El muñeco Lolo – Creepypasta

Pasé la mayor parte de mi vida en este lugar. Es un sitio frío y oscuro. Pero en una época las cosas eran muy diferentes. Nací en una fábrica rodeado por muchos hermanos, era un lugar acogedor donde conversábamos, reíamos y divertíamos todo el día. Era feliz a pesar de que en cualquier momento nos separarían. Cada quien iría a lugares distantes y diferentes, pero eso no nos asustaba. Después de todo, ¿por qué habríamos de temer?

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Con Jorge, uno de mis incontables hermanos, llegamos a un recinto espacioso y luminoso. Recuerdo que solíamos escalar puertas y ventanas para echar un vistazo al mundo exterior. Debo admitir que era enorme. Mirábamos el paso de los autos, motos, animales, personas y, evidentemente, niños. Todos adorábamos a los niños. Nos encantaba verlos llenos de alegría, disfrutando de su imaginación con una enorme sonrisa.

Cierto día, me llevaron con algunos de mis hermanos. Ya no recuerdo la fecha, y me resulta un poco extraño que cosas así simplemente se desvanezcan de nuestras mentes. Me veía espectacular y nuestro día finalmente había llegado. Nos pusieron en cajas separadas y todos juntos fuimos a otro local. No sentía preocupación, y mucho menos miedo. Pues desde que tengo uso de razón sabía que ese día llegaría. Todos así lo ansiábamos.

En este nuevo sitio, que no era tan amplio como nuestra antigua casa, encontramos cosas increíbles. Una cantidad inimaginable de juguetes por todos lados. Frente al estante donde me pusieron con mis hermanos había toda clase de helicópteros, aviones, automóviles… era algo mágico.

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Y en el transcurso del día ese pasillo era transitado por una variedad de personas: mujeres, hombyre y, como era de esperarse, niños. Muchos niños. Al vernos, sus ojos se iluminaban y su boca, aunque con dientes faltantes, mostraba aquella bella sonrisa. No podía tocarlos y eso me ponía muy triste. Pero, jamás perdí la esperanza de que sucediera algún día.

Esperé con mucha paciencia dentro de aquella caja. Inmóvil. Hasta que un día llegó Emily. Era una niña hermosa, con cabello negro rizado hasta los hombros que resaltaba el verde de sus ojos. Me tomó entre sus manos y sonrío, con esa sonrisa dulce e inocente que solo puede venir de un niño. Por fin disfrutaba del momento que tanto anhelaba, y valió la pena cada segundo de espera. Me despedí de mis hermanos y fui con Emily a mi hogar definitivo.

Una casa de madera de dos pisos ubicada en un vecindario de clase media. Esto último ni siquiera importaba, pues yo no cabía de la felicidad. Emily me presentó con sus padres, Clara y Juan, eran personas muy agradables. Para que lo entiendan, Emily se enamoró completamente de mí. Todo el tiempo estábamos juntos, jugábamos en el patio cada día y ella me compartía sus secretos. Conocía cada uno de sus sueños y temores. Esa felicidad se prolongó durante muchos años, pero Emily creció.

Anatoly Moskvin, el Señor de las Muñecas.

Creo que olvidé presentarme al principio. Me llamo Lolo, y claro que ese es el nombre que me otorgó mi querida Emily. Mi verdadero nombre ya ni siquiera lo recuerdo. Y, como ya lo sospechas, soy un muñeco. Una copia más de un modelo, pero elegido por la niña más linda y encantadora que puedas imaginar. Desafortunadamente, Emily creció y dejé de importarle.

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En el pasado, aunque jugábamos bastante, siempre me cuidaba. Pero, hoy ni siquiera sé qué tanto queda de mí. Cuando Emily llegó a cierta edad, me arrojó a un baúl oscuro y frío que metió bajo su cama. Estuve aquí durante muchos años e intenté llamar su atención de todas las formas posibles. Solía escapar del baúl y quedarme sobre su cama. Ella solo le reclamaba a su madre porque un juguete viejo y roto estaba donde dormía. Aquello me entristecía mucho.

