra Mundial, Liudmila Pavlichenko y su rifle enviaron con San Pedro a 309 soldados del Eje, incluidos 39 francotiradores alemanes. En aquella guerra, donde la mayoría de naciones en conflicto mostraban negativa a enviar mujeres al frente de batalla, la Unión Soviética decidió contratar a varios miles de mujeres como francotiradoras, una de las cuales terminó destacando entre los mejores francotiradores de todos los tiempos: Liudmila Pavlichenko.
Oficialmente, Pavlichenko figura como la francotiradora más prolífica de todos los tiempos, con un record completamente confirmado que no dista mucho de su colega Simo Häyhä, cuyo registro de muertes confirmadas es de 542.
Tiradora prodigiosa.
Cuando Alemania decidió invadir a la Unión Soviética, en junio de 1941, Liudmila Pavlichenko no era más que otra joven ucraniana de 24 años que cursaba la Universidad de Kiev. El patriotismo terminó moviéndole el piso y se presentó en la oficina de reclutamiento de su comunidad. Allí, el encargado le sugirió que se postulara como enfermera o para llevar a cabo trabajo de oficina.
Sin embargo, Liudmila respondió mostrando un diploma de tirador que había ganado en su adolescencia como miembro de OSOAVIAKhIM, una sociedad que entrenaba a civiles jóvenes en tácticas militares y cosas por el estilo en caso de que algún día fueran llamados por su país para “defender a la patria”.
Una vez que vio las credenciales de Liudmila, el reclutador le permitió participar en el servicio como combatiente y al poco tiempo le dieron el rango de soldado raso y la enviaron a la 25ª División de Rifles de Chapayev, del 54º Regimiento de Rifles “Stenka Razin”, en el Ejército Rojo. Gracias a un prodigioso desempeño como tiradora, rápidamente quedó asignada al pelotón de francotiradores de la segunda compañía. Su rifle favorito era el Mosin-Nagant M1891/30, un arma con un alcance efectivo de 548 metros.
Mujer valiente.
Al cabo de dos meses de trabajo, y gracias a la feroz Batalla de Odesa que obligó a los soviéticos a replegarse, Liudmila Pavlichenko ya acumulaba un total de 187 muertes confirmadas, número que terminó en un total de 306 para cuando celebraba su primer año de servicio. De ese gran total, 100 de los muertos eran oficiales y 36 francotiradores alemanes, entre los que se incluía uno de los más condecorados, con un registro que supuestamente alcanzaba las 500 muertes. Aunque esto último solo es referido en algunas fuentes, y no existe un nombre para dicho francotirador.
Además, debemos tomar en cuenta que probablemente la tarjeta de muertes de Liudmila Pavlichenko fue muy superior a 306, pues para que una muerte cuente en el total oficial, debe existir un testigo independiente. De hecho, se sospecha que su total real se aproximaba al número 500.
El trabajo de francotirador es una tarea sumamente exigente, donde a menudo el soldado debe posicionarse a mitad de camino entre las tropas enemigas y sus colegas. Liudmila Pavlichenko solía acampar a 300 metros frente a su unidad, pero no siempre salía bien librada de la refriega. Durante el célebre sitio de Sebastopol, en junio de 1942, Pavlichenko resultó herida por cuarta ocasión, esta vez de gravedad por un proyectil de mortero que explotó a muy poca distancia de donde se había agazapado.
Dado que para esta época ya figuraba como toda una celebridad en los círculos militares soviéticos, el Ejército Rojo jamás permitiría que bajaran la moral a sus hombres con la noticia sobre la muerte de Liudmila, por lo que la pusieron en un submarino, la sacaron de Sebastopol y le asignaron tareas como instructora de francotiradores y vocera pública, ya con el rango de Mayor.
Los privilegios de ser una leyenda.
Su popularidad probablemente terminó salvándole la vida, pues tras aquel incidente gran parte de su división terminó muerta, incluso su esposo. En julio de 1942, los pocos que lograron sobrevivir a Sebastopol fueron asignados a otras unidades y la 25ª División de Rifles de Chapayev del Ejército Rojo fue disuelta oficialmente.
Entre sus acciones como vocera del ejército, Pavlichenko llevó a cabo una jornada diplomática en Canadá y Estados Unidos, convirtiéndose en el primer ciudadano de la Unión Soviética en ser recibido por el presidente de los Estados Unidos, en este caso Franklin Roosevelt, que organizó una recepción en la Casa Blanca. Curiosamente, Liudmila Pavlichenko se llevó una gran decepción cuando la prensa gringa mostró más interés en su atuendo que en sus experiencias de guerra.
Quedé sorprendida por la clase de preguntas que hicieron los corresponsales en Washington. ¿No saben que existe una guerra en curso? Me preguntaron si utilizaba esmalte de uñas, me rizaba el cabello y si utilizaba polvo en la cara. Un reportero incluso llegó a criticar el largo de la falda del uniforme, argumentando que las mujeres estadounidenses llevan faldas más cortas y que el uniforme incluso me hacía ver gorda… eso me hizo enojar bastante. Porto este uniforme con honor. La Orden de Lenin está en él. Se ha cubierto de sangre en batalla. Evidentemente, lo más importante con las mujeres en los Estados Unidos es si llevan ropa interior de seda bajo sus uniformes. Todavía tienen que aprender sobre el verdadero significado del uniforme.
Una vez que la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, Pavlichenko terminó su maestría en historia en la Universidad de Kiev y, entre otras cosas, se desempeñó como asistente de investigación en la sede de la Armada Soviética. De las 2000 francotiradoras que contrató la Unión Soviética para la Segunda Guerra Mundial, solo 500 lograron sobrevivir al conflicto.
Estupendo articulo
Excelente artículo!! Una mujer que es realmente digna de admirar!!!, no como las viejas payasas que no se rasuran las axilas o no se ponen toalla en su periodo…
¿Sabes bailar pole dance? -un reportero de nuestros tiempos .
Que fuerte luchar y sobrevivir a una guerra, que feo pelear por caprichos de otros, ya sea defendiendo lo tuyo o consiguiendo lo que justo. la avaricia y coraje de unos, hace que muera gente buena a edades muy tempranas.
Todos pidiendo marcianadas, pero estos articulos son bastante buenos, aunque me toma mucho menos tiempo leerlos que lo que me tardo viendo los momazos.