“Código Adam”, alertó con fingido entusiasmo una voz por el intercomunicador. Debía ser calma y dulce para no incomodar a los clientes que realizaban las compras. Sin embargo, todos los empleados nos percatamos de la molestia en esa voz cuando el familiar código nos obligó a detener lo que estábamos haciendo para empezar a buscar al niño perdido.
Apenas iba media jornada y ya acumulábamos tres códigos similares. Código Adam es la palabra clave que utilizan los centros comerciales para advertir sobre un niño extraviado. Es común que se escondan entre los percheros para que sus madres los encuentren, o a veces se distraen en los pasillos de la panadería comiendo felizmente un paquete de golosinas que sus padres no quisieron comprar.
La molestia y el contratiempo pusieron mis ojos en blanco y me sacaron un gruñido mental. Hablando con sinceridad, ¿qué tan difícil es encontrar a una persona? Sé que los niños son pequeños y a veces escurridizos, pero no es como si se los tragara la tierra. Mi colega Miguel se acercó con una mirada que probablemente reflejaba la mía.
“Es un niño de 5 años, vestido con jeans y una sudadera de capucha roja. Pelo castaño y ojos cafés. Tenis blancos, caucásico y responde al nombre de Yoel”, repitió Miguel con un suspiro.
Como todos los que trabajamos ahí, empezamos a recorrer los pasillos. Revisamos la panadería, la sección de juguetes y también buscamos entre los percheros mientras esperábamos la notificación de que lo habían encontrado. Pero no sucedió. Generalmente, los niños perdidos en centros comerciales son localizados en el transcurso de cinco minutos. Ocasionalmente puede demorar hasta 10 minutos, si el niño sabe esconderse.
A la distancia se escuchaban unos gritos histéricos acompañados de la voz calma y serena de mi gerente. Debía ser la madre de Yoel, gritándole a mi jefe por todo el tiempo que estaba tomando encontrar a su amado hijo. Transcurrieron otros cinco minutos y empecé a molestarme. Era posible que el escuincle estuviera bien escondido o hubiera salido por la puerta principal persiguiendo aquello que había distraído su pequeño cerebro de pez.
“¿Crees que lo secuestraron? Ya deberíamos haberlo localizado”, preguntó Miguel mientras removía una pila de papel higiénico. Para ese momento empezamos a buscar atrás de la mercancía, pues siempre es posible que los niños queden atrapados en espacios pequeños.
“No sé, ojalá que no. Seguramente intervendrá la policía. Y hay cámaras de vigilancia en todas partes”, respondí intentando tranquilizar la situación. Más que preocuparme, eso me molestaba pues impedía que siguiéramos con el trabajo. Y por ningún motivo me quedaría más allá del horario laboral. Al día siguiente quería jugar un poco en línea antes de ir a la universidad. Era un día muy extraño pues no tenía actividades asignadas y planeaba relajarme un poco después del trabajo. Juré que, si algún día llegaba a tener hijos, los llevaría atados cada vez que saliéramos de casa.
Pasaron 30 minutos hasta que los oficiales de policía entraron por la puerta. Alguien debió reportar la desaparición del niño, tal vez la madre o el personal de la tienda. Sí fue mi jefe, significaba que probablemente el niño había salido del establecimiento. Y eso despertaba el temor de un secuestro.
La policía pasó de largo frente a mí, y en ese momento vi a la madre de Yoel. Era una mujer joven y bella, cuyas facciones estaban retorcidas por la preocupación y manchadas por las lágrimas que corrieron el rímel. Sobre los brazos cargaba una niña que parecía querubín, y aunque no estaba llorando parecía conmocionada por el llanto de su madre.
Una de las supervisoras se me acercó para indicarme que regresara a mis actividades habituales de almacenamiento en los anaqueles.
Se llamaba Andrea, una persona extremadamente afable y mi supervisora favorita. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y suponía que era por la situación del niño. Llevaba siete meses de su primer embarazo, y probablemente esta era su peor pesadilla hecha realidad.
“¿Encontró algo la policía?”, pregunté.
Sacudió la cabeza. “Están revisando las grabaciones, pero sinceramente no sé si puedan encontrar algo”.
“Todo estará bien Andrea. Tal vez el niño salió por la puerta y se dirigió al parque. Con los videos se sabrá lo que pasó”, tartamudeé intentando tranquilizarla. Jamás he sido bueno consolando el llanto de una mujer.
Andrea me sonrío. “Gracias Rolando. Tienes razón. Estoy segura de que las cosas saldrán bien”.