En diversas oportunidades escuché a Emily conversando con otras niñas, riendo a carcajadas. Me perturbaba saber que el motivo de esas sonrisas no era yo. También la escuché conversando con un tal Carlos, al que le decía que le gustaba. En otra ocasión lloraba desconsoladamente sobre la almohada por un tal Edu. Ni siquiera los conocía, pero los odiaba por lastimar a mi pequeña.

Hace algunos días, Emily conversaba con su madre sobre irse a estudiar a otro lugar. Le dijo que solo llevaría lo más importante, y esas palabras eran música para mis oídos. La sola posibilidad de que me tomara entre sus manos una vez más, hizo brotar una sonrisa en mi rostro, algo que hacía mucho no sucedía. Iría con ella. Me llevaría a la universidad, y por fin estaríamos juntos nuevamente. ¡Mi dulce Emily, cuánto te extrañé!

“Emily, ¿qué vas a hacer con esos juguetes?”.

“Ni siquiera los recordaba. Puedes regalárselos a alguien”.

“Pero mi niña, este solía gustarte tanto” – Clara me tomó entre sus manos y pude ver a Emily una vez más. “¿Realmente quieres donarlo?”.

“Sí, mamá. Ya no tengo edad para esas tonterías de niños.

Clara me regresó al baúl, lo cerró y arrastró nuevamente bajo la cama. El mundo entero se me vino abajo. ¿Cómo pudo hacerme esto? A mí, que estuve a su lado cuando temía a la oscuridad y conocía cada uno de sus secretos. A Lolo, su mejor amigo. Debía estar equivocada, no podía perderla. Por eso, cuando Emily se durmió escapé del baúl.

Aunque esta vez no subí a la cama para que me viera, ya no quedaba tiempo. Salí de la habitación y crucé el pasillo que daba a las escaleras, bajé y fui hasta la cocina. Recordaba perfectamente que Clara guardaba un set de cuchillos junto al fregadero. De alguna forma logré subir a la barra y, afortunadamente, los cuchillos estaban donde siempre.

Subí por las escaleras, aunque esta vez hice una breve pausa para observar a los padres de Emily durmiendo plácidamente. Primero maté a Clara y después acuchillé a Juan. Los tapé con el cobertor y cerré la puerta. Caminé hacia la habitación de Emily y subí a la cama, parecía un ángel durmiendo con aquel cabello rizado que seguía tan hermoso como siempre.

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Retozó un poco sobre la cama, pero no llegó a despertar. Deslicé la punta del cuchillo por su mejilla dibujando una tenue línea con la sangre fresca de sus padres. Lentamente abrió aquellos lindos ojos verdes.

“¿Quién… eres? ¿Qué está pasando?”.

Una sensación intensa y caliente recorrió todo mi cuerpo al escuchar sus palabras.

“¿No me recuerdas? ¿No recuerdas a tu mejor amigo?”.

“¿Lolo? ¿Eres tú? ¿Pero, cómo? ¡Eres un muñeco!”.

No soporté tanta insolencia de su parte y le clavé el cuchillo en el corazón. Un borbotón rojo manchó su pijama, era tibio y me hizo sentir como nunca antes. Vi los ojos de Emily perdiendo el brillo mientras intentaba escupir una frase: ¿por qué?

“¿Por qué? ¿¡Por qué!? Me olvidaste, me encerraste en un baúl durante años. A mí, a tu mejor amigo, a tu querido Lolo. Me cambiaste”.

Emily intentó decir algo, pero ya no pudo. Cuando su mano sin vida se desplomó sobre la cama, retiré el cuchillo de su pecho. A continuación, procedí a decapitarla y arrastré la cabeza hasta el baúl. Es un lugar frío y oscuro, pero al menos Emily está conmigo. Y estaremos juntos por siempre.

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