El sangriento origen de los cuentos infantiles

La mayoría de los cuentos infantiles, como el de Caperucita Roja, aparecieron en Plena Edad Media, entre reuniones de campesinos en Europa donde los cuentos eran narrados para toda la familia. Las hambrunas y la mortalidad infantil que en aquellas épocas eran algo relativamente común, servían como inspiración para este tipo de historias que sobrevivieron al paso del tiempo gracias a la tradición oral.

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Caperucita roja

En una versión francesa de Caperucita roja, después de interrogar a la niña en el bosque y de tomar un atajo a la casa de la abuela, el lobo mata y descuartiza a la anciana sin remordimiento. Las cosas empeoran cuando el villano, fingiendo ser la abuela, ofrece la carne y sangre de la víctima, como si se tratara de vino, para aplacar el hambre de la nieta – que la come y bebe con placer.

Después de llenar el estómago y practicar canibalismo sin saberlo, Caperucita se quita la ropa y la arroja en el fuego a petición del lobo. Pero el contexto de esto no tiene nada de infantil, pues cada vez que la niña le preguntaba qué hacer con la ropa que se quitaba, el lobo respondía: “arrójala en el fuego, mi niña. No la necesitarás más…”

Al acostarse junto al lobo, totalmente desnuda, Caperucita comienza a notar el físico del villano, como si desconfiara de algo. Admirada, la niña empieza a decir: “cuanto vello tienes, abuela”, “que hombros tan grandes” y “que boca tan grande tienes”, entre otros cumplidos a la anatomía del animal.

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En el final de esta versión francesa, Caperucita, sintiéndose amenazada, le pide permiso para salir a hacer sus necesidades fuera de la casa. El repugnante lobo le dice que se orine ahí mismo, sobre la cama, pero después permite que la niña salga. Con inteligencia, Caperucita aprovecha el descuido del villano y se escapa.

El escritor francés Charles Perrault fue el primero en plasmar en papel muchos de los cuentos infantiles clásicos, allá por el siglo XVII. Él hizo el final de esta historia más sangriento – con el lobo devorando a la pequeña – e introdujo la famosa moraleja de que “los niños no deben hablar con extraños para no terminar convertidos en comida de lobo”.

En el siglo XIX, los alemanes Jacob y Wilhelm Grimm, los famosos hermanos compiladores de cuentos que hasta entonces solo se transmitían de boca en boca, inventaron la figura del cazador. Al final de la historia, éste aparece y salva el pellejo de Caperucita y de la abuela despanzurrando al lobo con unas tijeras de esquileo.

 

La bella durmiente

Giambattista Basile fue uno de los primeros en condimentar la historia en el siglo XVII.

Al hilar una rueca, una pequeña astilla (algunas versiones dicen que de cáñamo) se metió bajo la uña de Talía, provocándole un letargo inmediato – una maldición que había sido predicha desde su infancia. Desconsolado, el padre abandona la casa, dejando a su hija dormida completamente sola.

Durante una cacería, el rey, que ya estaba casado, se encuentra con Talía y antes de irse viola a la damisela dormida y la embaraza de gemelos. Cierto día, intentando amamantarse, uno de los gemelos chupa el dedo de su madre y le retira la astilla, despertándola.

bella durmiente

Un año después de su encuentro, el rey regresa al bosque, encuentra a Talía despierta y empieza a hacer más frecuentes sus cacerías para mantener una doble vida. La esposa desconfía y pone a un súbdito para que espíe al rey.

Si se lee la versión de Charles Perrault, el final es muy violento.

Aquí la villana es la progenitora del rey. La suegra de Bella (que no tiene nombre en esta versión) es una ogra que se alimenta de niños. No resulta extraño que el rey no le diga ni una sola palabra sobre sus nietos.

Furiosa con su hijo por querer convertir a Bella en la reina, la ogra le ordena al cocinero que le prepare un platillo con la carne de su nieto y nieta. Sin embargo, el criado le sirve carne de ternero y de cabrito para engañarla.

El cocinero esconde a los niños y se vuelve cómplice de Bella – a quien la reina también pretendía comerse. Al escuchar el llanto de los niños, la reina descubre el engaño y decide cocinar a todo mundo.

El caldero que servirá para cocinar a los traidores es llenado con sapos, serpientes y anguilas. Pero, en el último instante, el rey aparece y la ogra, asustada, se arroja de cabeza al caldero, donde es devorada por los animales.

 

Blancanieves

En la primera versión de los Hermanos Grimm, que data de 1819, es la madre, y no la madrastra, la que conspira con el espejo. Está obsesionada con convertirse en la mujer más hermosa del reino. Llena de envidia por perder el puesto ante su hija de apenas 7 años, planea la desaparición de la mocosa.

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La reina envía a un cazador para que asesine a Blancanieves en el bosque. En lugar de llevar el corazón de la niña como prueba de su trabajo, la versión original propone algo más nauseabundo: el cazador debe presentar el hígado y el pulmón de su víctima. Pero el hombre termina engañando a la villana, y le muestra los restos de un jabalí. La madre de Blancanieves se lo cree y lo devora todo, en un (falso) ritual de canibalismo familiar.

Al final, el plan de la reina fracasa y se ve obligada a pagar por sus crímenes. Es juzgada y condenada en el medio de la fiesta de bodas de Blanca Nieves con el príncipe. Como castigo, la malvada madre tiene que bailar hasta la muerte llevando unos zapados de hierro sobre un montón de brazas.

7 comentarios en “El sangriento origen de los cuentos infantiles”

  1. La versión mas antigua de Caperucita Roja que lei, es muy similar a la que se menciona aqui, solo que en ella el lobo desolla a la abuela y usa su piel como disfraz, y cuando caperucita le pide salir a orinar el la amarra de una pierna para que no escape, en las explicaciones se decia que capecucita representaba a la niña que se hacia mujer al llegar la menstruacion, por eso el color rojo, y el lobo es el hombre con instinto animal que desea a la doncella inocente, por que claro, los hombres solo pensamos en sexo.

  2. Charles Perrault escribió los tres primeros guiones de Saw, para el cuarto le dijeron que no por sádico.
    Esos cuentos no eran para dormir…. pobres chamacos.

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