Continué con la rutina. Me quedaría allí otras cinco horas y la atmósfera de todo el lugar cambió completamente. Todos tenían rumores sobre lo que le sucedió al niño. Sin embargo, el consenso general era que lo habían secuestrado.
Pasaron dos horas antes que la voz volviera a chillar por el intercomunicador.
“Código Adam”.
Esta vez la voz no parecía molesta, de hecho, transmitía una sensación de miedo. Aunque no me importara mucho, de verdad esperaba localizar a un niño pequeño y rechoncho masticando la goma de mascar que había robado. Era mejor que lo otro.
Miguel fue nuevamente a mí para proporcionarme la descripción del pequeño.
“Esta vez se trata de una niña. Es asiática y viste un vestido rosa con lunares, zapatos negros y lleva una cola de caballo. Se llama Daisy”, me susurró y parecía muy preocupado.
Abandonamos nuestras actividades y nos dedicamos a buscar en cada rincón. No la localizamos en los primeros cinco minutos, ni siquiera en la primera hora. Cuando llegó la policía volvimos a escuchar los gritos del padre histérico que buscaba a su pequeña.
Cuando finalmente terminó el turno, literalmente corrí a mi auto. El ambiente en la tienda se volvió excesivamente opresivo, y todos andaban con una creciente sensación de alarma. Que secuestren a un niño en el lugar donde trabajas es terrible. Pero que dos pequeños desaparezcan revela una especie de patrón sádico.
Al llegar a casa, mamá me preguntó por lo que había pasado en la tienda. Las personas corrieron la voz, incluso un equipo de noticias hizo una transmisión especial afuera de la tienda para informar la desaparición de los niños. Fue algo surrealista ver el lugar donde trabajo en la televisión, pero todavía más observar a mi gerente declarando que colaboraban con las autoridades para encontrar a los pequeños.
Debido a las clases no fui a trabajar al día siguiente, y estaba realmente agradecido por eso. Jamás estuve tan feliz de estudiar ciberseguridad.
Miguel envió un mensaje alrededor del mediodía y lo abrí con la esperanza de que fueran buenas noticias, o al menos un meme divertido. Esperaba enterarme que localizaron a los dos niños.
Hoy secuestraron a otros dos. Gemelos. Nadie vio nada.
Una ráfaga de escalofríos se apoderó de mi cuerpo, y ni siquiera me molesté en responder.
Al día siguiente me presenté a trabajar y fue como entrar a una zona de guerra. Todos estaban estresados y nerviosos. Todos los niños en la tienda iban sobre el carrito o aferrados a las manos de sus padres.
Ese día fue especialmente complicado pues los clientes no paraban de preguntarme si sabía algo sobre las desapariciones. “¿De verdad no saben nada?”, “¿Por qué nos ocultan la información?”.
La sonrisa de servicio al cliente estuvo pegada a mi rostro todo el día mientras respondía una pregunta tras otra de personas cada vez más enojadas.
De repente, la voz en el intercomunicador volvió a hablar.
“Código Adam”.
Tampoco logramos localizarla. Era una niña. Cumpliría 8 años el fin de semana y fue a la tienda con su madre para recoger el pastel de cumpleaños. Su fotografía apareció en las noticias esa misma noche y una fascinación morbosa se apoderó de mí. Era una niña linda, y fue inevitable imaginarme lo que estaría sufriendo a manos de un pervertido. Sí, tal vez no amaba mi trabajo, pero era un lugar importante para mí. Mis amigos trabajaban allí, conocía cada rincón de aquella tienda y la sola idea de que un depredador violara ese espacio para llevarse a niños inocentes me perturbaba.
Mis padres me pidieron que renunciara. Pero no pude. Necesitaba el trabajo para pagar la gasolina y algunas cuentas. No renunciaría hasta que pudiera encontrar un trabajo en línea. Miguel me dijo que Andrea presentó su renuncia. No podía culparla. Con todos esos niños desaparecidos y su embarazo, había motivos más que suficientes para que se preocupara.
El próximo día de trabajo fue totalmente surrealista. La tienda estuvo completamente desierta, algo de agradecerse. Si tuviera que describir la atmósfera al interior, era casi postapocalíptica. Todos se apresuraban a terminar sus labores. Los clientes que asistieron a comprar eran, en su mayoría, adultos que parecían interesados en obtener lo que necesitaban para salir a toda prisa.
Una hora antes del cambio de turno una docena de hombres ingresó a la tienda. Todos vestían camuflaje e iban acompañados por algunos adolescentes y niños en la pubertad. La escena me puso los pelos de punta. Lucían completamente serios y se distribuyeron por la tienda como si fueran a cazar.
