Dejó de llamarme bella

Aunque sucede poco a poco, una mujer siempre se da cuenta. Al comienzo fue sutil. Pasaba más horas en la galería, llegaba tarde a cenar o iba directamente a la cama. Dejamos de hablar del mundo, y ya no pasábamos horas compartiendo nuestras esperanzas y sueños. Dejó de pedirme que posara para sus obras.

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El tiempo no tuvo clemencia con mi piel, y mucho menos con mi cuerpo. Un día me encontré tirada en el piso, observando cuidadosamente aquellas viejas fotografías que me tomó. Cada disparo se convirtió en una obra maestra, y cada set contaba una historia distinta. Poseía una forma especial de capturar un instante, un pedazo de tiempo. Una emoción, una mirada, una moda. Últimamente lo hacía a menudo, pasaba horas mirando su trabajo.

Aquel día llegó temprano a casa, y realmente me sorprendió aquella primera muestra de franqueza sobre mis días como amateur. “Lucías tan bella, cariño”, dijo. A mi pesar, esperé a que se fuera. No quería ponerme dramática ni romper en llanto. Podía con mucho más que eso. Sin embargo, jamás imaginé el dolor que experimentaría al escuchar esas maravillosas palabras en tiempo pasado.

Jamás se percató de los esfuerzos que hice para mantener mi piel joven y mi cuerpo en forma. Todas esas inyecciones, las horas en el gimnasio, las complicadas dietas y los posteriores trastornos alimentarios. Habría hecho lo que fuera por volver a ser su musa. Cualquier cosa.

Pero, a mis 30 años no puedo competir con las meretrices que fotografía para ganarse la vida. Jóvenes que acaban de llegar a la adultez con ojos ingenuos, cinturas estrechas y ambición de que las vean en todos lados. De que las busquen los agentes, el mundo, y los artistas como él.

Dejó de llamarme bella poco después de que la tercera modelo desapareció. La policía no dejaba de atormentarlo en la galería, interrumpía las sesiones y le prohibieron hacer viajes de negocios. Cuando seis modelos jóvenes y hermosas desaparecen tras posar para el mismo fotógrafo… bueno, digamos que las cosas llegan a oídos de las personas.

Jamás me preguntó directamente, pero lo atrapé hurgando entre mis cosas, revisando mi teléfono y siguiéndome a todas partes. En cualquier momento liberarán la orden de aprehensión y está desesperado por encontrar alguna prueba de su inocencia. Jamás lo logrará, porque no es inocente.

Es culpable de descuidarme, de hacerme sentir menos. No se acostó con ninguna de esas jovencitas, pero me engañaba todos los días capturando sus angelicales rostros dotados de fascinante vulnerabilidad. Me traicionó cuando aceptó los elogios de la crítica por retratos de mujeres que no eran yo.

Los detectives encontrarán la ropa interior de Stacy entre los cojines del sofá que tiene en su galería. Después, aparecerá la llave de Rebeca y el reloj de Charlotte, así como otras escenas ocultas bajo una duela en el piso de su oficina. Quizá algún día encuentren los cuerpos decapitados en el río, cerca del lugar donde tantas veces hicimos picnic.

Pero nunca encontraran las cabezas. Esas las guardé para un proyecto fotográfico propio. Después de todo, permiten que recibas postales en la cárcel, ¿no?

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