El día 16 de julio de 1430 pasó a la historia como el día en que Inglaterra prohibió los besos. De forma más especifica, el Parlamento del rey Enrique VI de Inglaterra emitió una proclama donde se prohibían el acto de besar para todos los ciudadanos. Esta prohibición de un acto tan personal era una respuesta del gobierno a un brote de “plaga” que estaba metiendo en aprietos a los ingleses.
Esta plaga en particular quizá no era la peste bubónica, causante de una epidemia que pasó a la historia como la muerte negra en la que pueblos enteros desaparecieron. En aquellos días, el término “plaga” se utilizaba de forma indiscriminada para hacer referencia a cualquier enfermedad infecciosa que tendía a propagarse sin control.
Inglaterra prohíbe los besos.
Bueno, ¿y cómo terminó el gobierno involucrándose en un acto tan personal para dos amantes? Más específicamente, la prohibición hacía énfasis en el ritual del saludo de la paz y el beso que se da al saludar, cuyos orígenes se remontan a la religión cristiana. Un fragmento del Nuevo Testamento puntualiza, “Salúdense los unos a los otros con un beso santo”.
Este “beso de la paz” se convirtió en un saludo cristiano tradicional que aún está vigente en las iglesias católicas ortodoxas. Casi todas las iglesias protestantes abolieron esta tradición después que los primeros reformistas determinaran que la práctica generaría en las personas ganas de buscar otros placeres carnales. En estas iglesias y culturas, el ritual del “beso de la paz” se sustituyó por un apretón de manos.
Sin embargo, la Inglaterra de la Edad Media seguía siendo católica y era muy común, de hecho hasta incentivado, besar a las demás personas. Los hombres besaban a los hombres, las mujeres besaban a las mujeres, los sirvientes besaban los anillos y pies de sus señores. Los feligreses de la iglesia se besaban unos a otros. De la misma forma que en la actualidad los franceses son conocidos por besar cada mejilla durante el saludo, los ingleses del medievo besaban en cantidad. Y a diferencia de muchos de sus contemporáneos en Europa, en ocasiones lo hacían en la boca.
Muchos extranjeros que visitaron Inglaterra en aquella época, entre ellos el humanista holandés Erasmo de Róterdam, elaboraron deliciosas anotaciones de la forma en que los recibían las anfitrionas con un beso en la boca.
Inglaterra prohibió los besos para combatir la plaga.
En aquellos tiempos comprendíamos lo que se dice nada de conceptos como gérmenes e higiene, y realmente es algo muy notable que el gobierno haya prohibido el beso de la paz como una forma de frenar la propagación de una plaga. El hecho de que muchas plagas se propagaran a través de vectores como las ratas y las pulgas es punto y aparte. Lo que resulta digno de mención es que alguien en la Edad Media redujo (probablemente sin saberlo) la propagación de la enfermedad a través de la saliva y la simple proximidad.
Tendrían que pasar unos cuatro siglos antes de que los primeros doctores dedujeran que se trataba de gérmenes, o mejor dicho bacterias, virus y algunos tipos de hongos, quienes propagaban la enfermedad de persona a persona. Cuando estos gérmenes tenían la oportunidad de penetrar en el cuerpo a través de las heridas, cortes o membranas mucosas de los ojos, nariz, boca y genitales.
Estudio de la sepsis puerperal por Ignác Semmelweis.
Ignác Semmelweis, un médico húngaro, hizo la primera asociación en la década de 1840, cuando en las clínicas donde trabajaba se percató que las mujeres atendidas por médicos durante el parto presentaban una mortalidad mucho mayor que las que decidían dar a luz con la ayuda de parteras. Le dio seguimiento a esta problemática y descubrió que se debía a que los médicos a menudo provenían de morgues donde trabajaban con cadáveres.
Teorizó que, de alguna forma, estaban introduciendo partículas “cadavéricas” en las mujeres. Dio instrucciones a todos los estudiantes de medicina bajo su supervisión para que se lavaran las manos después de las autopsias que realizaban, y los índices de mortalidad se desplomaron. Después, Semmelweis hizo que todos los instrumentos que entraban en contacto con las mujeres durante el parto se lavaran, básicamente erradicó los casos de muerte por sepsis puerperal.
Muchos de los médicos ya establecidos, probablemente en una actitud egoísta de no admitir que ellos eran los vectores que mataron a muchos de sus pacientes, rechazaron la teoría de Semmelweis, ridiculizándolo y siguiendo con la práctica negándose a lavarse las manos. Esta respuesta de desairar nueva evidencia por qué va contra las creencias establecidas ahora se conoce como “efecto Semmelweis”. Eventualmente Semmelweis fue despedido y se hundió en la locura, terminando sus días en un asilo.
Gérmenes de la enfermedad.
No fue sino hasta que Louis Pasteur corroboró la teoría de los gérmenes de la enfermedad que la medicina aceptó (finalmente) que los gérmenes eran responsables por enfermedades. Este notable logro ayudó a preparar el camino para Joseph Lister, que aplicó tanto las experiencias de Semmelweis como el trabajo de Pasteur para hacer la cirugía más segura y reducir el número de infecciones postoperatorias al esterilizar instrumentos médicos y limpiar las heridas.
Evidentemente, un beso no es todo lo que se requiere para enfermarse. Y lo mejor que podemos hacer para honrar la memoria del pobre Semmelweis es lavarnos las manos de vez en cuando.
Al final el buen Ignacio Semmelweis se dejo vencer de los monstruos que el descubrió y firmemente combatió, debido a que no hubo alguien que oyera la voz que hubiese podido salvar muchas mas vidas de las ya hechas. Murió de la misma enfermedad que había descubierto cómo evitar. Un músico en tierra de sordos.