Por obvias razones no puedo especificar muchos detalles, y he alterado algunos datos menores para que los pacientes no puedan ser identificados. Aunque debo confesar me siento en la necesidad de externar esta situación. La escuela de medicina no te prepara para las cosas que ves en la vida real.
Caso número 1.
Miranda era una niña caucásica de 5 años y 4 meses sin ningún tipo de antecedente psiquiátrico. En aquella época daba consultas en el hospital. La ingresaron al piso de pediatría a principios de semana aparentemente por un ataque de epilepsia, el equipo que la atendía me consultó para que evaluara un “comportamiento extraño”.
Jamás sabes con lo que te encontrarás cuando te hacen una consulta tan vaga como esa, por lo que usualmente intento obtener más detalles del equipo médico primario, pero el residente que solicitó la consulta lo hizo en un tono de voz de terror contenido y urgencia, por lo que acudí a evaluar la situación de manera inmediata.
Miranda era sumamente pequeña para su edad, escuálida y con la apariencia de una niña abandonada, con la piel blanca como leche y un largo cabello negro. Cuando ingresé a la habitación se encontraba recostada sobre la cama viendo dibujos animados, tenía una expresión vacía en el rostro. La madre estaba en una esquina sobre una silla, con las rodillas retraídas sobre el pecho y una mirada vacía.
Cuando notó mi presencia, saltó del sitio y caminó rápidamente hacia mí. “Por favor, no haga ningún ruido fuerte doctor, a ella no le gusta”, me indicó en voz baja. Me presenté y comencé la elaboración del historial. Me mencionó que Miranda era perfectamente normal, una pequeña hablantina hasta hacía dos semanas, después que regresó a su hogar tras hacer una visita a su padre en otro estado. La madre rápidamente notó que actuaba diferente. Estaba callada, hablaba muy poco y nunca sonreía.
Cuando se contactó con el padre para saber si había pasado algo, él mencionó que nada fuera de lo normal. La madre señaló que la noche previa a su ingreso al hospital, se despertó alrededor de las 2 de la mañana para beber un vaso con agua en la cocina, y al momento de encender la luz encontró a Miranda de pie frente al refrigerador.
La madre gritó pues no esperaba encontrar a nadie en ese lugar, y Miranda giró la cabeza bruscamente hacia su espalda para exclamar con una voz profunda “¡CÁLLATE!”. Después volvió a mirar el refrigerador. La madre se quedó sin palabras. Instantes después caminó hacia Miranda y de forma gentil la condujo a su cama. Creyó que tal vez la niña atravesaba un episodio de sonambulismo.
La madre hizo énfasis en que “jamás había escuchado esa voz salir de ella. No sonaba para nada parecida a la de mi hija. Era profunda, como la de un hombre adulto que intentaba sonar como una niña pequeña”.
La noche siguiente la madre no podía dormir. Escuchaba aquella voz haciendo eco en su cabeza. Decidió levantarse y revisar si Miranda estaba en la cama. Su puerta estaba abierta y por un pequeño resplandor de luz que provenía de la sala pudo observar un cuerpo en el piso. Totalmente alarmada, empezó a chillar mientras buscaba el apagador; sin embargo, cuando vio a Miranda en el piso, con la espalda completamente arqueada, su cara al revés, contorsionada y congelada como si intentara esbozar un grito, la mujer se quedó muda.
Entonces, la voz apareció una vez más, profunda y masculina, “CÁLLATE, PERRA”.
La madre empezó a llorar y a temblar mientras recordaba la historia. No tenía idea de donde pudo aprender Miranda ese tipo de lenguaje, pues jamás se había expresado de esa forma. Generalmente era una niña amable y contenta. La madre la levantó del suelo y la llevó directamente a emergencias tras este incidente.
La admitieron para practicarle un electroencefalograma y evaluar sus convulsiones, pero rápidamente todo volvió a la normalidad. Si nunca has visto un electroencefalograma, básicamente implica tener un montón de electrodos pegados a la cabeza y vigilancia de video las 24 horas para intentar captar una convulsión. Aparentemente este proceso no resultó como se esperaba.
El médico residente me mostró varios videos de esa semana. Usualmente iniciaban entre las 2 y las 3 de la mañana. Miranda se levantaba de la cama, se tiraba al piso y arqueaba la espalda. Una enfermera entraba e intentaba regresarla a la cama. Si se producía cualquier tipo de ruido fuerte la niña gritaba con una voz sobrenaturalmente profunda, maldiciendo y refiriéndose a la enfermera con nombres desagradables como “perra, bestia e idiota”.
Resultaba desconcertante escuchar a esta adorable niña expresarse de aquella forma tan vil… y con esa voz. Las pruebas revelaron que no había convulsionado durante los episodios. Sus signos vitales estaban estables y los análisis de laboratorio no mostraban nada fuera de lo normal.
Pude conversar con Miranda un buen tiempo. Tenía un habla suave, y respondía en un tono llano carente de emociones. Sus ojos estaban vacíos, era como observar la mirada de un veterano de guerra con trastorno de estrés postraumático. Los ojos apuntaban en tu dirección, pero parecían observar más allá de ti, a través de ti, en algún otro lugar.
Decidí llevar a cabo un experimento. Mientras conversábamos pausadamente fui subiendo el volumen de la televisión. Una vez que empecé a hablar más fuerte de lo que supone el volumen normal de una conversación, Miranda se detuvo a mitad de una frase y me observó fijamente a los ojos. Me congelé.
Había atestiguado un montón de cosas en mi área de trabajo. Había visto a personas violentas en episodios psicóticos, personas embarrando sus heces en las paredes, personas cortándose a sí mismas, escupiendo, gritando, golpeando… lo que tú quieras. Pero algo en la forma en que me miraba me aterró de una manera que nunca había experimentado. Bajé el volumen de la televisión. Miranda observó hacia otro lugar y terminó de responder la pregunta.
Me sentí mal por la madre. Era como si de la noche a la mañana aquella niña tierna se hubiera convertido en algo totalmente diferente. No sé lo que estaba mal ni cómo podía ayudar. Me limité a recomendarle terapia. Jamás las volví a ver, pero a menudo pienso en ellas.
mmmmm y ni siquiera un diagnostico presuntivo?? vaya integracion del cuadro clinico de la paciente… las personas bajos trastornos mentales ( psicosis agudas,lapsos esquizoides y demas) asi actuan. ¿asustarse por la mirada sin ahondar mas?…
Escribí el cuento vos Doc si tanto sabés!
ME LIMITE A RECOMENDAR TERAPIA????? JAJAJAJA ESTE «ESPECIALISTA» A DE SER MEDICO DEL IMSS. ESO Y DARLE PARACETAMOL ES LO MISMO
Los mejores médicos que están en hospitales privados de donde crees que son, ???, y es verdad la segunda parte que comentas, recomendar terapia y darle paracetamol es lo mismo, inutil el pseudosiquiatra
Le faltó al cierre de la historia…
Por eso dice en el título del post «Parte I»
Neta eso fue todo????? Exijo más historias de esas!!!!
Esta frase “ CÁLLATE, PERRA” me recordo a Jaime Duende, siempre se lo decia a Concha jajajaja
Y acto seguido, un buen golpe!!!
Que aterrador por Zeus…
Y ya??? En serio?