Miguel me encontró e hizo un gesto hacia estos hombres.
“Mantente alejado de estos sujetos. Creo que son cazadores entusiastas que decidieron convertirse en vigilantes ciudadanos. Algunos portan armas bajo las chaquetas. El gerente ya dio aviso a la policía”, me susurró.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. Ocultar y portar armas al interior de la tienda estaba prohibido, lo último que necesitábamos era un loco apuntando su arma a un cliente que confundiera con un secuestrador de niños.
A la distancia escuché unos gritos. Se me heló la sangre al pensar que alguien había sacado un arma. Sin embargo, el intercomunicador me sacó de mi error.
“Código Adam”.
Había desaparecido uno de los hijos de estos cazadores que entraron con la esperanza de convertirse en héroes. El padre no se preocupó por el pequeño, pues tenía 12 años y lo consideraba fuerte para su edad. También mencionó que su hijo llevaba un cuchillo oculto en la bota por si alguien intentaba secuestrarlo.
Al día siguiente la tienda cerró. Jamás habían hecho algo tan radical, pero todos sentimos un gran alivio. No podían volver a secuestrar otro niño sin un lugar de donde tomarlo. Cerró durante una semana, mientras realizaban las investigaciones. Entrevistaron a mucha gente, afortunadamente a mi no. De cualquier forma, no estoy seguro de lo que hubiera dicho.
Me enteré de esto por los rumores. Pero las filmaciones que generalmente mostraban cada centímetro de la tienda, jamás revelaron lo que sucedió a los niños. En cada video los niños simplemente se desvanecieron en el aire. Dijeron que se trataba de una falla en el sistema, aunque no creo que nadie se tragara eso. Los amantes de las teorías de conspiración se volvieron locos, y varios de mis superiores recibieron amenazas. La gente decía que era trata de personas, abducciones extraterrestres e incluso portales a dimensiones alternas.
Eventualmente algún loco intentó incendiar la tienda, pero no tuvo éxito y jamás descubrieron al responsable. Después de eso, el corporativo tomó la decisión de cerrar permanentemente el establecimiento. Me presenté hasta los últimos días y atestigüé como la tienda se derrumbaba como un animal moribundo.
Tuvimos un último Código Adam. Una pequeña de 10 años que ingresó a la tienda con sus padres para comprar ropa en liquidación. Jamás la encontraron. Quizá el hecho de que la tienda estuviera repleta de cazadores de gangas hizo creer a sus padres que la pequeña estaba a salvo.
Después de eso clausuraron la tienda y enviaron el inventario para venderlo en otro sitio. Jamás volví a pisar ese lugar. Tampoco es que quisiera. Escuché que los padres de los niños desaparecidos demandaron a la corporación, pero no estoy seguro del curso que tomó esa historia.
Pasaron algunos años y afortunadamente me mudé a otra ciudad. Tengo un buen trabajo alejado de la venta minorista o cualquier centro comercial. Cada vez que visito a mis padres estoy obligado a conducir por aquel viejo edificio en ruinas. Lo cubrieron con grafiti y, aparentemente, alguien intentó incendiarlo otra vez.
Este sitio se convirtió en fuente de toda clase de leyendas para los pequeños que habitan la ciudad. Dicen que, si caminas por el exterior y pones la oreja en los muros de concreto, todavía se escucha a los niños gritar.
me quede con la duda de que pasaria con los niños 🙁
Pense que el era el secuestrador………..o que ya con el tiempo en su nuevo trabajo se iba a presentar el mismo fenomeno.
Concuerdo con rodarg no me dice que pasó con los niños, si el era el secuestrado, no dijo nada este creepy. Tampoco me gusto
Es secuestrador es el chico que narra la historia, tendrá algún trastorno de personalidad y no recuerda lo que hace cuando los secuestra, la pista según yo «estudia ciberseguridad y las camaras fallan cuando los niños desaparecen»
Es lo mismo que pienso
Creo que esta historia está inconclusa porque no responde lo que paso con los niños que desaparecieron el hecho que desaparezcan de la nada y no intenten siquiera explicar lo que paso en general no me gustó este creepypasta
deja mucho que desear, no le vi nada de «Nudo», saludos!
considero que has posteado historias mejores, esta no es de buena calidad, en lo personal no me gusto nada
Considero que deberías compartir algunos links de Creepypastas de «buena calidad», así podremos leer otras 🙂
Muy buena historia