El puerto de Marsella nunca había sido testigo de tal prodigio hasta el nacimiento de Joseph Pujol en 1857. Como diamante en bruto, los dones artísticos de Pujol deslumbraron desde su infancia. Una combinación inaudita de música, danza y actuación que deleitaba a todo aquel que visitara su hogar. El joven mostró un amor apasionado por la música, y aunque perfeccionó su técnica con el trombón, sería su propio cuerpo el que le otorgaría la llave a un estrellato insospechado.
Durante un baño en las aguas azules del Mediterráneo, Pujol se zambulló hacia su flatulento destino. Al inhalar profundo para sumergirse, su cuerpo conspiró con el destino despejando un potente chorro de agua por la retaguardia del joven. Inicialmente presa del pánico, el alivio tras el incidente quedó reemplazado por la fascinación al descubrir que su abdomen escondía una orquesta esperando su batuta.
El don de Joseph Pujol.
De vuelta en tierra firme, la exploración meticulosa del control de su peculiar don reveló que no solo podía succionar aire y agua a voluntad, sino también expulsarlos creando distintos sonidos, los cuales, con práctica y destreza, se convertirían en notas musicales. Estas habilidades, un tanto excéntricas, lo convirtieron en una celebridad entre sus compañeros escolares, marcando el principio de una carrera que transformaría el asombro en admiración.
Su paso por el ejército no resultó en vano, pues los soldados rápidamente encontraron en Pujol una fuente inagotable de comedia, bautizándolo como “Le Pétomane”. Y aunque tras su servicio decidió llevar una vida más estable y abrió una panadería, su destino sobre los escenarios aún lo llamaba con fuerza.
En 1887, con treinta años encima, el ‘artista de las ventosidades’ no pudo resistir más la llamada del entretenimiento. Ingresó al circuito de espectáculos con un número de trombón, pero era solo el preludio de lo que estaba por venir. En los escenarios de Marsella, Pujol desplegó por primera vez el acto que lo consagraría, enfrentando primero la incredulidad y ganándose a continuación un aplauso estruendoso.
Debut y ascenso en el Moulin Rouge.
Joseph Pujol, más conocido como “Le Pétomane”, continuó su inusitado ascenso hacia la celebridad tras su debut en Marsella. Fue en el Moulin Rouge de París donde su carrera encontró el punto máximo de brillo. Ahí, él prometía una sesión de ‘Petomanie’, un espectáculo de flatulencias que se entregaría con la distinción de un caballero adornado con capa roja y pantalones de satén negro. Ante una audiencia que oscilaba entre la repulsión inicial y la curiosidad, Pujol defendía la naturaleza inodora de su acto debido a su disciplinado método de irrigación colónica diaria.
Petomanie: el espectáculo de Joseph Pujol.
La gama de sonidos que Pujol podía ejecutar era tan versátil como cualquier instrumento de viento. Desde un tímido pedo hasta una maravillosa flatulencia de diez segundos, él encarnaba el espíritu de una vanguardia humorística que rompía tabúes. Imitaba a celebridades, apagaba velas, y simulaba cañonazos e incluso tormentas eléctricas. Pero no era sólo diversión lo que ofrecía; había técnica e, inusitadamente, arte.
La segunda parte de su espectáculo elevaba aún más el listón de lo extraordinario. Con un tubo de goma estratégicamente insertado, fumaba cigarrillos y extinguía llamas, culminando su actuación tocando melodías populares en una ocarina conectada a su vía aérea trasera, invitando a la audiencia a cantar a coro. Se volvió una sensación sin precedentes que, lejos de ser un número de feria más, lo convirtió en el artista mejor pagado de Francia.
Pero, la fama lleva sus propias batallas y Pujol tuvo que dejar el Moulin Rouge en 1895 tras una disputa contractual. Y aunque lo reemplazaron por una imitadora conocida como La Femme-Pétomane, Pujol ya había dejado una marca indeleble. Abrió su propio teatro con los ingresos obtenidos de sus actuaciones, y por varios años más, mantuvo su trono como el innovador rey de una comedia basada en el cuerpo humano.
Otros pedómanos en la historia.
Pujol no es un caso aislado en la historia del entretenimiento basado en pedorros profesionales. Se sumaba a una tradición antigua que incluye referencias en la obra de San Agustín y los “braigetori” de la Irlanda medieval. También tenemos a los Oribe, que en el periodo japonés Kamakura (1185–1333) presentaban danzas acompañadas de flatulencias. En épocas más recientes, figuras como Paul Oldfield, conocido como Mr. Methane, han continuado esta línea de performance, aunque con una estética más ajustada a los tiempos modernos, vistiendo capas y máscaras al estilo de los superhéroes.
La vida de Joseph Pujol y su arte, nacido de la más humilde y humanamente cómica de las funciones corporales, son un recordatorio de que el arte puede brotar desde los confines más insospechados de la condición humana. Es un testimonio de cómo la sociedad, en su búsqueda de humor y novedad, puede llevar a alguien a la fama por razones tan curiosas como impresionantes.
Su legado desafía la noción convencional de lo que constituye el arte y quién puede ser artista. A través de su peculiar habilidad, Pujol logró cautivar y provocar risas y asombro a partes iguales, recordándonos que el entretenimiento a menudo encuentra sus raíces en la más pura expresión de alegría y sorpresa. El ‘flatulista’ profesional, como el mundo llegaría a conocer a Joseph Pujol, vivió y actuó en una época donde su acto se percibía como una intersección entre lo repulsivo y lo revolucionario.
Una época que quizá era más inocente y más visceralmente conectada con la comedia de lo absurdo y lo físico que nuestro presente. Su pasado panadero en Marsella y su futura fama en París marcaron un arco inolvidable en el espectáculo y la cultura popular francesa, y eventualmente del mundo.
extraño mucho las marciandas 🙁
también yo, solía tomarme unas cervezas los viernes viendo marcianadas y ahora tengo un vacío existencial. Ademas ve que tonterías estoy leyendo!
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