Johatsu, las personas que desaparecen en Japón

En la sociedad nipona, una palabra evoca una realidad compleja y desconcertante: Johatsu. Este término, que se traduce literalmente como «personas evaporadas», define un fenómeno humano intrigante y a la vez desgarrador. Existen días terribles donde nuestra única opción parece ser mandar todo al diablo, desaparecer y abandonar nuestras responsabilidades sociales para siempre. Es un sentimiento muy amargo, y un deseo realmente perturbador. Sin embargo, para algunos japoneses las ganas de desaparecer no se quedan en un simple deseo. Imagina cómo sería si un día desaparecieras. De ninguna forma nos referimos a algo que no tenga remedio, sino a la posibilidad de borrar tú identidad de un día para otro.

Johatsu las personas que desaparecen en Japon

Es una oportunidad donde incluso el gobierno te ofrece asistencia para llevar a cabo el proceso, con una condición: que expliques tu tragedia. Cada año, este es el destino de miles de ciudadanos japoneses. Sanya es un distrito muy apartado del centro de Tokio, se ubica al sur en las inmediaciones de Yoshino-dori. Durante la década de 1960 el barrio gozó de cierta popularidad, pero con el paso del tiempo cambió incluso de nombre y se fragmentó en varias comunidades.

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Sin importar de donde vengas, al llegar a Sanya encontrarás un ambiente muy particular: una cultura muy distinta a la capital, llena de personas donde nadie habla ni se conocen y, aún más extraño, parecen estar muy cómodos con esta situación.

Johatsu, los que se evaporan de la noche a la mañana.

Esta pequeña región parece un imán para los johatsu (“personas evaporadas”). Obviamente no dominan ningún tipo de magia o arte sobrenatural, pero su intención guarda ciertos parecidos. Lo que algún día fueron, jamás podrán volver a ser. La mayoría de estos individuos se vio atormentada por la vergüenza de un trabajo perdido, quizá por el fracaso inesperado de un matrimonio o una deuda que creció tanto que se volvió impagable.

Cualquiera que sea la razón, son miles los ciudadanos nipones que renuncian a su identidad y buscan la protección del mundo anónimo. El libro The Vanished: The «Evaporated People of Japan, obra de los periodistas y fotógrafos Léna Mauger y Stéphane Remael, nos da cuenta de estas historias tan surrealistas. Es una pequeña ventana a lo que está sucediendo con una fracción de la sociedad japonesa actual, aunque las historias de estas personas que huyen de la sociedad moderna por vergüenza se remontan a muchos años en el pasado.

Los fracasados.

Ichiro forma parte de las personas evaporadas. En la década de 1980 se ganaba la vida como maestro de artes marciales, mientras su esposa se dedicaba por completo a su hijo. En determinado momento decidieron dejar Tokio, solicitar un préstamo al banco y abrir un restaurante en los alrededores de la ciudad.

Sin embargo, el negocio fracasó en muy poco tiempo, Ichiro vio que su deuda era imposible de pagar y tomó la decisión de seguir el mismo camino que miles de compatriotas: vendieron su propiedad, empacaron sus pertenencias y se esfumaron. La diferencia es que lo hicieron para siempre, como si hubiera muerto. Se estima que desde mediados de la década de 1990, un promedio de 100 mil hombres y mujeres en Japón desaparecen cada año.

Estas personas planean sus propias desapariciones, desterrándose de la sociedad junto con sus tragedias: deudas, pérdida de un empleo, divorcios o incluso el fracaso en un examen. Lo curioso de este fenómeno es que los individuos pueden desaparecer pues existe otra estructura social, bajo la propia sociedad japonesa, donde pueden empezar vidas nuevas y conseguir otros empleos, teniendo la posibilidad de olvidar un pasado lleno de fracasos.

“Parias sociales”.

De hecho, cuando estas personas desaparecen saben que pueden encontrar una forma de sobrevivir. De acuerdo a lo que relata en el libro Mauger:

“Son almas perdidas pero, resulta que viven en ciudades perdidas de creación propia. El distrito de Sanya es un ejemplo, un gran número de barrios al interior de Tokio, cuyos nombres fueron eliminados por el gobierno. En estos lugares, los johatsu viven en diminutos cuartos de hotel, muchas veces sin Internet ni baños particulares”.

Los johatsu han incrementado entre la sociedad japonesa en etapas históricas importantes: tras las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, cuando la vergüenza nacional estaba en su punto más álgido, y después de las crisis financieras de 1989 y 2008. En cierta forma, la sombra de la economía surgió para servir a aquellos que nunca más quieren ser encontrados, esos que quieren hacer que sus desapariciones parezcan secuestros, o que sus casas parezcan haber sido robadas.

Así comenzó todo.

Evaporarse se asemeja más a una desaparición administrativa. Los johatsu eligen cambiar sus nombres, dirección y relación con cualquier negocio. Para los japoneses, esta salida de emergencia puede resultar sorprendentemente fácil. Las leyes japonesas sobre la privacidad otorgan a los ciudadanos las facilidades para mantener su paradero en secreto. De hecho, sólo en casos penales la policía tiene autorización para extraer información personal de los johatsu, y los familiares no pueden buscar en los registros financieros.

Se cree que este fenómeno social se disparó a finales de los años 60. A principios de la década del 70 aparecieron múltiples casos de jóvenes trabajadores del campo y zonas rurales que huyeron de los duros empleos en las grandes urbes. Mauger refiere a Night-Time Movers como una de las principales compañías encargadas de “limpiar” una identidad.

El fundador de esta compañía es un sujeto llamado Shou Hatori que en determinado momento trabajaba en el servicio de mudanzas hasta que una noche, en un bar de karaoke, una mujer se le acercó y le preguntó si podía hacer un arreglo para que “desapareciera junto con sus muebles”. La mujer le confesó que no podía soportar las deudas del esposo, una situación que estaba arruinando su vida. Hatori cobró 3,500 dólares por esa primera mudanza. Desde entonces, su franquicia no hizo más que crecer y hoy es gigantesca, prácticamente da servicio a toda clase de personas y escalas sociales.

Sin embargo, como lo relatan los periodistas en su libro, cualquiera que sea el motivo que lleva a un ciudadano japonés a desaparecer, no es menos doloroso que el efecto boomerang que se desata en sus familias, que por su parte quedan avergonzadas por tener un familiar desaparecido, al grado que optan por no denunciarlo a la policía.

Este es el fenómeno de los johatsu, otra válvula de escape de la presión japonesa. Algunas estimaciones apuntan a que un 20% de estas desapariciones terminan en muerte (incluso por suicidio), pero mientras no exista una denuncia, los agentes de la ley no están obligador a ir más allá.

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